La música sentimental tiene la especial cualidad de llevarte hacia atrás en el tiempo a la vez que te lleva hacia delante, y por eso te sientes nostálgico y esperanzado a la vez.
Alta Fidelidad; Nick Hornby.
Spotify es una herramienta que ha sido criticada por la explotación que hace del talento de otras personas, de artistas (y no tanto). Por cada vez que se escucha una canción, la plataforma musical (en promedio) paga alrededor de $0.00437 (USD) a los involucrados, necesitando un total de doscientas veintinueve reproducciones de éstas para ingresar $1.00 (USD). Viéndolo así, me entero que hay bandas o solistas que se han llenado los bolsillos gracias a mis obsesiones musicales (y sentimentales) pasajeras o permanentes. Ignoro cuál sea el acervo, la cantidad de novedades, la logística de recopilación de archivos, cesión de derechos, bloqueo de piratería o pormenores que deba un negocio de este calibre.
Solía ser (casi) melómano, hasta que la crisis económica llegó —la mía—, pero sobre todo dos hijas y un divorcio me tomaron por sorpresa (lo de las hijas no tanto, a decir verdad: sí estuve involucrado en el proceso de fabricación). Mi presupuesto mensual podía tener altas y bajas, pero siempre (siempre) había espacio —en la medida de mis posibilidades— y dinero para comprar música. Primero, LP’s, sencillos y casetes; luego fueron CD’s, hasta que un día un señor de apellido Jobs y nombre Steve modificó todo. La industria musical cambio para siempre. No sé si para bien o para mal; solo sé que nunca será igual.
Todos los lunes, Spotify agrega una lista de sugerencias, Discovery of the week, en base a un algoritmo relacionado con los géneros que se suelen escuchar. Esta lista semanal ha sido factor importante para “empaparme” un poco —solo un poco— de las nuevas corrientes, nuevas bandas. La radio y sus radiodifusoras, que llegaron a ser mi principal proveedor de conocimiento, han quedado relegadas en el tiempo. Una lástima, durante un periodo considerable disfrute su compañía. Viajes, tareas, trabajo. Como muchas de mis relaciones en la vida se quedaron confinadas a ser vistas en la lejanía y con cierto cariño. Recién compré un tornamesa. Más por hacerme compañía que por motivos musicales, mi hermano conservó algunos de los muchos acetatos que compramos y me ha cedido algunos (muchas gracias). De la colección de CD’s, no hay noticias. Me deshice de ellos en una de mis tantas mudanzas, ignoro si la tecnología los revivirá en algún punto del futuro. No quiero que algún día, cuando deje de circular por la tierra, mis hijas se pregunten qué deben hacer con tanta basura —¿por qué mi papá guardó esto inservible?
Los días estuvieron cargados de pendientes, urgencias y episodios sentimentales. Para hacer más ligera esa carga, procuro hacer mis actividades acompañado por música (incluso aquellas que envuelven sentimientos). El género musical va de la mano con mi estado anímico, Spotify permite (como muchos saben) la concentración de listas a la carta. Cada quien sus ansias. Hay quienes arman las suyas de acuerdo a la ocasión. Hay quien comparte las suyas o quienes buscan la música significativa de alguien más. Todos somos libres de decidir de acuerdo a su sentido del oído (o del ¿gusto?). Una de las carpetas que tengo pre-armadas es con música de la década de los ochenta, época en la que terminó mi niñez y se desarrollo mi adolescencia (de adolecer), fin de mi escuela primaria y mi carrera como bachiller. Es una época a la que regreso con frecuencia tanto por nostalgia como por la calidad del material producido.
Esta semana, sin embargo, por motivo de un viaje fraternal planeado hace una pandemia, escogí una lista “pre-armada” por la misma plataforma: Hits de 1989. Aquel año fue un parteaguas en mi vida. Terminé la preparatoria, mi hermana mayor se casó, iba a iniciar ingeniería química (del verbo estaba perdido) y terminé el año en los Estados Unidos; técnicamente en Roma, Italia, pero eso es otro texto. La música de ese año, por diversas razones, se quedó grabada en zonas muy específicas de mi memoria. Así que decidí, por escuchar algo “diferente” a la lista que mi oído conoce al dedillo. Eché un rápido vistazo al setlist que presentaba, reconocí la gran mayoría de las canciones, incluso aquellas que no me agradaban pero que eran programadas con frecuencia en las estaciones de radio de la época. Los pendientes —muchos— eran prioridad y solo necesitaba compañía para hacerlos. Siete y quince de la tarde (¿noche?), cuando en la (triste) bocina de la computadora una canción asaltó por sorpresa el espacio que había entre el monitor y yo. La había escuchado hace (muchos) años, pero nada para escribir a casa, era incluso parte de un promocional de la estación de radio que sintonizaba entonces: WFM 96.9. Creo —no estoy seguro— que algún día escribí que la música (junto a los olores) nos pueden transportar. Pues eso. Durante un minuto mi cuerpo (desconozco si fue el de aquel entonces o la versión de hoy día) estuvo en algún día soleado de la primavera de 1989. Regresé a 2021 con un poco de neblina en el corazón. Sabía que ese fin de semana visitaría a mis mejores amigos en Mérida, Yucatán; es posible que mi sensibilidad estuviera influenciada por eso. O no, que lo que percibí fuera real, que por sesenta segundos estuve sentado en mi salón de clases, viendo el reloj esperando a que terminara mi clase de química orgánica, que buscaba dónde guardar mis notas, que tenía en la mente qué partidos habría el fin de semana, que guardaba en mi backpack negra todas mis ilusiones e inseguridades sin mediar un orden y que al final de mi jornada dormiría en casa con Goyo y Cristy.
La noche que regresé a la Ciudad de México proveniente de Mérida, además de un par de souvenirs comprados en el aeropuerto local a ultima hora, cargaba con una conciencia de la relación del pasado y el presente. Las casi setenta y dos horas que estuve en la Ciudad Blanca fueron una sesión de reinicio, con lo que viví y donde me encuentro. Recordamos lo que el corazón vivió (o lo que quiso vivir). Recordamos lo que nuestra memoria conserva o permite avistar si estamos preparados para hacerlo. Los archivos los vamos almacenando y luego los desplegamos para tratar de entender nuestro presente, incluso cuando no tienen relación alguna. Buscamos refugio y apoyo en quien nos acompaña y la amistad —cambiante como nosotros mismos— va adaptándose al día. La vida va sucediendo con mayor velocidad conforme crecemos, aunque nuestra movilidad vaya disminuyendo. Y al final, las cosas (la vida, nuestras vidas) siempre serán mejores si podemos compartirlas.
Una respuesta en “Playlist / mi memoria”
Ese mi pats. Hemos compartido algunos pedazos de la vida del otro. Muchas cosas en la vida pasan, y el juntarse, como en merida, para recordar viejos tiempos fue interesante. Cada uno de nosotros batalla con, y disfruta su – vidapropia, pero siempre estamos muy cerca (whatsapp) como para seguir compartiendo momentos y dándonos algun consejo. Un abrazo