Las campanadas resuenan a las 7.00 a.m todas las mañanas, retumban, me avisan —como esos tres pitidos del final de un partido— que ya es hora de ser persona. Me levanto, preparo mi café y estoy lista para tomar el tranvía número 15 hasta mi periplo de hoy. Iba a la Meca de cualquier futbolero o futbolera que se precie: el FIFA Museum.
Al llegar, nada más entrar, todo tiene sensación de estadio de fútbol. No me refiero por los gritos, los insultos, la cerveza, las pipas (siempre me he llevado una gran bolsa que he compartido con vecinos y vecinas de gradas), banderines o “Manolo, el del Bombo” (a este señor tuve el placer de verle en el España-Albania que se disputó en el Rico Pérez de Alicante un 6 de octubre de 2017). La sensación va más allá de estar en el terreno de juego; el nerviosismo, el césped (artificial), por donde pases y la cantidad de detalles que encuentras durante toda la visita.
Una vez en el mostrador compro la entrada en la que aparece Mohamed Salah, futbolista egipcio que juega como delantero en el Liverpool F. C. de la Premier League de Inglaterra. Veo a Salah en la entrada y me sale una leve sonrisa de estupefacción. Todos corean el nombre de Salah, todos quieren su camiseta; estos días yendo de aquí para allá sinceramente me he encontrado con una Suiza más racista y eso que se vanagloria de su multiculturalidad. En fin, esto lo discutiré en otra crónica porque el tema es la aporofobia y se debe hablar de ello, si bien el mundo del fútbol es un claro ejemplo donde se puede realizar un análisis en profundidad. Sin embargo, seguiré con mi visita y no preocuparos que hablaré sobre ello.
En esta primera sala cada rincón te ofrece algo diferente. Miras cada pared e, incluso, el techo porque hay pantallas por todos lados. Me tropiezo, porque soy torpe e iba sola. Había una especie de mueble con forma de caracol donde están todas las camisetas de todas las selecciones ordenadas por colores. Primero rojo, le sigue azul y, por último, el amarillo. El orden no lo entiendo y es difícil encontrar una selección, pero ahí encontré la de la española con su estrellita encima del escudo.
Una vez fuera de esta caracola de camisetas hay una pared acerca de la historia del fútbol; siendo más precisos, masculino. Se enfoca en las reglas sobre cómo fueron evolucionando y cambiando desde 1863. En ese año se funda la «Football Association», origen de la federación inglesa en la Freemasons’ Tavern de la calle Great Queen de Londres, donde se publicaron las primeras reglas de juego. Las normas fueron evolucionando como, por ejemplo: en 1866 se acepta que “pasar hacia delante será legal si un mínimo de tres adversarios se encuentran por delante del receptor del balón”. Asimismo, explican que «Football Association»: “Se ha jugado al fútbol desde el inicio de los tiempos: entre las primeras versiones, el cuju en China o algunos juegos con balón en Mesoamérica. Las primeras reglas del fútbol, incluidas las del fútbol asociación —el actual—, datan del s.XIX”. En todo ese bloque se pueden encontrar balones de antaño, fotografías, banderines, algún silbato, entre otras cosas. Aparte de la evolución de las reglas del juego también te encuentras con datos interesantes, como los torneos y copas que iban generando. Sin embargo, como no podía ser de otra manera, me quedé con todo lo relacionado a medios de comunicación. Muestran que la primera retransmisión radiofónica de un partido de fútbol fue el Uruguay-Argentina, un 2 de octubre de 1924, y la primera retransmisión televisada de un partido de fútbol fue Alemania-Italia, un 15 de noviembre de 1936.
