Durante mis años de preparatoria, allá por el lejano 2013, de la mano de mi mejor amigo y de un profesor llegó a mi vida el gusto por la literatura, mismo que con el paso de los años y de adentrarme en el universo de un argentino llamado Jorge Luis Borges, el gusto se convirtió en amor.
Empecé a tener curiosidad por la vida y obra de los autores que poco a poco conocía, uno de ellos Truman Capote, de quien leí una frase que caló muy hondo en mí. Citando al escritor: “Me divertía muchísimo [escribiendo] al principio. Dejé de divertirme cuando descubrí la diferencia entre escribir bien y mal, y luego hice un descubrimiento más alarmante aún: la diferencia entre escribir bien y el verdadero arte. Una diferencia sutil, pero feroz. Después de eso, cayó el látigo”.
La frase es un fragmento del prefacio “El látigo que Dios me dio” de su obra Música para camaleones, y ha servido casi como filosofía para entender el delicado y poderoso oficio de la escritura. Estas palabras se pueden interpretar además como si el arte, la palabra “arte”, fuera esa etiqueta que le da legitimidad a una obra, la dignifica y le da valor.
Existen películas “malas”, películas “buenas” y películas que son verdaderas “obras de arte”. Seguramente a algunas personas le vendrán a la mente ejemplos de cada una de esas tres categorías. Lo mismo puede aplicar a canciones, fotografías, esculturas, ilustraciones o cualquier forma de expresión y creación del ser humano.
Como dije, las palabras de Capote tuvieron un efecto profundo en mi ser porque empecé a cuestionarme qué cosas eran arte y merecedoras de ser apreciadas y hasta respetadas, y cuáles no. Pensaba que lo considerado arte, o artístico, era meritorio de elogios, de los mejores adjetivos para describirlo, de ser preservado en la memoria y resguardarlo.
Del lado contrario, muy ingenuo y hasta inmaduro de mi parte, creía que aquellas cosas que no eran arte o llegaban incluso a los bajos terrenos de lo “malo”, en esta escala propuesta por el escritor, merecían uno que otro insulto, críticas destructivas y había que pedirle a su creador o creadora no haberlo hecho o no hacerlo nunca más.
Con el tiempo entendí que existen mil debates sobre lo que es arte y lo que no, y lo más fácil en todo caso, era aprender a respetar las cosas que no me gustaran y concentrarme en lo que sí me hacía experimentar un goce estético.
Pero hablando de un grueso de la población, o de los entusiastas ocasionales que no se cuestionan realmente estos asuntos, se tiende a pensar en el arte más elevado, por decir nombres, con las pinturas de Picasso y Van Gogh, las esculturas de Miguel Ángel y Donatello, o las sinfonías de Beethoven y Mozart, y si bien estas figuras tienen unos méritos y unos valores adquiridos e innegables (aunque soy muy cuidadoso al hablar de ellos), cierto día de los primeros años del siglo pasado un francés se compró un orinal blanco, escribió sobre su costado el nombre falso “R. Mutt”, con la fecha 1917 y lo mandó a la Sociedad de Artistas Independientes para ser expuesto. El trabajo de Marcel Duchamp fue rechazado, sin embargo, lo que nació como una broma cambió las reglas del juego para siempre. El arte conceptual había nacido, y con él, cualquier cosa podía ser arte.
Dicho todo lo anterior, como interesado por los temas que involucran al arte, pero sobre todo amante del fútbol, tarde o temprano una semilla plantada en mi cabeza iba a germinar para crear la pregunta: ¿el fútbol puede ser arte?
Al principio pensaba que no. Que arte y deporte son dos mundos completamente diferentes, sin embargo, recordé que existe el patinaje artístico sobre hielo, deporte presente en el programa de los Juegos Olímpicos de Invierno y que tiene atributos deseables en el arte como técnica, expresividad y emotividad.
¿Acaso esas características no las encontramos también en un partido de fútbol? El filósofo brasileño João Ricardo Carneiro Moderno escribió, en su ensayo Estética del fútbol: la teoría de la formatividad de Luigi Pareyson y el fútbol-arte1[i], que “el artista y el jugador [de fútbol] viven seriamente de la dimensión lúdica de sus actividades, a pesar de las diferencias. Ambos crean divirtiéndose, se divierten creando y trabajan con la alegría intrínseca de la creación. La creación artística y la creación deportiva tienen en común el concepto de trabajo como expresión de lo lúdico”. A lo dicho por el filósofo, añadiría que el artista y el deportista pasan cientos de horas practicando. Le dedican una cantidad muy grande de tiempo y energía a su actividad para afinar sus habilidades y talentos.
Además, el fútbol y las artes, en especial las escénicas, plásticas y visuales, necesitan de la contemplación como elemento inapelable para degustarlo y deleitarnos. No me parece muy distinto mirar una película que mirar un partido de fútbol, donde nos encontraremos con momentos catárticos y dramáticos. La gente llorando porque su equipo ganó o perdió un partido muy importante es similar a la gente que llora luego de una trágica escena o un momento de superación o redención de un personaje. La tensión se va tejiendo poco a poco hasta que el clímax de un gol del equipo que lo anota, o cuando un personaje logra una hazaña o vive una revelación, está presente en ambos contenidos audiovisuales.
