No sin picardía, Adela Micha interroga a Porfirio Muñoz Ledo, de 89 años.
– ¿Qué te ha dado la edad y qué te ha quitado? Sabemos lo que quita, por supuesto, sabemos lo que quita.
–Eso que crees que quita, a mí, no me lo ha quitado.
Faltan pocos meses para el deceso del viejo estadista y concede una de las últimas charlas a un canal de internet. Porfirio es historia viviente y sin duda querrá resumir los grandes eventos del siglo pasado y presente, en los que México pasa del autoritarismo a una democracia menos estrecha, aunque lastrada por la desigualdad. La ocasión es propicia para un recuento.
En vez del brillante discurso que cabe esperar de él, Muñoz Ledo se pone confesional; nada de reformas constitucionales, de teoría del Estado o de derechos humanos; incluso desaparece el tono dogmático de su voz. Debido a la vejez, algunas palabras se ahogan en su boca y los labios se mueven sin decir nada.
Pero el espíritu combativo que lo caracteriza logra atravesar esos silencios y habla entonces de sus papás, de su niñez y de sus aficiones.
Feliz, con ese adjetivo define su infancia Porfirio Muñoz Ledo y Lazo de la Vega; declara provenir de una pareja de maestros que estimulaba el gusto por la lectura y el estudio. Si bien sus padres eran empleados públicos, nada les faltaba.
Una de las principales diversiones en casa de los Muñoz Ledo era la declamación. A esta costumbre atribuye su facilidad para la oratoria y la mnemotecnia. Sus padres organizaban veladas en las que niños y adultos recitaban algún poema o fábula frente a un pequeño auditorio; para aumentar el efecto teatral, colocaban una cortina entre los espectadores y el actor para entrar y salir a escena.
De su madre, maestra de primaria, Porfirio Muñoz Ledo heredó el interés por los libros; de su padre, profesor de educación física, el gusto por el deporte, particularmente el box. Pocas veces se halla una congruencia tan exacta entre la formación impartida al niño y el adulto devenido en la madurez.
Debe haber un secreto para crear un hombre como este, grande para pensar y para pelear; debe haber una fórmula que pueda utilizarse en otros niños para criar hijos capaces y alegres. En efecto, la hay, según el propio entrevistado:
–La impronta de la familia es muy importante; familias unidas.
Dice Muñoz Ledo que sus contemporáneos depositaron su fe en la educación, pues creían que solo el estudio conduciría al crecimiento. “(Éramos) una generación educada en el valor de la escuela: perfeccionista, nacionalista y meritocrática”.
A lo largo del coloquio no disimula su emoción por las aulas, a las que trata como santuarios del saber. “Era una convicción del valor redentor de la educación, el valor transformador”. Muchas de estas expresiones deben tomarse como descargas subjetivas y no como datos objetivos de su forma de pensar.
Desde los primeros años, el niño Muñoz Ledo se convence de que la ciencia es el único camino para transformar la existencia. Bajo este concepto, a mayor educación, mayor prosperidad e igualdad. Este mozo racionalista no puede sino dar paso al intelectual jacobino que vendrá después.
Terminada la preparatoria, Muñoz Ledo emigró a Francia para cursar la universidad, donde los salones de clase bullían de materialismo y estructuralismo. En ese ambiente, el joven Porfirio se movió como rapaz en dulcería. Aquí se decide la influencia francesa en el pensamiento que desarrollará como líder de izquierda: el anhelo de un país protector de las libertades y los derechos sociales.
Aprovecha este pasaje para referirse a su gusto por los escritores franceses.
–Nosotros combinábamos la literatura con la lectura de los textos teóricos. Para nosotros, era importante leer a Malraux; ahí comenzamos nuestra lectura de Sartre.
Hay una especie de tributo a la cultura francesa en esta conversación postrera. Ni alemanes ni ingleses, que sin duda lee, son los galos sus primeros referentes. De hecho, afirma que las grandes obras, para los de su promoción, eran los teóricos del Estado y “las reflexiones francesas”. Destaca en particular a Marc Bloch, genio historiador a quien los nazis ejecutaron, junto con otros veintiséis profesores, en 1944.
