Con el tiempo se pierde el ruido de los días, se vuelve difícil recordar con precisión cómo sonaba la vida cotidiana, cuál era la idea de silencio -cuál era el repertorio de sonidos que incluía el ruido blanco: los estornudos, toses, suspiros y bostezos, los autos y camiones pasando de largo, el esporádico voceo de vendedores y predicadores, el caprichoso rugido del refrigerador, las sirenas distantes, las alarmas y los pájaros que imitan alarmas, las melodías silbantes o murmuradas, los temblores de las puertas, e incluso las palabras, las frases plenamente articuladas en tonos que no rivalizan con el silencio. Todo el mundo habla solo, por ejemplo. Eso nunca sale en las películas. En las películas que alguien hable solo parece intolerable. Todos hablan solos, pero si ven una película en que la gente habla sola, capaz que se retiren en la mitad, indignados, y vuelvan a sus casas a decir en voz alta, a nadie: qué mala película.
Poeta Chileno; Alejandro Zambra.
I
Resulta difícil andar por el mundo cuando éste, cada día, se está convirtiendo en una auténtica distopía escrita por George Orwell, Aldous Huxley, Ray Bradbury, Emiliano Monge, Edmundo Paz Soldán, David Miklos o Fernanda Trías: prisas, sobrecarga de imagen, de información, de tráfico, y personas con miedo a sentir y ser en libertad. Lo que, invariablemente, se termina reflejando en el universo personal.
De pronto, un día me encontré frente a mi pila de libros de literatura de ficción sintiendo que todo era un fraude, que leer ficción era una forma muy absurda y cobarde de pasar el tiempo.
Me quedé, tan sólo, con los libros de espiritualidad y esoterismo, que para mí han representado una forma de reconectar con la vida, conmigo mismo. La poesía era, como mucho, el respiro antes de volver a otro libro de temática espiritual o esotérica.
Luego aparecieron las novelas ambientadas en temas mágicos o brujeriles, las cuales me parecieron un poco más congruentes leer, pues mezcla perfectamente el conocimiento mágico-esotérico-espiritual y la construcción de mundos completamente ficticios y lejanos de una auténtica realidad palpable.
La novela histórica tampoco la dejé. Siempre la he visto como una forma de alejarse del discurso oficialista y darle paso a una verdad más auténtica y propia.
II
Sin embargo, nunca dejé de ir a presentaciones de libros ni de escuchar a otros escritores.
Necesitaba mantener la conexión con eso que siempre me hizo feliz, pero en estos momentos me parecía insuficiente, vacío y sin sentido.
III
De pronto, un día en una conversación casual, pero nostálgica, con poetas amigos, vinieron a la mente recuerdos sobre los caminos andados: los pininos literarios, los primeros eventos organizados y, los guías y amistades que formaron parte, pero con las que perdí o descuide el lazo por andar inmiscuido en la prisa y persiguiendo al futuro sin disfrutar el presente.
Días después de la conversación, me puse a revisar los libros dedicados, a reordenar las lecturas pendientes y decidí que la mejor forma de reconectar con aquello que me hacía feliz: la literatura de ficción era por medio de leer a las escritoras y escritores que admiro y/o les tengo un cariño inmenso.
IV
De Alejandro Zambra había leído su poemario Mudanzas y sus novelas: Formas de volver a casa y La vida privada de los árboles. En espera tenía: Poeta chileno, Mis documentos y Facsímil.
La narrativa de Zambra siempre me ha parecido íntima, honesta, conversacional, rítmica y cautivadora, por ello me pareció prudente retomar el camino con Poeta chileno.
V
Poeta chileno narra la historia de Gonzalo que se maneja en tres bandas:
La amorosa que se mueve en tres momentos: un noviazgo que fracasa como toda relación adolescente, el reencuentro con un viejo amor que resulta ser madre soltera y deciden reanudar lo que alguna vez no funcionó, y el término de esa aventura por diferencia de caracteres.
