Nadie amaba esos ríos. Se escuchaba a Consuelo recordar que la sangre son melodías de almas y corazones que la derraman en tierras o calles sin sentido. En una mujer como ella, las melodías de la sangre no eran cantos de vida.
Su pájaro azul se iba llorando al cielo con una herida en el pecho de cobardes que lograron inflamar; el verde olivo de sus ojos. Una mañana sin aliento comprendía que melodías de sangre serían el tiempo jugando con la existencia que sonrojaban al frío planeta.