Categorías
Historias

Nacer inacabados 

Aprendimos a soñar con finales perfectos. Estoy cansada de soñar con finales perfectos, ¿qué sucede cuando descubrimos que la perfección no es más que una ilusión?

Hay algo esencialmente humano en nuestra incompletud. Nacer inacabados supone la razón verdadera por la que estar incompleto nos vuelve seres completos. Ser paradoja. Y visceral al mismo tiempo. Estar triste sin tener la ausencia de la altanera felicidad. Porque he estado pensando que tal vez, una no es lo contrario de la otra, ni están peleadas entre ellas. Se puede estar bien, estando mal, y viceversa. Pienso yo. 

Pasamos ─he pasado─ la vida buscando el fin de esa nota fulminante en la última canción; encuentros y despedidas perfectos. Creyendo que en algún punto todo se alineará, que habrá un instante definitivo donde finalmente y solo así: “seremos”. 

Aprendimos a soñar con finales perfectos. Estoy cansada de soñar con finales perfectos, ¿qué sucede cuando descubrimos que la perfección no es más que una ilusión? Que la vida es, tal vez, un borrador que se reescribe constantemente. Entre suspiros y parpadeos. Sublime y sutil. Casi imperceptible. Comencé a comprender esto de manera más profunda, cuando hice las paces con mi cotidianidad, y no me refiero solo a aceptar las mañanas repetidas o las rutinas monótonas, sino a ver en estos momentos la sustancia de la vida. Supongo que por algo se reza en silencio. Entonces, es en el silencio de mi cuerpo donde mi alma madura, se expande y me habla en susurros. Lenta pero constante, como una planta que se nutre de la luz del sol: sin prisa, sin forzar su crecimiento. Me cuestiono a menudo si no es eso lo que hacen los artistas. El pintor no siempre sabe cómo terminará su obra. El escritor a menudo descubre el final en medio del proceso de creación. Nosotros, en la vida, somos iguales: improvisamos, corregimos, comenzamos de nuevo. Sobrevivimos a la belleza innegable en el hecho de que nunca terminaremos de crecer. Que las arrugas en el rostro, las cicatrices en la piel, las huellas que dejamos en el suelo, son las marcas del viaje. 

Me queda claro que somos seres incompletos, en infinita evolución como cualquier obra hecha por y para el arte, vamos siendo completados, lijados, pintados, martillados. Almas y corazones en proceso de construcción, expuestos a heridas que requieren tiempo y trabajo para encarar a lo que llaman destino. Este complejo arte radica en aprender a transformarlas en sabiduría, en sanación, convirtiendo las cicatrices en parte de nuestro crecimiento, pincelada a pincelada, en cada técnica una lección, en cada borde una herida que ahora es parte de nosotros. Abrazar nuestra naturaleza inacabada. Una mezcla perfecta de la rutina y la ruina. Convencida que no existe una versión definitiva de nosotros mismos; somos infinitos en nuestra capacidad de cambio. Esta idea, lejos de ser una carga, es liberadora. Nos permite caminar sin la presión de llegar a un destino final. 

Me pregunto cómo me definen temporalmente los pequeños actos, las risas compartidas durante una caminata, el silencio en la intimidad de mi habitación con las velas encendidas, una conversación inesperada, una sonrisa intercambiada con un desconocido, el sonido del viento en las hojas al final de la tarde. Toda la belleza de los pies descalzos sobre lo cotidiano. Sinfonía inacabada a lo que construye un solo ser. Es en esa incompletud donde florece la verdadera belleza. Y quizás, en lugar de buscar respuestas definitivas, lo que deberíamos hacer es abrazar el misterio. Hay algo profundamente bello en no saberlo todo, en vivir con la incógnita, en sentir la vida como un río que fluye sin cesar, sin necesariamente buscar un destino. 

Y al final, quizás no se trata de buscar finales, sino de aprender a caminar con el corazón abierto, dispuestos a ser sorprendidos por un poema dentro de una taza de café, una pintura en cada paisaje que contemplamos durante nuestro camino. Me niego a exigirme a saberme todas las respuestas o llegar a una versión ideal de mí misma. 

Me reconozco como un ser humano inacabado que vive a través de la luz del sol colándose entre las cortinas, en los boleros bohemios que crecí escuchando las mañanas del domingo, en los secretos que he guardado, en las manos que han estado entre las mías. Me reconozco en los seres humanos que he amado. Soy de las personas que se han entregado a la fragilidad humana de sentir, sucumbir a la creación del universo y perdernos en el recuerdo destinado al olvido. 

Nací inacabada y es liberador saber que nunca estaré por completo completa.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *