El 2 de septiembre de este año se cumplirán 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Después de tanto tiempo se antoja normal la amnesia. Las naciones se comportan como individuos. Es normal que las cosas se olviden, que nos olvidemos de donde pusimos el jarro de café por la mañana o el nombre de los nietos. A nosotros se nos está olvidando que, en 1945, se derrotaron a regímenes asesinos, intolerantes y dictatoriales en Alemania, Italia y Japón, por no mencionar a los demás países europeos donde los asesinos llegaron al poder.
Refresquemos la memoria. Los asesinos modernos llegaron al poder por primera vez en Italia de la mano de Benito Mussolini y el Partido Fascista en 1922. A los asesinos se les conoce como “fascistas” gracias al partido del asesino italiano. La palabra viene del italiano fascio, que significa “haz” o “fuerza unida”. Si nos preguntamos que unió a la Italia comandada por el asesino Mussolini, después de mucho investigar y reducir, llegamos a la conclusión de que esa unidad nació del sueño de “volver a ser grandes”. El sueño de volver a ser el Imperio Romano del que el pueblo italiano se sintió heredero.
Sigamos recordando, porque el futuro no puede ser enemigo de la memoria. En Alemania la historia no es diferente a la de Italia. Los asesinos llegaron al poder tras prometerle al pueblo alemán que le devolverían la grandeza tras el humillante armisticio que fueron obligados a firmar. El asesino mayor, Adolf Hitler, se encargó de llegar al poder sembrando odio y culpando a varias minorías de todos los problemas de su país. Además, llegó humillando a profesores universitarios e intelectuales, tachándolos de “débiles, indecisos y alejados de la auténtica Alemania”. El pueblo alemán se sintió apelado, el resto, ya lo sabemos. ¿Le suena de algún lugar?
Antes de continuar con nuestro ejercicio de memoria, vale la pena detenerse en una frase de Mi lucha, libro del asesino mayor: “Si deseas la simpatía de las amplias masas, debes decirles las cosas más crudas y estúpidas”. El problema con los asesinos es que, junto con todo lo demás, desprecian al “pueblo” al que se dicen cercanos. Son intolerantes y consideran estúpida a la gente. Nada que sea complejo puede ser reducido a bipolaridades ni falsas paradojas. Las verdades nunca son absolutas y los matices son importantes para cuestionar las intenciones de los gobernantes.
En 1936, el poeta y dramaturgo Federico García Lorca fue fusilado frente a un olivo por otro régimen asesino. Fue un régimen que se cansó de matar y encarcelar gente que lo criticaba o cuestionaba. A ningún régimen le conviene la gente inteligente. Según el historiador José Álvarez Junco, durante los primeros 10 años de dictadura fueron fusiladas aproximadamente 40,000 personas, o si prefiere, 10 condenas al día. Aunque usted no lo crea, en España, VOX defiende que este fue un periodo de paz y reconstrucción. Que España volvió a ser grande. Ya cansa la frase esa. Hay que recordar a los poetas. García Lorca dijo: “En España, lo peor es la falta de espíritu crítico. El español se cree el mejor del mundo, pero no tiene ningún espíritu de examen sobre sí mismo”.
De 1965 a 1968, Fidel Castro, otro asesino, autorizó la instauración de las denominadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Las UMAP fueron campos de trabajo forzado para jóvenes en edad de prestar servicio militar que se negaban a hacerlo, miembros de ciertas religiones, personas homosexuales y otros considerados “contrarrevolucionarios”. Por supuesto, no existen cifras oficiales, porque a los asesinos les encanta ocultar cifras. Sin embargo, se estima que alrededor de 30,000 personas estuvieron en los campos que en la entrada decían “El trabajo los hará hombres”. ¿Le recuerda a algo? Hay que escuchar a los poetas. El cubano Heberto Padilla decía: “La libertad es una promesa que no se cumple en la plaza pública”.
