Estaba sentada a la orilla del olvido, cuando me llegó salpicando una ola de recuerdos. Llevo exactamente noventa y nueve días lejos del mar. La piel ya no me arde ni me brilla igual, pero he encontrado entre las dunas de mi cuerpo muchas huellas de nuestras historias de sal. Cierro lo ojos y las recorro en mi memoria. Todavía puedo sentir la arena entre mis dedos y el viento haciéndole el amor a mi cabello.
Comienzo a caminar, descalza y despeinada. Noto como los rayos del sol cincelean el horizonte. Me siento atraída por él, por su fascinante y ardiente seducción. Puedo sentir cómo la brisa me acaricia. Escucho a lo lejos a algunos extranjeros, camino hacia ellos y me pierdo entre sus risas ajenas y sus conversaciones veraniegas. No sé exactamente de dónde vienen ni a dónde van, pero me encantan sus huellas en la arena y los trozos que van dejando de sus historias pasajeras.
Me siento plena, por fin puede vagar mi mente en un espacio seguro, donde la felicidad es pura, casi sólida y no está contaminada por ningún razonamiento. Soy afortunada por la bocanada de oxígeno incólume que entra por mi nariz, que se pasea por mis pulmones y que se libera entre mis labios.
Sigo caminando, casi bailando. Voy de la mano de mi compañía favorita robando sonrisas. Esperamos que la vida como siempre nos sorprenda. Esta vez vamos desenfocadas de la realidad. Sin límites y sin inhibiciones. ¡Qué fácil es dejarnos llevar por los rincones de nuestra intimidad! Desnudas y sueltas por el deseo amoral y el amor atemporal. Tengo la certeza de que no existe otra forma más genuina de libertad.
Comienzo a sentir mucho calor. Mi sudor se desliza por mi piel hasta que una sensación desmesurada de sequía me invade. ¡Tengo sed! Sólo el mar podría saciarla. Camino hacia él. No estoy ni siquiera cerca, pero ya estoy mojada. Siento como poco a poco la humedad recorre mi cuerpo y se apodera de mí. Estoy cubierta de su espuma. Noto como nuestra temperatura vibra y se equilibra.
Mis labios están húmedos y saben a sal. Abro mis piernas y me dejo llevar al ritmo del mar. Me agito con el vaivén de sus olas y mi respiración se entrecorta. Voy hasta el fondo, hasta a un estado de infinito placer. Siento como miles de partículas bullen dentro de mí y como la oxitocina se libera de mi cuerpo. Me regocijo de este instante infinito. Me relajo completamente. Inhalo y exhalo. Se estabiliza mi respiración. Abro los ojos, estoy sudando. Siento un brutal vacío en el pecho. No puedo creerlo: mi corazón aún no ha vuelto del viaje.