No voy a saberlo, no vamos a saberlo nunca, porque esto termina aquí, porque esto termina bien, como terminarían tantos libros que amamos si les arrancáramos las páginas finales.
Poeta chileno; Alejandro Zambra.
Creo que fue alrededor de las cinco de la tarde cuando estuve completamente convencido de haber confirmado la hipótesis que durante horas estuve rumiando en el cerebro. Es decir, la hubiera podido convertir en teoría a falta que la comunidad científica la diera como cierta –cuestión que hubiera estado por verse–, ya que había cumplido todos y cada uno de los pasos del llamado “método científico”, ese que me preguntaron aquel lejano de septiembre de 1983 durante la primera clase formal de biología que cursé durante mi primer año secundario y cuya respuesta me ganó el respeto, por el resto del curso, del profesor Portocarrero.
Observación
Aquella mañana desperté sin ánimo alguno de entrar en conflictos laborales, aún no amanecía y el pronóstico del tiempo había anunciado que sol estaría ausente las primeras horas de la mañana, tornándose más gris allá en la entonces lejana hora de la comida con lluvias incluidas durante la tarde-noche. No sorprendía, la semana había estado cargada de días fríos y lluviosos, por lo que al regresar de ejercitarme y ver la claridad del día sonreí y mi pensamiento apuntó a que Papá Dios nos había dado un respiro para no sucumbir el resto de la semana. El cielo era un tono Pantone® 291C (celeste medio) y no parecía pintar de ninguna manera la forma que la App de The Weather Channel® y Alexa® habían anunciado tan solo unas horas antes.
Tan pronto salí de bañarme, encontré la primera muestra que colecté a posteriori para mi hipótesis, pero en aquel instante no me resultó extraño recibir un reflejo que solo vi aquel jueves de octubre. “No mames”, musité con asombro –recordando un instante–. Lo hice de forma tan espontánea que solo me concentré en hacer espuma de forma decente con el vapor que expulsaba la cafetera. Tan pronto como dejé la taza dentro del fregadero, me detuve a pensar en el reflejo y en el recuerdo al que me llevaba, el hipocampo cerebral despertó de forma abrupta.
Planteamiento del problema
Doce del día. Cenit. El firmamento se había cargado de Cyan Process® (celeste sólido), sin embargo, por algún motivo veía que la luz que se generaba no era homogénea o mi visión –muy probablemente– se encontraba en un punto donde la edad era un factor a considerar. Por alguna circunstancia detectaba irregularidades en los colores, como si pequeñas partes de mi encuadre fueran generadas desde alguna escena vintage. Debo dormir un poco, me dije, pensé o simplemente alcé la voz para romper la monotonía de un silencio invadido por el ritmo de la música que he escuchado en el mismo orden infinidad de ocasiones.
Seguí trabajando en la computadora, recordando las luces y sombras de ese día específico de otoño. Café, conversación interminable y una larga caminata. Güey, apúrate, me interrumpí. De nuevo mi yo responsable (o ese que se niega a recordarte o pensar siquiera de forma somera en ese mes y tu color ocre) me daba una palmada cariñosa en la mejilla para centrarme en el ambiente de un día que resultaba familiar de alguna forma. Llegaba la hora de la comida y seguía sin entender el porqué la luminosidad de mi entorno tenía tintes otoñales en mitad de un verano tormentoso. No es que estuvieran ocurriendo los mismos sucesos, era que todo alrededor mío era tan parecido a lo que octubre de aquel año en el que te vi.
