Me propuse soñar. Hice mi ritual, coloqué mi empeño para recordar al detalle eso que llamamos sueños, realidades acuosas, revelaciones que persigo como quien busca una señal.
Me repetí algunas palabras antes de dormir: “Atraparé muy bien lo soñado y mañana al despertar escribiré todo”. Dispuse a mi lado mi cuaderno de sueños, y hoy al abrir los ojos tan sólo había un túnel negro, una galería vacía sin obra expuesta se abría esta mañana en la antesala de mi cabeza al despertar: nada.
¿Es acaso ese túnel el lugar donde huyeron todos mis sueños perdidos? Intuyo que fueron lejos de este cuerpo que se dirige en dirección opuesta a lo que despiertan sus sueños. Entiendo que la oscuridad me orienta hacia la plenitud de mi vigila; si no puedo soñar en sueños, viviré plenamente para que en otras lunas pueda trasnochar vidas somnolientas, que espero que, al igual que cambian mareas y se presentan las estaciones, con ellas llegarán los sueños.
Evoco las visuales profecías, mis más intimas revelaciones, mis mayores secretos que se esconden, silenciosos, tras de mí, donde me encuentro que todo lo vivido fue un misterio, donde no distingo, sueño o realidad. Sueño y miento, y despierto diciendo la verdad, esa certeza soñada que soñé se despierta ante mis ojos y no la puedo disfrazar.
Vislumbro antes del fin de la ensoñación una pequeña estrella fugaz. La nada se posa en mi cabeza, ella sola lleva el peso de todos los sueños que desaparecieron del armario de los recuerdos, los anhelos, la receta de la que están hechos los sueños.
Alcanzo la evidencia que se escapa en el instante que me desvelo. La palpo, la freno, la consuelo, la describo, le añado colores oscuros y astros somnolientos que encontré en una playa desnuda, allí donde yacen mis deseos que rompen junto a las olas. Paciencia. Dejo mis huellas en la arena para reconocer el lugar, allí construiré mi paradero cuando me toque soñar.