Me quedo un momento parada, leyendo: “Las tarjetas rojas y amarillas se introducen en el mundial de México en 1970”. Además, ese mismo año en México se disputa la primera Copa del Mundo femenina de manera extraoficial, pero de esto hablaré más adelante. Asimismo, me encuentro que en el mundial de 1974, el reglamento contempla la tanda de penaltis en caso de empate en la fase a partido único. Aquí podemos decir que empezamos a ver lo que serían las bases sólidas del fútbol moderno que ahora conocemos. En esta misma vitrina, me quedo extrañada observando como una especie de hijo de R2D2 —o “Arturito” como dicen en Latinoamérica— pero no; se trata del satélite Telstar que fue encargado de transmitir por televisión la Copa del Mundo de 1970, por todo el globo, en color.
Si echaba la vista por encima de todo el conglomerado de información estaban los retratos de todos los hombres que han ostentado el cargo de presidentes de la FIFA. Al final encontramos a Gianni Infantino, quien ostenta el cargo desde 2016 (todo hay que decir que su antecesor le dejó un camino llano, peor no lo puede hacer). Y debajo de este presidente llegamos al final donde lo último que se alcanza a leer es «FIFA World Cup 2022 Qatar», y un espacio en blanco a rellenar. Sin embargo esto no es todo. Cabe añadir que se observa el cambio de reglamento en 2018 por la inclusión del videoarbitraje (VAR), que se utilizó por primera vez en el Mundial de dicho año. Aparece también que en 2019, USA ganó el mundial femenino y lo han representado con una imagen del equipo y de la fantástica Megan Rapinoe. Y, bueno, destacar que en 2014 pusieron una fotografía de Messi y Cristiano Ronaldo, que a mi parecer tienen mejores.
Antes de bajar unas largas escaleras que parece que vayas a entrar en el terreno de juego —de hecho, es muy curioso, hay un sonido ambiente que te recorre por todo el cuerpo porque es lo que los jugadores y jugadoras oyen mientras están en el túnel de vestuarios—, me detuve ante un par de vitrinas donde hay una medalla de los juegos de Río (2016), una camiseta de la selección alemana cedida por Josephine Henning y la camiseta de la selección brasileña donada por Marta. Es una maravilla y un orgullo. ¡Gracias a ambas jugadoras! Una vez bajando lentamente ese túnel de vestuarios ficticio te invade una sensación de nerviosismo como si tuvieras que salir a jugar. Yo iba con unas deportivas, así que pensaba que podía salir sin problemas, pero escuchas los gritos, las palmas, los coros, los cánticos, el jaleo y tu cuerpo se para… mucha presión, una sensación incontrolable. Un tema del que también se debería hablar en el deporte y atletas en los Juegos Olímpicos de Tokio ya han dado la voz de alarma. Es necesario.
Una vez abajo llegas a una pequeña sala con pantallas táctiles donde tienes un mapamundi, donde puedes elegir el país que quieras para obtener información sobre su selección de fútbol masculina (los detalles). Te marcan su clasificación mundial FIFA/Coca cola, entrenador o entrenadora —soy una maldita soñadora—, partidos de las selecciones absolutas (con las derrotas, empates, victorias y partidos) y un video de los mejores momentos.
En ese mismo espacio había unas vitrinas con objetos acerca de jugadores amateur que pudieron jugar en el Mundial de 1930 de la FIFA porque —a diferencia de los JJ.OO. — no tienes que ser profesional. De hecho, desde 1908, sólo las federaciones afiliadas a la FIFA pueden participar en los JJ. OO.
Los ganadores de los cinco torneos olímpicos de fútbol previos a 1930 son considerados por la FIFA como campeones del mundo amateur. Además, encontrabas las reglas de juego revisadas por Stanley Rous (Londres; 1936), el silbato de Abraham Klein mundial de 1970 y 1978, un cronómetro arbitral con cuadrante de 45 minutos (Francia, hacia 1950) y los escudos que llevan los árbitros y árbitras de la FIFA desde 1950.