Hipótesis
Dice el Génesis en su capitulo primero, de los versículos tres al cinco: «3Y dijo Dios: Haya luz, y hubo luz. 4 Y vio Dios que la luz era buena, y separó Dios la luz de las tinieblas. 5 Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche.Y fue la tarde y la mañana el día primero». Bueno, tampoco es que Yahvé tuviera muchas ganas de concebir, además del principio de todo –o quien haya subtitulado la escena original– , un diccionario y palabras rimbombantes, pero, por alguna razón que desconocía (desconozco) percibía que ese día en el que me encontraba ya lo había vivido; no, no como un déjà vu, creo que la palabra que estaba buscando era ‘recorrido’ (que lo estaba recorriendo de nuevo), porque todo lo que hasta ese momento estaba morando no hacían correspondencia con lo que guardaba en la memoria, pero el contexto completo me hacía pensar que Dios había, de alguna extraña forma, “reciclado” el día, que no tuvo imaginación o el tiempo o las ganas al principio de la jornada y dispuso de uno que ya tenía en algún file anterior, uno de algún día en el pasado, uno de segundo uso. Este truco no es nuevo, lo solía hacer yo mismo, cuando la imaginación se ausentaba y el tiempo apretaba para entregar artes en el trabajo y por tanto deduje, a través de un silogismo simple, que el Creador, tras bambalinas, había hecho lo propio.
Experimentación
Los ojos son la ventana del alma o no sé qué asunto con la miopía que tengo, estaba inequívoco que veía una escena familiar o un set que ya había sido usado en otra obra. La concentración salió por mi puerta y regresó más nunca el resto de la tarde, mientras el trabajo se acumulaba y la memoria me pedía regresar de alguna forma a ese décimo mes de ese año en particular, atravesar un día perfecto para conversar, caminar y no dejar de pensar en vidas de otra vida. Así que decidí rascar debajo de otros tantos momentos que consolidaban una capa de sedimentos debajo de la superficie que pisaba. Debía recolectar evidencia que me diera –sí o sí– la razón de este “fenómeno”, cuya sola mención en volumen perceptible en oídos de alguien más pudiera resultar vergonzoso desde donde se mire.
Análisis de resultados
Lo primero, era lo más sencillo, Google, temperatura de ese octubre, de ese día, de esas horas contra la sensación que tenía o los grados que el teléfono indicara a través de la app del clima. La misma, la misma temperatura; alguien podría poner pegas a este dato y no recibirlo como auténtica demostración válida, pero insisto, era verano, pleno periodo de lluvias torrenciales en esta capital y lo que mi cuerpo sentía era una temperatura propia del otoño.
Decidí salir y capturar algunas imágenes para poder tener, de forma digital, una prueba fehaciente del color dorado en el ambiente; y de nueva cuenta, contrastarlo contra las fotografías que mi mente guardaba, de esa vista desde el techo del café al que fuimos, de las sombras que producían los árboles a nuestro alrededor cuando cruzábamos la colonia Roma, el ruido de una ciudad viva que a pesar de todo te sigue fascinando –aunque difícilmente lo aceptes en voz alta–, el significado de todas esas palabras que salieron de mi boca, el aire que las llevo a tus oídos era el mismo que siempre se respira en la ciudad y sobre todo, mi corazón se sentía igual de cómo lo percibía este día. Todo era exactamente igual.
Conclusiones
Para mí era claro: podía haber acudido a la Academia Mundial de las Ciencias (TWAS) en Trieste, Italia, con todas estas pruebas irrefutables de que estábamos viviendo un día de segunda mano, un día de segundo uso, un día que ya había cruzado. Sabía de antemano que sería una discusión agria, larga y que provocaría un cisma en el mundo entero: agnósticos y creyentes, veganos y carnívoros; de aquellos que prefieren el té sobre el café (inexplicable), bilardistas y menottistas (siempre Menotti). Sabía, también, que podría llegar este escrito a tus ojos (ocre) y que probablemente me dirías que no era posible, que estaba ahogado en toloache o algún químico duro que me haría dilapidar todos mis recuerdos. Así que opté por lo más sencillo, ir al punto en donde me despedí de ti, a la misma hora, a la misma esquina, para ver si, de alguna forma, en alguna otra vida podía verte de nuevo.