Nadie te va a odiar porque seas feliz.
Nadie te va a odiar esta noche
por besar a una chica
que no quiere otra cosa
que un beso tuyo
aunque no tiene ni idea de lo caro
que salen tus besos
porque tus besos llevan
el veneno de todos
los besos podridos
que no quemaste a tiempo
que dejaste olvidados
en el armario del dormitorio
cuando todos te pedían que saltaras
sobre la hoguera de los borrachos
y los suicidas
y todos esos poetas de los libros resentidos
que te escupían desde el balcón
cada tarde al salir de la escuela.
Te han dicho que tienes
que llorar mucho en esta escena
pero no te han dicho
que no hay nadie grabando
tu actuación.
Y tú lloras y lloras y te preguntas
si lo estás haciendo bien.
Pues sí, lo estás haciendo muy bien,
lástima que nadie aplauda.
Has llorado tan bien
que has asustado a una pobre chica
que sólo quería un beso tuyo.
Los besos salen caros,
porque detrás viene el puñal.
Cada beso corta
un trozo de carne.
Cada beso te deja
un poco más muerto.
Pero nadie aplaude.
Nadie grita “Corten”.
Nadie dice:
“Se acabó. Hemos llegado al final”.
¿Y si no hay final?
¿Y si no hay nada que hacer
sino esperar algo
que no termina nunca
porque nunca empezó?
Puedes ser feliz esta noche.
Puedes probar a ser feliz
por una noche.
A ver qué pasa.
A ver si el director se da cuenta.
Puedes salirte del guion
por esta noche.
Un beso puede matarte.
Un beso puede matar.
O puede que no,
puede que ni tú ni ella
ni nadie que bese
o sea besado
tenga que morir esta noche,
sólo por esta noche.
Puede que nadie esté
grabando la escena.
Puede que el director
esté en otra parte.
Y tengas todo el decorado para ti,
y nadie pueda acusarte
de ser feliz por un momento,
de besar a una chica de repente,
con miedo y prisas,
porque te pueden ver
y entonces la hemos fastidiado,
tú feliz y besándote con una chica,
qué catástrofe para tu reputación.
Has sido vulgar,
tan vulgar como todos,
y has querido besar
y ser besado,
sólo para probar
otro sabor del amanecer,
otro sabor que
no sea tan amargo
y queme tanto
tu garganta y tus labios
y te meta en la cama
cuando todos se levantan
satisfechos
de sus vulgares vidas
de hombres y mujeres
que besan y son besados.
Has sido vulgar,
tan vulgar como todos.
Y luego has tenido miedo
y has salido corriendo
tan deprisa que ahora
no sabes dónde estás.
Tan deprisa que ni siquiera puedes
decir si alguien te ha visto.
Porque nadie ha gritado.
Porque nadie te ha señalado.
¿Y si vuelves y todo sigue igual?
¿Y si vuelves y nadie
te ha echado en falta?
Una chica espera tu beso.
Los ojos cerrados.
El cuerpo casi vencido
por el sueño y el alcohol.
Una noche muy larga.
Canciones. Risas. Bromas.
Bailes que no eran para ti.
Cristales rotos
y un vestido muy fino.
Todo ha llegado demasiado pronto
y demasiado tarde.
Nadie te va a odiar
porque seas feliz esta noche.
Lo creas o no.
Nadie está repasando el testamento
para ver si la vida
ha entrado ilegalmente
a tu cama.
Puedes permitirte el lujo
de no dudar de las estrellas.
Puedes pensar que la luna
ilumina sus pechos para ti.
O no, o mejor no hagas nada,
sigue con tu pose de poeta
maldito,
sigue bebiendo esa bebida
que en el fondo te resulta insípida.
Pero no le pidas al director
que corte la escena.
Hoy no.
El fondo de la platea está muy oscuro.
No sabemos dónde está el director.