Quizá a pesar de que se saludaban todos los días y se visitaban con alguna frecuencia, no se conocían. Conocer al otro implica un compromiso y muchas veces adentrarse, aunque sea un poco, en las primeras capas del alma puede resultar aterrador o infinitamente triste. Hallar particularidades puede suponer un alivio, pero otras veces se convierte en una alerta, como esas cosas desconocidas que miramos y que pensamos que no deben estar ahí, no sabemos el motivo ni contamos con suficiente información para deducirlo; pero algo en el instinto dice que no, que eso definitivamente no debería estar ahí.
Sangre nueva; Bibiana Camacho
La literatura nos sirve para escribir (y decir) aquello que nadie quiso decir antes y que sin embargo es real, sentido y punzante. Se permite, en este caso particular, sacar a la luz a través de lo siniestro eso que todo el tiempo ha estado ahí, pero que por una u otra cosa su manifestación o presencia no ha sido tal como para saltar por sí sola. Como consecuencia de ello, a través del lenguaje literario, se nos permite arañar cierto nivel de comprensión e interpretación. Miramos eso que se nos muestra como objetos que se filtran a través de los cristales de la cotidianeidad.
En su más reciente novela, Sangre nueva (Random House) la bailarina, editora, encuadernadora y escritora Bibiana Camacho (Ciudad de México, 1974) nos cuenta la historia de Casandra, una joven traductora que se ve obligada a volver a la casa donde creció con Mamá y Padre. Esto, tras la muerte de ella, pues esta le heredó la casa y todo, absolutamente todo lo que estuviera dentro de ella. Al asistir a su funeral, organizado no por ella, sino por Prima, prefirió no ver a su madre ya muerta y recordarla entonces tal cual permanecía en sus recuerdos. En este ir y venir le acompaña Fernando, su pareja de años, Manuela y esas vecinas que alguna vez fueron de su difunta Mamá y ahora son de ella.
Ese haber vuelto a territorios pantanosos, erráticos e inestables son la consecuencia de sensaciones peculiares y oníricas, búsquedas incesantes y agotadoras, visiones extraordinariamente locuaces, premoniciones, sustos, efímeras certezas y, sobre todo, muchas preguntas que, por comodidad o miedo, han de permanecer sin respuesta.
Somos entes observando lo lóbrego en ese andar ambiguo del suceder de los días. Hay, indudablemente, un deseo ávido de saberlo todo y, paralelamente, desear con el mismo ahínco no querer saber absolutamente nada. Avanzamos y el espacio se va haciendo más estrecho. Los opuestos se tocan, su fricción aumenta y el espacio parece ser menos habitable a cada paso. Acaso por la sencillez de la historia que se complejiza hasta punto álgidos que provocan reflexiones extraordinarias, o bien por la gracia y el estilo de la prosa de Bibiana, pero terminamos inmersas en completitud. Somos ya una misma criatura a punto de ser descubierta.
Aunado a todo el luminoso y desproporcionado control al que somos sometidas, nos topamos también con esa dicotomía recurrente del bien y el mal. Las cosas buenas que parecen malas y las cosas malas que parecen buenas. Evidencia de la naturalidad de lo descrito. Vamos, que lo extraordinario y perturbador no está en armarios que rechinan al abrirse, sino en la voz de aquellos que nos dieron vida.
Con todo esto, el humor, tan propio y puesto a devenir en risa incómoda por cómo y dónde es presentado. Es decir, una se sorprende riéndose en momentos donde, ya más tarde, hubiera preferido no hacerlo. Pero es inevitable. Todo el espectro, el edificio, las risas, los vasos de mezcal, las reuniones de viernes por la noche, los pasos de Mamá. Todo, todo nos ha traído hasta aquí. Somos un inquilino más.
Nos encontramos con el alcoholismo, la culpa, la muerte, el silencio, pero también con el amor. Parece una inmensidad y sumamente arriesgado poner sobre la mesa tantas cosas tan complejas en un solo lugar, pero la escritora sale avante porque su escritura juguetona, elegante y sin florituras sobradas balancea todo con éxito. Nada se pone encima de lo otro. En ningún momento es perceptible la asfixia ni la pérdida de sentido. Cada pieza está puesta en su lugar.
Entre arquetipos armados con la intención preconcebida de que así sea para notar los rasgos de una sociedad entera; la noción de que no hay tal cosas como una familia funcional, sino sólo disfuncionalidad que pese a todo tiene destellos de genialidad; objetos animados y aparentemente vivos por culpa del alma perdida de los acaecidos; la evidencia de que pocas veces las malas costumbres desaparecen; un encuentro con el vacío de la soledad; sensaciones que brotan por todos los poros y un silencio estimulante y ominoso, se nos recuerda que es la pérdida lo que nos convierte en seres humanos sintientes, que ese delirio concedido por la desgracia es a veces el punto de inflexión necesario para tomar consciencia de la realidad y, sobre todo, que es necesario aceptar el desequilibrio, asirnos a la consciencia propia, escapar de este presente pasmoso y hacernos de un lugar en este mundo.
Sangre nueva, Bibiana Camacho, Penguin Random House, Ciudad de México, 2023, pp. 168