Foto: Goal.com

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1978

Argentina 1978.
Local I Empate I Visitante.

Era febrero del año 1978, segundo año de gobierno del “Licenciado” José López Portillo, cuando un grupo de trabajadores de la desaparecida Compañía de Luz y Fuerza del Centro, al realizar trabajos para el cableado subterráneo descubrieron -por casualidad- en la escaleras del Templo Mayor, el monolito de diosa azteca, Coyolxauhqui, cuyo trágico destino fue morir decapitada a manos de su hermano, Huitzilopochtli, y quedar desmembrada al caer montaña abajo. Los dioses aztecas (que al parecer no llevaban bien la consanguinidad o eran de mano pesada) no se andaban por las ramas con sus relaciones fraternales.

Es posible que tal descubrimiento haya sido premonitorio de lo que le esperaba a nuestro equipo nacional dentro del XI Campeonato Mundial de Futbol, a celebrarse en junio de ese mismo año en la Argentina; que, como podrán corroborar en los almanaques deportivos, tuvieron una de las actuaciones más funestas en toda la historia de selección mexicana alguna.

Premundial
Siete años de edad recién cumplidos, el curso de primer grado de primaria concluía de manera satisfactoria. Sólo el miedo escénico a mi maestra Lupita y un par de contratiempos sin mayor relevancia durante el año escolar, hicieron un poco de sombra en lo que pintaba como un verano único. El primer mundial del cual estaría plenamente consciente se televisaría en directo y el joven seleccionado mexicano arropaba grandes esperanzas. Los dirigidos por José Antonio Roca -mundialista mexicano en Brasil 50 y Suecia 58- habían sido una auténtica aplanadora durante el hexagonal conocido como el “VII Campeonato Concacaf de Naciones de 1977” realizado en nuestro país y nada, en mi inocencia, me preparó para la tragedia que viviría nuestro fútbol aquel invierno austral.

El mundial se acercaba y las promociones alrededor de este evento eran cada día más atractivas. Las corcholatas de las botellas de Coca-Cola® tenían al reverso la cara de los seleccionados y por tan solo $5.00 se podía adquirir el póster (posiblemente impreso sobre cartulina caple) al cual -Resistol® 5000 de por medio- uno podía adherirlas al cuerpo de los futbolistas y tener así un lindo recuerdo de la máxima justa deportiva del planeta.

Urbano, conserje del condominio donde vivía, era “distribuidor oficial” de la conocida marca refresquera, por lo que tenía, a escasos metros de mi casa, la posibilidad de poseer el famoso recuerdo mundialista de manera inmediata. Pero la memorabilia deportiva nacional no terminaba ahí, también se podían conseguir las litografías que Levi’s (sí, la misma que hace pantalones de mezclilla) publicó con diferentes seleccionados considerados con cierto carisma.

Por primera y única vez en la historia de nuestra selección, el representativo nacional era vestido para tan magno evento por una marca cuyo core-business eran los pantalones vaqueros. Las fotos de Víctor “El Tanquecito” Rangel, Hugo Sánchez “El niño de oro”, Arturo “El Gonini” Vázquez Ayala y algunos personajes más posaron para modelar la ropa casual y deportiva de nuestro equipo nacional. Por supuesto que con la ayuda de mi hermano pude conseguir todos y cada uno de los pósters disponibles; lo que nunca llegué a entender en mi niñez fue por qué mi madre no dejo que los pegáramos en las paredes de casa.

Sin embargo, la cultura futbolística nacional cambiaría para siempre con la aparición de los “Pronósticos Deportivos”, un escenario perfecto para probar mi vasto conocimiento en en la materia. La quiniela #1, del Progol® estaba ya a disposición del mercado y por solo $10.00 cualquiera podía convertirse en millonario. Mi objetivo real era otro: demostrar al mundo que a pesar de mi corta edad (y estatura) podía saber con certeza, los resultados y funcionamiento del equipo en aquel entonces bicolor. Mi quiniela sería vivo ejemplo de sabiduría balompédica, vamos, un influencer de aquel tiempo a toda regla.

México-Túnez. Local.
El día de la inauguración tuve una de las revelaciones más grandes de mi vida: el “Tango-River Plate” . Mi fidelidad al amor surgido ese día con el balón no ha cambiado. El decepcionante 0-0 del juego inagural entre dos potencias como Alemania Federal (campeona del mundo) y Polonia (tercer lugar del mundial 74) no disminuyó la expectación por ver el primer partido de nuestra selección.

