Hace un par de meses, a través de el Museo de Arte de Zapopan (MAZ), la poeta [experimental] Carla Faesler impartió el curso sobre Pensamiento accidental, como marco a la exposición Belleza: Antídoto y Veneno. Ahí, a través de cuatro sesiones en las que se trató de dilucidar un lejano porqué de la escritura, los criterios que conforman nuestra manera de leer y escribir, cómo es que pensamos, qué hemos aprendido y más, se desarrollaron una serie de ejercicios de escritura que, devenidos ya en algo concreto, se conforman, ahora, en esta serie de imágenes, poemas, diluvios, configuraciones y, sobre todo, pensamientos accidentados.
Sala Anja Aguilera
Una herida es la pérdida de continuidad en la piel,
un mal recuerdo, pérdida de continuidad en la memoria:
unir los retazos desgarrados de quien vive lejos del manto nutricio
a evocaciones punzantes como agujas;
nadie pone cruz de tijeras tras su puerta,
ni sutura su nostalgia con historias de brujas, ruecas y husos;
hacer pespunte a las dulces añoranzas que han gastado
las malas horas, malas camas, malas compañías,
tirar, halar la costura, añudar las puntas,
gaviado que oculte las muescas de la memoria.
Somos la juntura de otros fragmentos
unidos con un solo hilo en gaviado:
nuestra madre es un retal de su madre,
nuestro padre, áspero retazo de la orfandad;
recortes de ciudades y libros también nos conforman,
gules de pasiones y flores de lis en franco cuartel;
almazuela cabaña con el fuego al centro
que al girar las piezas se torna granero o diamante;
las puntadas del tiempo hilvanan besos,
caricia murmullo en medio de la oscuridad;
por el revés se unen los parches, pan del día,
simétrica labor de costura donde se yace de noche;
aguja que entra y sale, pespunte que superpone las ideas
de otros sobre las nuestras: ya todo está dicho.
Venimos de la misma horma, mas con otros atavíos:
alegría, tristeza y miedo desatados por el deseo;
vuelo de oca tramado por la labrandera,
muda de graznido, zurcido sobre celajes de fieltro.
Somos almoçalla de remiendos bordada con primor,
asechanza de la vista que se pierde en su laberinto.
Sala Lourdes Armendáriz
[Ejercicio del yo]
Nací en 1966, de una familia de artistas, crecí oliendo óleo, oyendo piano, guitarra, era genial, nos gustaba bailar a todos, fiestas de disfraces, del
15 de septiembre, navidad
quieres encajar e ignoras las reglas,
recuerda que vives en un enjambre de borregos
viajes, seducción, Paris
tortura, una máquina de hormonas en un voluptuoso cuerpo con fractura cerebral
Vives entre arboles cerca del sol
eras un caballo salvaje que se ha dejado domar tu cuerpo sabe a sal
he sobrevivido
mariposas
amnesia, olvido
morir
amar
Lu von Freytag
Sala Paulina Hurtado
[Serie de recordatorios]
Sala Adriana Vera
[Ejercicio del yo]
YO
Nací niña-héroe
romántica novela
feminista tira cómica
dramático diario personal.
Crecí pretenciosa revista,
periódico tradicional
blog cliché, Internet.
Redactora, editora, influencer,
youtuber, acteur.
Viví políglota, multicultural
cosmopolita
palabras, letras, sílabas
diptongos, hiatos. Hitos.
Sufro metáforas,
hipérbatos, comparaciones.
Muero en guiones, personajes,
trillados géneros, rígidos
formatos.
Mellifera mellifera
Sólo quieres miel
egoísta ser
sediento de tech
no logos.
API’s
haciéndote llegar
whatsapp’s y sms’s
interfieren la señal.
Pesticidas
mundo sin orquídeas
conexión virtual
cambio climático:
los juegos del hambre.
Obra negra
Me mudé a un castillo en el aire,
aún en construcción.
Sus planos azules, nubes.
Varillas vanas.
Cemento en el alma.
Muros a medias
no sostienen losas.
Alberga el abandono
salitre y humedad.
Sala Yadira Martínez
[Ejercicio del yo]
Hola. Me presento:
Un alga fuera de lugar.
Soy la insegura variación genética de un alga, sensible desde el talo hasta el disco de adhesión, expulsada de su entorno por la engañosa promesa de mayor pluricelularidad. No soy más microscópica pero aún sobre reacciono a los peligros contrayendo mi forma y acidificando mis intestinos lamosos. Es algo visceral, un sistema de autodefensa que, a pesar de mi voluntad se activa cada que me encuentro frente a algún perro o sé de un asalto, un temblor, una jaiba, una ostra, un calamar…
Quienes me conocen saben que soy friolenta, será que una parte de mi sigue abajo, será que en el envés de mis poros retengo recuerdos fotosintéticos por lo que en las mañanas gusto de caminar sin prisa sobre banquetas mojadas en un instintivo intento por atraer luz de sol hacia mí.
Si me ves en el transporte podré pasar por una silueta más, algo despistada sin grandes ambiciones, ordinaria, olvidadiza, aparentemente confundida, rotando entre la gente; es esta mímesis de la corriente oceánica llevando mis pensamientos en vaivén. Espiral tras espiral persigo la palpitante huella de una proporción áurea fosilizada en lo profundo por un inmenso tornado de mar. No te extrañe si pierdo el hilo de una charla atendiendo las texturas del concreto donde sé se esconden las cangrejas a la menor provocación, si me olvido del celular ante el golpe de las olas cuando desciendo del vagón en horas pico, si rodeo cualquier coladera o callejón agreste por no interrumpir el profundo canto de las ballenas o si aún espero el regreso de colonias coralinas sobre el óxido de varillas, los automóviles abandonados y los puentes peatonales; procuro parecer persona, aunque a veces gana esa vieja memoria de mar.
Sala David Paredes
[Escritura del yo]
Soy David, nací en la ciudad de México de los años noventa en vísperas de lo que sería considerado el mayor fraude en la historia del país, es decir, el FOBAPROA, y unos meses antes de la entrada en vigor del TLCAN, lo que desencadenó la revolución zapatista en el sur y un montón de esperanzas rotas.
Nací en noviembre, mes que, según la astrología, corresponde a scorpio, aunque jamás me han leído las cartas astrales, pero, a decir verdad, cierta personalidad chocosa, inquieta y presuntuosa me acosa desde que tengo memoria.
Vivo en Ecatepec, ciudad-dormitorio, ciudad-habitación, mundo roto, dañado que parece imposible para desarrollar modos de vida dignos. Yo no conozco la privacidad, no conozco la “habitación propia” de Virginia Woolf, pues mi única habitación soy yo, una habitación sin techo ni paredes, abierta y sensible hasta la irritación.