Después de un montón de historia acerca del fútbol masculino, esas vitrinas bordeaban una vitrina mayor que estaba en la esquina derecha de la habitación. Tenía varios focos, alrededor espejos y el suelo era césped artificial —no entendía nada; son suizos, lo dejo ahí—. Brillaba, resplandecía, ahí estaba la carta magna, el libro sagrado, como quieras llamarlo, sobre el origen de la FIFA: el primer boletín emitido un 1 de septiembre de 1905, donde hacían oficial la FIFA. Quienes firman este acuerdo eran —adelanto, pequeño spóiler— hombres y europeos—: Robert Guérin y André Espir (Francia); C.A.W. Hirschmann (Países Bajos); Louis Muhlinghaus y Max Kahn (Bélgica); Ludvig Sylow (Dinamarca) y Victor Schneider (Suiza).
Y llegó a la última sala o eso creo.
Nada más entrar, ahí está, la copa del mundo masculina. Como dijo su creador Silvio Gazzaniga: «De la marcada tensión dinámica del tronco de la escultura emergen las siluetas de dos futbolistas en el emocionante momento de la victoria».
Aclarar que: el primer trofeo de la Copa del Mundo de la FIFA se conoció, a partir de 1950, como la Copa Jules Rimet. En 1970, Brasil se lo quedó en propiedad tras conquistar su tercer mundial. Desde 1974, el trofeo se devuelve a la FIFA después de la final. Los campeones mundiales reciben una réplica bañada en oro: el trofeo de los campeones de la Copa Mundial de la FIFA.
Mientras me hago el selfie de rigor, tengo enfrente la Copa Mundial Femenina y un escueto pero lleno de piezas simbólicas, de los mundiales femeninos. Todo hay que decir que el primer campeonato “oficial”, porque aunque lo de México estuvo ‘padre’, no fue oficial. Atentos y atentas porque el primer mundial se celebró en 1991 en China. Y, para más inri, los partidos duraban 80 minutos. En fin. En semifinales, EE.UU batió a Alemania 5 a 2; así comenzó la rivalidad entre las dos selecciones femeninas. En la final disputada en Cantón, 63.000 hinchas vieron cómo EE.UU., con dos goles de Michelle Akers, levantó el primer título mundial al vencer 2-1 a Noruega.
Me gustaría destacar de esta pieza el mundial de 1999. Celebrado en EE.UU. marcó un antes y un después en la historia del torneo. Todos los partidos se transmitieron por la televisión estadounidense y la final en el Rose Bowl de Pasadena (California), la presenciaron 90.185 espectadores. Así, EE.UU. consiguió su segundo título al imponerse a China en penaltis. La celebración de Brandi Chastain, tras el penalti decisivo, ha pasado a la historia del fútbol femenino.
En cambio, tenemos toda la sala dedicada a la otra banda. Los mundiales de fútbol masculino llevan celebrándose desde 1930. Los planes de la FIFA de crear un campeonato del mundo independiente de los JJ.OO. se hicieron realidad en 1930. Uruguay fue el país anfitrión a su centenario y a ser los campeones olímpicos de 1924 y 1928. Únicamente 4 selecciones europeas cruzaron el océano hasta Sudamérica. En el recién estrenado Estadio Centenario de Montevideo, Uruguay conquistó el primer mundial al imponerse a Argentina en la final por 4-2.
Sigo observando cada detalle, cada objeto, me quedo estupefacta de la gran conservación de cada cosa. Aquí no podía faltar el famoso Maracanazo (Brasil 1950); de hecho hay una maqueta de Maracaná. No obstante, personalmente, me sorprendió de este espacio las botas desgastadas y rotas del delantero brasileño Ademir en aquella Copa del Mundo. Ademir fue el máximo goleador del Mundial con 8 goles. Como dato: para grabar su nombre en las botas, utilizó clavos.
