Algunos gobiernos están considerando la idea de usar las pruebas serológicas para SARS-CoV-2 como pasaporte de inmunidad: tener o no ciertos anticuerpos para determinar si las personas pueden tener mayor movilidad, regresar al trabajo, han puesto en el foco el inhumano estigma y las actitudes discriminatorias, como sucedió en los años ochenta con las personas seropositivas. Se trata de una forma de supremacismo que se enlaza con eugenesia, y que ni siquiera debería ser punto de debate.
De ahí el exagerado discurso de empresarios multimillonarios sobre el confinamiento y el paro de la economía, su condición privilegiada les sigue protegiendo (tienen dónde pasar la cuarentena sin temor a la claustrofobia). Salen a la calle conduciendo su Clase C y exigiendo que sus empleados, chóferes, empleadas domésticas, jardineros y clientes vuelvan pronto a ocuparse de sus necesidades, sin importarles se expongan al virus en un abarrotado transporte público para desplazarse a sus trabajos.
Todo por el bien de la economía y la libertad. Son una forma escandalosa de poner –una vez más– a la clase trabajadora de barricada. La reactivación desde abajo, ofreciendo en sacrificio a la clase precaria con la seguridad de que siempre habrá un repuesto para los caídos.
Ese dejar morir, de esos personajes (empresarios y políticos) del poder y del dinero, incluye las apelaciones a la inmunidad de grupo, grupo al que nunca están ellos, somos tú y yo, con las cuentas del banco en mínimos y las facturas a pagar. Los peones sobre los que se asientan sus fortunas, las audiencias de sus programas y hasta sus votantes. Son iguales a ese tipo de personas que hace décadas usaban las palabras “sidosos”, “prostitutas” y “perros judíos”.
No han aprendido nada y no les interesa, están acostumbrados a vivir sobre las osamentas de los demás. Esta vez, como todas, sus déficits los vamos a saldar con nuestras vidas.