De vez en cuando, entre pausas y vacilaciones, el anciano tribuno parece autoanalizarse como si tomara distancia del joven que fue, como si ahora lo desconociera, un rasgo insólito debido a sus convicciones casi pétreas. Se creería que deshoja su libro favorito porque ya no le dice nada.
–Quizás yo desarrollé un pensamiento en exceso historicista; ahí están los estructuralistas… Levi Strauss… la estructura social, la estructura económica, los afluentes culturales, los problemas demográficos…
La otra vida que le ha dado fama es la de bebedor, cosmopolita, fumador, galán, bailarín, iracundo, elegante y diplomático. En todas estas facetas, amigos y cercanos señalan su astuto sentido del humor.
¿Qué hay del niño declamador o del joven pensador en este hombre a punto de llegar, apenas sin fuerzas, a los 90 años? Adela Micha le pregunta si ha pensado en la muerte o qué idea tiene del final. Bueno, seguro que se inclina por no esperar ni otra vida ni un más allá, si nos apegamos a la enorme biografía intelectual que ha cultivado y a los principios que ha sostenido en público.
Como en raras ocasiones, Muñoz Ledo se muestra inseguro de opinar sobre el tema.
–Te confieso que, hace varias semanas, estuve filosofando mucho y quiero abstenerme de hacerlo.
Por más que rehúya, el viejo Porfirio sabe que debe responder, que deberá sacar ese sentimiento guardado, quizás el secreto de su vida. Como siempre, su gran elocuencia llega en su auxilio y comienza a explayar un argumento metafísico a modo de introducción. No existe la muerte, sostiene Muñoz Ledo, sino un contínuum, como aprendió del maestro francés.
–Marc Bloch dice que el presente no existe; existe el pasado y existe el futuro, que (todo) es una sucesión.
La respuesta deja insatisfecha a la periodista y lo fuerza a precisar sus palabras. Algo no cuadra en ese tono místico con el racionalista que la gente conoce. En el fondo, quizás, Adela Micha quiere que profiera un grito rebelde, el último y más estridente, acorde con lo que ha vivido.
Sin embargo, la reacción de Muñoz Ledo la deja anonadada.
–Mientras haya una religión en el mundo –dice nuestro personaje–, habrá una idea del más allá.
–Pero, ¿tú crees en eso?
–Estoy en una época de revisión de mi pensamiento. Sí, me siento mucho más cristiano.
Adela parece decepcionada.
– ¡Ah!, ¿sí?
–Sí, mucho más ahora. Me siento mucho más cristiano porque acabo de entender, en una revisión de mí mismo, que la idea de pecado que tenemos es una idea atrasadísima; viene del Antiguo Testamento.
El que habla ahora es un desconocido, un abuelito religioso que no fue invitado al programa.
–En mí se ha despertado, de nuevo, un sentimiento cristiano muy fuerte, pero dentro de este concepto de quedarse con lo esencial.
Cabe decir que esa noche, frente a las cámaras de Nodulotv, murió el jacobino que habitó en Muñoz Ledo la mayor parte de su vida. Esa fue su primera muerte.
Ha soltado el equipaje político y filosófico que cargó como titán, lleno de fuerza y orgullo. Se ha quitado la máscara de libertino que enseñó por largo tiempo. La redención del hombre, su transformación, ya no está en la ciencia sino en Cristo; así deja las cosas Muñoz Ledo al final de su vida. Es entendible la decepción que esto causa en una comunicadora liberal como Adela Micha, de ascendencia judía además, lo mismo que en ciertos masones.
Este desenlace de ninguna manera marca un camino o enseñanza para nadie, ya que numerosos intelectuales permanecen ateos o agnósticos hasta el final. En la diversidad de vidas que contiene el mundo, la del constitucionalista tomó esa deriva.
¿Cómo debe tomarse la conversión de Porfirio? ¿Es un acierto, un error, un disparate? Caeríamos en el sectarismo con cualquier respuesta de estas; para los materialistas, hizo mal; para los creyentes, se redimió. Si sorprende tanto es porque advertimos que nunca llegamos a conocer bien a una persona. Al final, queda el ejemplo de un hombre que toma una libre decisión, cualquiera que esta sea.
El 9 de junio de 2023, en su casa, falleció Porfirio Muñoz Ledo; no se conocieron las causas del deceso. Fue su segunda y última muerte.