Entre 1932 y 1933, el régimen asesino de Iosif Stalin permitió que entre 3 y 7 millones de personas murieran de hambre en Ucrania. Estas hambrunas son conocidas como Holodomor. Esta tragedia tiene origen en la colectivización forzada de las granjas ucranianas. Cuando los agricultores ucranianos se negaron, el ejército rojo las tomó por asalto y después no permitió a los ucranianos comer del trigo sembrado en sus tierras. Por supuesto, y como es costumbre de los asesinos, el régimen soviético nunca reconoció la muerte de millones de personas. Las pocas veces que el asesino Stalin habló sobre la colectivización, argumentó que “la colectivización fue necesaria y cualquier dificultad en el proceso fue causada por el sabotaje de elementos contrarrevolucionarios”.
Dese 1966 y hasta 1976, el asesino Mao Zedong instauró en China la llamada Revolución Cultural, tras el fracaso de su plan anterior El Gran Salto Adelante, en el que, por cierto, murieron de hambre, según las estimaciones moderadas, 30 millones de personas. A este gran asesino no le bastó con eso. Decidió que, en realidad, lo que necesitaba China era que todo el mundo siguiera sus enseñanzas. Escribió sus preceptos morales en El Libro Rojo y mandó a los estudiantes a perseguir a quien no lo siguiera. Abrevando la historia, se cree que fueron asesinadas alrededor de 2 millones de personas. Hay que leer a los poetas. El chino Bei Dao dice: “Hemos sido tragados por la oscuridad, pero no nos hemos convertido en su luz”.
Alguna vez leí que la mejor manera de acordarse de las cosas es escribiendo listas, así que intentaré hacer recuento de las cualidades que han tenido lo regímenes asesinos que se han mencionado.
- Nacionalismos, apelaciones a la identidad nacional y una supuesta grandeza predestinada.
- Deshumanización de minorías, aparición de chivos expiatorios y exención de un sector poblacional de culpas.
- Desprecio por el conocimiento y quienes cuestionan las decisiones tomadas por el líder en turno.
- Reducción de problemas amplios a retóricas bipolares.
- Enaltecimiento de algún tiempo pasado y su idealización.
- Encarcelamientos y asesinatos de personas que se presenten como una amenaza a los ideales del líder.
- Todas las decisiones que se toman son en nombre un beneficio mayor para “el pueblo”.
- Desprestigiar a los críticos llamándoles enemigos o contrarrevolucionarios.
Ojo, esto no quiere decir que los regímenes asesinos y fascistas cumplan con todas las características. Las alarmas deberían brincar desde que vemos la aparición de cualquiera de ellas. Es un deber ser intolerante ante la intolerancia porque como dijo Albert Camus: “Toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instaura el fascismo”. El enemigo es sutil, hay que saber identificarlo para exhibirlo y decirle por su nombre: asesinos y fascistas. Es un deber enfrentarles y resistir hasta las últimas consecuencias.
Han pasado 80 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y los fantasmas vuelven. Los asesinos ya no invaden países, pero si anuncian la apertura de otros campos de concentración en Cuba, ahora en la bahía de Guantánamo, donde planean meter a 30,000 personas. Ya no invaden Polonia, pero deciden quedarse de brazos cruzados mientras niños se ahogan en el Mediterráneo buscando un escape de la violencia causada por siglos de violencia colonial. Los asesinos ya no invaden Francia, pero disuelven organismos autónomos y protegen a un gobernador en cuyo estado han muerto más de 2000 personas en 3 años.
Los asesinos tampoco son tan discretos, porque desprecian a la inteligencia. Los asesinos hacen saludos nazis cuando toman el poder. Los asesinos anuncian públicamente que auditarán a una revista porque no les gusta lo que escriben. Los asesinos dicen en mítines en Lyon que recibir migrantes es igual a ser invadido por los nazis. La verdad es que no se ocultan mucho. Llevan años gritando sus intenciones y alguien los escuchó.
Han pasado 80 años desde que derrotamos a los regímenes asesinos que fueron las potencias del Eje. No podemos permitir que los fantasmas vuelvan y se apoderen del mundo. El mundo y las libertades en las que crecimos se ven amenazadas. Vuelvo al genio Albert Camus: “Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea es quizás mayor: consiste en impedir que el mundo se deshaga”. A nosotros nos cae nuevamente esa responsabilidad de la que hablaba Camus. Hay que impedir que nuestro mundo se deshaga.