Es viernes, mi madre me recoge puntual a la salida de la escuela. El destino: casa de la abuela. Ahí, un televisor a color Packard-Bell esperaba pasivo a que yo gritara desde el corazón el primer gol (alegría que duró diez minutos de juego efectivo) de una selección mundialista mexicana que vería en directo y también el lugar donde cuarenta y cinco minutos después podía dilucidar que mi quiniela era, ya a esas alturas del campeonato, un rotundo fracaso. El 1-3 del resultado final, era para mis siete años, algo inexplicable e inimaginable. Hoy día, no lo es tanto. La decepción duró el resto de aquella tarde que pasé en casa de mi abuela.

Manuel Seyde, famoso periodista deportivo que bautizó a la escuadra nacional con el mote de los”ratones verdes”, escribía en su columna del periódico Excélsior, “Los ratones, pues, son una demostración fehaciente del sistema comercial del futbol amamantado por la tele”. Era 1978, así que cada quien saque sus conclusiones. Esto no ha cambiado demasiado.

México- Alemania Federal. Empate.
El mundo detrás de la cortina de hierro era, en aquel año, territorio desconocido. Para mi la única -y gran- diferencia entre los alemanes del este y del oeste era el color de sus uniformes. La política entonces, como ahora, siempre me ha parecido un territorio donde se expone lo peor del ser humano.

La escuadra verde necesitaba , al menos, lograr un empate en contra de los germanos, tal y como lo había anticipado en el “Progol”. Como único antecedente en mi (naif) recuerdo, era noviembre del ’77, la selección de Roca había empatado a dos goles, en una noche lluviosa, ante los campeones del mundo en el Azteca. Tenía confianza de acero y la inocencia de un lactante.

Del partido celebrado en Córdoba, Argentina, recuerdo que debió ser alrededor de la hora de la comida y que la cocina de casa estaba en reparación. Un pequeño televisor blanco y negro fue el receptor de tan amargo cotejo. Ahora que lo medito, es posible que la vida quería darme a entender que para ver ese 6-0 que nos endosó el equipo teutón, era necesario portar un luto riguroso y que el color sobraba. Era oficial, no sería yo el primer premiado de los Pronósticos Deportivos.

Polonia-México. Visitante.
Perder con Polonia era lo normal (cuatro décadas después lo reconozco). Quedar en último lugar en Argentina 78 no debía serlo. El desastre deportivo (y emocional) del combinado nacional, se ajustaba a una realidad entonces desconocida para mi. La catástrofe debía tener una razón y posiblemente haber escogido una marca de ropa casual como proveedor de la ropa deportiva no haya sido la mejor decisión. Tengo ciertas dudas de que los uniformes fueran Dry-Fit™ y eso pudo haber pasado factura o no. El nivel de nuestros futbolistas y de nuestro futbol en general en mi mente, no se amoldaba a la realidad expuesta. La fotografía de un país como el nuestro desnudada por un evento deportivo. Se buscarían culpables inmediatos, como siempre, sin encontrar, jamás, la razón de nuestro rezago ne tantos rubros. Las soluciones simplistas, tan en boga hoy en día, son la mejor receta para un pueblo hambriento de héroes de cualquier tipo y a cualquier precio.

Ronda final
Tras la eliminación mexicana, no recuerdo haberme decantado por algún equipo en especial; sí vienen a mi mente momentos de diversos partidos: el golazo del brasileño Nelinho en contra de Italia en el duelo por el tercer lugar; el austriaco Krankl y su exhibición ante Alemania Federal que lo catapultaron al FC Barcelona; los shorts largos de Quiroga, arquero peruano nacido en la Argentina señalado como uno de los culpables de aquel polémico partido en Rosario donde Argentina alcanza (con merecimiento propio) la final; el disparo a balón parado con la parte externa del pie derecho de Teófilo Cubillas contra Escocia… y sobre todo, el día de la final… sí. Ese día en que mi mamá decidió llevarnos a casa de su hermano al otro lado de la ciudad, en pleno partido. Gracias a Dios hubo tiempos suplementarios y pude ver a Mario Alberto Kempes, con aquel gol con la suela, desatar la infinita lluvia de papel picado. La albiceleste emergió como un digno ganador en un país lleno de tristeza, causada por Videla y todo su séquito de asesinos, de un Mundial que, en mis recuerdos, fue entretenido.

Resultados de la quiniela
El futbol es, entre miles de cosas, el recuerdo que te deja, la sensación de haber disfrutado (y sufrido) el destino de once futbolistas a quienes a pesar de no conocer los sostienes con tu aliento y corazón. Cuarenta y cuatro años y varios mundiales después, volteo a ver a un niño que en 1978 se disfrazaba de jugador y que de una u otra manera se enganchó para siempre de un deporte que por su simpleza se complica. Es mucho más que una pelota y veintidós participantes, es también la cantidad de gygabytes de memoria emocional almacenada y que de cuando en cuando salen a pasear, a dar la vuelta y convierten un mes de cada cuatro años en un viaje del cual no se olvidará más nunca.

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