Porque en Veracruz, no sólo te pueden arrebatar la vida y el nombre, también la posibilidad de ser recordado.
Juan Eduardo Mateos Flores
¿Se imagina usted que un día de lo más normal un séquito de militares entra por la fuerza a su casa, lo somete junto a su pareja, los priva de la libertad durante horas, los tortura y luego los presenta ante la prensa como líderes de un grupo de narcotraficantes? ¿Que su hijo, quien estudia y radica en otra ciudad, es levantado por un grupo de sicarios por estar ‘en el lugar y momento incorrecto’ y nunca vuelve a saber de él? ¿Que alguna de sus familias vecinas sufre un levantón para luego ser acribillada sin razón alguna? ¿O un desfile de cuerpos regados sobre una de las avenidas principales de la ciudad y a pocos metros de donde se celebra una reunión de procuradores? ¿Y que además, en todos estos casos, entre muchos más, para el gobierno es como si no hubiera pasado nada?
Uno cree que al hablar de desaparecidos en México, con el sinfín de noticias relacionadas a ello donde uno navega a diario, nada podría sorprendernos. Sin embargo, a través de Reguero de cadáveres (Los Libros del Perro), una serie de crónicas sobre una de las épocas más oscuras en la historia de Veracruz durante los últimos años, el periodista mexicano Juan Eduardo Mateos Flores nos demuestra lo contrario.
Con un estilo crudo, derivado de su experiencia reporteril en este tipo de sucesos, matizado con ese lenguaje tan sabroso y característico del Puerto, Mateos Flores nos adentra en la tragedia que azotó a Veracruz durante la primera década del actual siglo por culpa de los cárteles líderes del narcotráfico a nivel nacional, situación que caminó de la mano con la gestión de los exgobernadores Fidel Herrera y Javier Duarte de Ochoa, la cual dejó un saldo absurdo de miles de desaparecidos y asesinados, cuya solución fue una serie de ‘carpetazos’, exhibiendo así la incapacidad del Estado en materia de seguridad.
Reguero de cadáveres es, sobre todo, una lucha contra los eufemismos rancios y burlones de las autoridades a los que los veracruzanos —y los mexicanos en general— deben enfrentarse en la búsqueda de sus seres queridos; de sus cuerpos levantados, masacrados y enterrados; de respuestas; de una justicia que nunca llega.
Tal vez por eso la escritora —también veracruzana, por cierto— Fernanda Melchor, quien fue una de esas periodistas que cubrió de cerca aquellas épocas negras llenas de historias que iban de boca en boca pero que la gente prefería callar presa del miedo, en lugar de prólogo nos lanza una advertencia sobre las historias que Mateos Flores retrata.
“Esta es la tierra del susurro, del eufemismo, donde las cosas pierden su nombre. A Los Zetas, por ejemplo, no se les dice así, “Zetas”; a ellos se les dice aquellos, Los de la Letra. Y aquí no existe el Cártel de Jalisco, sino Los malandros. Es como si los nombres fueran una conjura, una invocación que tiene que evitarse a toda costa. Hace tiempo que a las muertes tampoco se les dice ya con ese término. Los asesinatos, aquí son ejecuciones. Y cuando alguien muere, decimos que “ya fue”. Si alguien pregunta a cualquiera: oye, loco, ¿qué pasó con Tavo Rumbas? Le responderán que nada, que ya fue, que ya mamó”, relata Mateos Flores.
La justicia está perdida, tal vez, por este absurdo de no llamar a las cosas por su nombre.