Te amé desde el momento en que te conocí, desde que mi hermano te trajo a mi vida. Se suponía que era alérgica a ti y cualquier animal peludo. Sí, hubo estornudos, ronchas y pequeños episodios de asma, pero mi cuerpo no pudo resistirse a ti. Dormimos más de cinco mil noches juntas, nariz con nariz, pata con mano. Ronroneando y roncando, musicalizando las eternas madrugadas.
Me regalaste el amor más puro y noble que cualquier otro ser me haya dado. Disfrutabas estar conmigo genuinamente a cambio de nada, ni siquiera de caricias. Me despertabas con besitos todas las mañanas y con tu tan característico maullido de buenos días. Te acicalabas todo el tiempo, eras la gata más limpia que he conocido. Amabas que te hiciera piojito y que pasara mis dedos por tu barbilla. También amabas darme besitos y exfoliar mi cara. Cuando querías atención (siempre), usabas tus patitas delanteras para mover mi barbilla hacia ti. Eras muy celosa, no dejabas que nadie me abrazara, besara o estuviera más cerca que tú de mí. Aún así, le dabas amorcito a las personas que más amaba y me amaban, de alguna forma filtrabas a las personas que tenían buenas intenciones conmigo y a las que no, ni siquiera te les acercabas. Sanaste a muchas personas, empezando por mi mamá y por mí. No imagino cuánta energía pesada y negativa tuviste que cargar y limpiar, sobretodo en mis días más difíciles y tristes. Fuiste mágica y terapéutica.
Nadie como tú para darme calorcito y masajes en el vientre cuando tenía cólicos, nadie como tú para ser el mejor vibrador sobre mi espalda y quitarme el dolor, mal humor y estrés. Fuiste tan especial y tan diferente a todos los gatos que han formado parte de la familia. Eras la única que tomaba agua con su patita, la única que sabía cuándo alguien se sentía mal y acudías para sanar. La única que lamía mis lágrimas. Siempre me sorprendió que supieras cuando estaba llorando aunque lo hiciera en silencio y tú estuvieras en otra habitación de la casa. Siempre corrías hacia a mí y lo primero que hacías era lamerme mis lágrimas, luego ponías tu patita sobre mi cara y me mirabas fijamente. Me dabas tanta paz y serenidad que terminaba siempre sintiéndome mejor. ¡Cuánta magia guardabas, Misha!
Fui tan afortunada por disfrutar de tu existencia en la mía. Siempre fuiste y serás mi consentida, mi princesita. Fuiste la mejor compañera de vida. Espero haberte hecho feliz, tanto como tú me hiciste a mí. Gracias por tanto, por invitarme a ser parte de tu otra dimensión, por regalarme los momentos más extraordinarios a tu lado y por compartirme de tu magia.
Te fuiste entre mis brazos, pata con mano, no pudo haber sido de otra forma.
Hasta siempre, Misha. Hasta que el tiempo nos vuelva a encontrar. Te amo.