Por si fuera poco, el césped de los estadios bien podría emular a las pantallas verdes usadas para los efectos especiales en las películas, ya que es en el campo donde ocurren los hechos “imposibles” que se resisten al análisis y a la razón.
A pesar de estos paralelismos encontrados, ambas actividades tienen sus distancias. Retomando el ensayo, el experto explica que una de las diferencias más notables entre el arte y el deporte, en este caso el fútbol, es que el carácter competitivo del segundo tiende en muchos casos a reprimir el aspecto lúdico, el famoso “es sólo un juego”. El arte no. El arte no es una competencia por saber cuál obra es mejor respecto a otra, aunque en estos tiempos digitales donde el mundo virtual entra a la ecuación, todo medido por los vacuos y dañinos “likes” y las métricas para evaluar el nivel de atención y crear una ilusión de calidad, pareciera que efectivamente se trata de una competencia de popularidad, aunque hoy no es el día para profundizar en ese tema.
De lo que sí estoy convencido es que podemos encontrar belleza en el fútbol. Además de un gol legendario, una gambeta para sacarse a un rival de encima o una jugada colectiva bien ejecutada –acciones consideradas bellas dentro de un partido–, existen ejemplos de creaciones dotadas de verdadero encanto por lo que representan en el contexto del fútbol.
“El Juego Final” es el título de la foto ganadora del primer premio en la categoría de deportes del World Press Photo 2015, concurso anual de fotoperiodismo. Tomada por el fotógrafo Bao Tailiang, la imagen muestra al jugador argentino Lionel Messi mirando la Copa del Mundo en la ceremonia de premiación de la final del torneo en el estadio Maracaná, en un duelo que Argentina perdió 1-0 ante Alemania.
La tarea del fotógrafo era registrar, simple y llanamente, un hecho, pero el resultado es una escena que pareciera sacada de un sueño, de una realidad alterna, con una tonalidad de colores fríos, la gente en el fondo mezclada en una multitud amorfa y desenfocada, y una lamentable amargura en el rostro de uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos tras perder el partido más importante de su vida junto con el objeto más deseado para cualquier jugador. La imagen es digna de exhibirse en un museo o una exposición fuera del contexto del World Press Photo.
Otro ejemplo que también resulta ser una genialidad es el cortometraje publicitario Write The Future, escrito y dirigido por el director mexicano Alejandro González Iñárritu para la marca deportiva Nike previo al Mundial de Sudáfrica 2010. En él, vemos a distinguidos jugadores visualizar los posibles escenarios que se imaginan en sus vidas durante un partido de fútbol, dependiendo de si realizan una acción favorable o desfavorable para sus equipos. Desde un Weyne Rooney que vive en la miseria y con su país en crisis, los contenidos “virales” en internet por las bicicletas de Ronaldinho, hasta una película biográfica de Cristiano Ronaldo protagonizada por el actor mexicano Gael García Bernal, todo bajo el cobijo de la ficción. El fútbol es un universo tan grande en sí mismo, que da pie a que las diferentes manifestaciones artísticas encuentren en él toda una plétora de referencias.
Finalmente, el nexo más importante que encuentro en el arte y el fútbol, y esta es quizás la razón por la que estoy enamorado de lo que personalmente considero los aspectos más sobresalientes de la cultura y mis inventos favoritos de la humanidad, es que ambos apelan a lo extraordinario, a salir de la cotidianidad para entrar en un mundo de otra dimensión donde nada más importa salvo el disfrute de los sentidos y el mero placer, pues en una realidad muchas veces hostil, precaria y miserable, un simple partido de fútbol o una canción nos hacen olvidarnos momentáneamente de los problemas.
En el reportaje “La guerra del fútbol de Ucrania” del periódico español El País sobre la preparación de su partido contra Escocia rumbo al Mundial de Catar, el seleccionador Oleksandr Petrakov cuenta que visitó bases militares en Kiev y en ciudades arrasadas por los rusos, y hablando con los soldados ucranianos, éstos le decían: “Mira, te pedimos solo una cosa, que la selección se clasifique para el Mundial. También tenemos que demostrar que estamos vivos”. Cuando en un contexto bélico, un soldado le pide al entrenador del equipo de su país que lo único que quiere es que jueguen el Mundial, el mensaje es claro. La alegría que provoca el fútbol en ellos es la anestesia perfecta para escapar de la crudeza del mundo.
Como cantó Gustavo Cerati en su tema “Deja Vu”: “sacar belleza de este caos es virtud”. La belleza de una victoria deportiva es casi idéntica a la belleza de una obra artística, sea cual sea la definición de arte de cada quién. Desde un orinal blanco, la bóveda de la Capilla Sixtina, o el triunfo de México sobre Alemania en el Mundial de Rusia 2018. Al final, pareciera que todo se trata de la búsqueda de un momento que nos haga pensar que esta vida no es tan mala después de todo.
1. Para un análisis más exhaustivo y profundo al respecto, recomiendo consultar el ensayo completo disponible en la obra ¿La pelota no dobla? Ensayos filosóficos en torno al fútbol de Cesar R. Torres y Daniel G. Campos, los compiladores.