En el año 1962 —porque yo no voy a irme sin hablar de historia—, tras ganar los tres ‘oros olímpicos’, Europa del Este tuvo en este Mundial 4 representantes en cuartos: Hungría, URSS, Checoslovaquia y Yugoslavia —estos dos últimos se enfrentaron en semifinales—. Checoslovaquia contaba con Masopust, jugador europeo del año. Y Puskás jugó con España porque, tras la revolución de Hungría (1956), el jugador decidió establecer su residencia en Madrid.
Me gustaría destacar que en el Mundial de México de 1986, la imagen principal es Maradona. La mano de Dios. Aunque me quedo extrañada, no hay ningún detalle que me suscite mucha atención. Tendría que esperar…
Sigo hacia delante y me detengo en el año 2010. Recuerdo el sonido de las vuvuzelas y ver los cascos makarapa. Ahí estaban. La selección española cedió las botas de Iker Casillas —aún recuerdo esa parada con el pie a Robben y se me eriza la piel—. Había una camiseta que no era otra que de Joan Capdevila. Aún recuerdo cómo se ponía el cubata en el hombro en la celebración, ¡qué arte! Fue una maravilla, y no porque España ganó su primer título mundial —que también—, sino por esa plantilla unida previo a la mayor rivalidad del fútbol de España y mundial en los últimos años (el Real Madrid de Mourinho y el Barcelona de Guardiola). De ahí siempre destacaré a Carles Puyol.
Antes de entrar en otra sala, no sabía cuánto más podía ver. Si es que no daba crédito de que habían recuperado hasta chapas o tickets sin ningún rasguño. Pensaba si esa gente había ido al partido, ¡yo no tengo ninguna entrada sin estar doblada o un poco desgastada! Al fondo vi diferentes tipos de asientos de grada que podías usar para luego pasar a una última sala. Había un contador que establecía cuánto tiempo debíamos permanecer para pasar al siguiente nivel. Viendo que me quedaban 5 minutos me senté en las gradas del Estadio Minerão de Belo Horizonte, Brasil. Después de la espera, entrábamos por grupos a lo que pensaba que era, de una vez, la última sala. No me quería ir, pero sabía que esto se terminaba. Era una especie de cine con los momentos más destacados del fútbol. Ahí tocan con todas las debilidades de todo hincha del fútbol. Las grandes jugadas, las decisiones arbitrales que han cambiado más de un partido, los cánticos, las tanganas… Y barriendo para casa despedían el video con la victoria de España en el Mundial de Sudáfrica; ese momento de Iker Casillas alzando la ansiada copa. Los ojos no me daban más de sí con tanta emoción. Todos supieron que era española.
Una vez fuera de la sala de cine llegamos a la sala de juegos. Podías jugar a la Play, ver videos en un iPad, jugar a un futbolín o echarte unos toquecitos de balón. Fui directamente a buscar el videojuego FIFA ’98, siempre lo jugué en Nintendo 64 pero aquí estaba para PlayStation 1. Tenía que rememorar ese momento de mi infancia. Dando una vuelta por la zona de juegos, mi parte más revolucionaria sólo quería ver todo el negocio que está montado. No quiero ser aguafiestas y sé que todos y todas aquí sabemos lo que hay.
Pero despidiéndome del museo, mi última parada era la tienda oficial. Así que subí unas escaleras y llegué. Nuevamente, más vitrinas y allí encontré la camiseta de Maradona que no estaba a la venta, por lo que pensé: «¿No debería estar en la zona del mundial de 1986? Pero yo qué sé, son suizos alemanes. ¡Cabezas cuadradas!».
No obstante, estaban las botas de jugadores como Radamel Falcao, Lionel Messi o, incluso, Xabi Alonso a la venta. Las de este último se vendía un zapato por 450€. No tengo nada contra Xabi, de hecho me gustaba como mediocampista central en el Real Madrid, pero todos sabemos lo que hay aquí, y los Titos –grandes magnates, como F.P, entre otros- siempre están buitreando una pasión.