La poética que se mueve en tres etapas: las ganas de ser poeta y publicar su primer libro sin pensar en las consecuencias y apostando por la ilusión, el dejar de escribir poesía por sentirse inmerecido del título derivado de la ausencia de una “supuesta calidad” y el retomar la escritura poética movido por una renovada ilusión.
La de ser padre postizo que vive, también, tres momentos: aceptar ser padre como parte de una relación y convertirse -poco a poco- en la figura paterna que todo mundo necesita, luego la lejanía y distancia derivada de la inmadurez y desconocimientos de cómo manejar la figura de un padrastro; y el retorno de esa relación como la figura formativa y amistosa al mismo tiempo.
Como hilos de estas historias el lector conocerá la historia de Carla con sus fracasos e ilusiones -ese primer y único amor de Gonzalo y madre de Vicente-, y la vida de un Vicente joven que vive desilusionado de las instituciones oficiales (quizás porqué las estructuras sociales básicas lo han defraudado), pero con la ilusión de convertirse en un gran poeta y así formar parte de una extraña comunidad: la de los poetas chilenos.
Y para entender el universo poético chileno y como un recurso juguetón e interesante para plasmar una crítica a la estética y evolución de la poesía chilena, aparece Pru: una periodista estadounidense que llega a Chile -huyendo de un fracaso amoroso y en busca de un reportaje- donde, después de tener un encuentro ocasional con un joven poeta chileno, decide hacer un reportaje sobre las poetas y poetas chilenos.
VI
Las historias que conforman la novela Poeta chileno son contadas por un narrador que se mofa con cariño de los errores de los personajes y decide enfocarse en los momentos importantes para retratar la psicología de los protagonistas. Pero también relata sus vidas con un dejo de ternura y fascinación por la evolución que éstos van teniendo con el transcurrir de la historia.
Al lector le podrá generar la sensación de estar sentado en un café, frente a una amistad que tiene años de no ver y le dice: oye, aprovechando que te veo, quiero pedirte un consejo, fíjate que un amigo está pasando por una situación y no sé cómo aconsejarle; y entonces comienza a relatar los hechos más importantes que le permitan a uno emitir un juicio, por ende, un consejo.
VII
La belleza de la narrativa de las historias que construye Zambra es que, al leerlas, uno parece estar ejerciendo marcación personal a cada uno de los protagonistas como si uno fuera la cámara que los va siguiendo. O el fantasma que habita la casa y presencia todo. O el ángel de la guarda que tiene la encomienda de seguirlos sin intervenir en nada.
Entonces, de una u otra forma, uno también vive los hechos como en carne propia y comienza a empatizar con los protagonistas de la novela.
Imposible no tomar partido y fácil imaginarse la casa en la que habitan, la cafetería o pub donde se sientan a conversar o la librería donde entran a husmear y comprar libros.
Sin duda, Poeta chileno es una joya de la literatura latinoamericana y es de esos libros que deben formar parte de una biblioteca personal.
VIII
Empecé la lectura de este libro con emotividad y con la gran esperanza de que se convirtiera en el curita que me permitiera reconectar con la literatura de ficción. Lo terminé con todos las heridas sanadas, puesto que me resultó imposible no sentirme parte de la historia. Habla de dos poetas: uno grande que anhelaba ser poeta, pero se encuentra frustrado y se refugia en la academia; y uno más joven que comienza desilusionado de su contexto, pero encuentra en la poesía ese lazo esperanzador para darle sentido y fondo a la vida. Luego la esperanza de que si no logro ser padre natural, tal vez lo seré de forma “postiza”, además de la esperanza de seguir buscando ese complemento amoroso. Por si no fuera suficiente, Zambra terminó de escribir esta novela un 21 de febrero que es el día que cumplo años.
IX
Poeta chileno es un libro que, aunque advierte que “el mundo se cae a pedazos y casi siempre todo se va a la mierda y casi siempre dañamos a las personas que queremos o ellas nos dañan irremediablemente y no parece haber motivos para albergar ninguna clase de esperanza”, nos recuerda que siempre tendremos la literatura para reparar en todos esos pequeños espacios donde habita la belleza. Porque todo, siempre, dependerá de la perspectiva con la que se aborden y narren los hechos.