En tiempos donde las nuevas historias de ficción sobre fútbol giran en torno a series como ‘Club de Cuervos’ y películas de Adrián Uribe, no parece mala idea recuperar ‘Rudo y Cursi’. Encima, la química de dos protagonistas que en sí son grandes aficionados al fútbol, es garantía.
Por: Andraujo
En un zapping televisivo digno solamente de un domingo por la noche me encontré con ‘Rudo y Cursi’, una película que no veía desde que diez años atrás hubiese salido en el cine. En aquella época, con trece años de edad, era para mí todo un acontecimiento que generara tanta atención una película sobre fútbol –creo que acudí a ver ‘Rudo y Cursi’ con un entusiasmo solamente comparable al causado por ‘Nacho Libre’ y ‘Los Simpson: La Película’. Al terminarla, y contra todo pronóstico, descubrí que la película no había envejecido tan mal.
Como buen niño embobado por el fútbol, he de confesar que mi película de cabecera fue siempre ‘Atlético San Pancho’; verla ahora es francamente doloroso, aunque no tanto como toparme con ‘Gol!’, su secuela y los irrisorios cameos de medio planeta futbolístico. Vibré más en el cine con los goles de Kuno Becker que con el fatídico penalti de Gael García; pero ahora, con otros ojos, encuentro que la película de Carlos Cuarón es francamente superior. Por mucho.
El gran mérito de ‘Rudo y Cursi’ es que no trata al fútbol como un vehículo para impulsar una feel-good movie basada en el intangible concepto de pasión. Me explico: el balompié, con toda su sarta de términos que desembocan en lugares comúnes –pasión, corazón, garra, etc…-, ha sido concebido por diversas películas como una posibilidad para crear melodramas desbocados. El maniqueísmo en ‘Atlético San Pancho’ se entiende: finalmente es una película infantil cuyo objetivo es precisamente girar en torno a buenos y malos –además: qué mejor que Luis Felipe Tovar en el papel de un director técnico que hoy en día se vería inspiradísimo en Tomás Boy-, pero en ‘Gol!’ es demasiado. El heroísmo de Santiago Múñez no tiene ni un atisbo de verosimilitud; la película vale la pena por el pretexto de ver qué grandes figuras del fútbol internacional salen en pantalla, pero para ello prefiero ver la saga de ‘Torrente’.
‘Rudo y Cursi’ no descubre ningún hilo negro, pero a partir del funesto final de los protagonistas descubre la idea de tratar el fútbol como un monstruo indomable. Por encimita, pero trata en cierta forma lo cruel que puede ser la fama repentina del futbolista; probar el éxito y caer pronto. Se trata a la gran bestia que es el medio futbolístico como un fenómeno que engulle y escupe a sus participantes a la menor provocación, lo cual se asemeja más a la realidad que las idílicas historias de éxito de Santiago Múñez y el ‘Capi’ Tafoya.
Por último, otro punto a favor de ‘Rudo y Cursi’ es el personaje de ‘Batuta’: un ojeador argentino que recorre los llanos en busca del próximo gran diamante, y se vive la película recitando en voz en off una enorme cantidad de cursilerías en torno al balompié. Casa perfecto con un medio futbolístico, el mexicano, que se ha llegado a reír de sí mismo por marearse tan fácil con vendedores de humo que, al soltar el acento argentino, romantizan cualquier frase que tenga que ver con la pelota.
En tiempos donde las nuevas historias de ficción sobre fútbol giran en torno a series como ‘Club de Cuervos’ y películas de Adrián Uribe, no parece mala idea recuperar ‘Rudo y Cursi’. Encima, la química de dos protagonistas que en sí son grandes aficionados al fútbol, es garantía.
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