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Alejandro Badillo: «Sin una historia detrás no puedes formarte una identidad»

La intención del viaje era la posibilidad de la escritura.
Escribir y escribir para contar algo, aunque fuera a mí mismo.
Era mi frontera, la única posible de construir,
la que me redimiría, o acabaría condenándome.

Alejandro Badillo; Reconstrucción

Un hombre aparece en medio de una ciudad —una ciudad que puede ser un país cualquiera o el mundo— que ha sido azotada por un ‘algo’ que lo ha dejado en ruinas. Una muralla infranqueable es el único testigo de la vida a la que la gente de ese lugar está condenada. El hombre recorre cada uno de sus rincones buscando pistas, pero ¿de qué?

Alejandro Badillo (Ciudad de México, 1977), economista de profesión, es el autor de esta historia titulada Reconstrucción (Ediciones E y C), donde además de ir descubriendo lo que el personaje principal va encontrando a su paso en dicha ciudad olvidada por la vida, encontramos consignas claramente marcadas: la reconstrucción física y a manera de metáfora, como un renacer interno; migración; desaparecidos; e incluso, la lucha inevitable de lo digital contra el papel. Y por supuesto, la escritura.

¿Cómo se originó Reconstrucción?

Realmente, yo vengo más del cuento que de la novela y este es el libro más largo que he escrito. Tuve una temporada, hace tres o cuatro años, de estar solo en mi casa, y pude dedicarme a escribir de una manera disciplinada. Y se me ocurrió hacer una novela que fuera como un viaje. Siempre me han gustado los libros de viaje, como Marco Polo y El libro de las maravillas del mundo, todas las novelas de exploradores, me encantaban esos libros y dije, ¿por qué no escribo una novela estilo road movie, en donde el personaje, digamos, va como explorando geografía de un lugar desconocido? Me vino la idea muy abstracta.

En cuestión de novela, seguramente, te has de encontrar con mucha gente que te ha de decir que tiene toda la estructura, la escaleta, el guion; «sé lo que va a pasar y sólo tengo que llenar los huecos». Yo, como vengo del cuento, que es más experimental, de intuición, de ir viendo no necesariamente la anécdota sino cómo contarlo, dije: voy a poner un personaje que está de repente en un lugar desconocido y empieza a explorar esa ciudad, que es una ciudad sin nombre, un universo alternativo del que tenemos ahora; una realidad alterna. Así me vino la idea y comencé a escribir a este personaje que va explorando hasta el final, que es como si completara un viaje y llegara al otro extremo del mundo en el que él está.

¿Fue difícil pasar del cuento a la novela?

Sí, al inicio creo que sí, sobre todo cuando mi primera novela (La mujer de los macacos), esa fuera una derivación de un cuento que intenté ver qué podía pasar después del final. Es difícil, sobre todo para escritores como yo, que somos muy atentos al detalle, que consideramos que cualquier cosa puede ser superflua. Yo escribía cuentos bastante concretos. Mis primeras novelas, pues decía, híjole, parece que estás avanzando y no llegas a ningún lado, que ya quieres cerrar la historia. Me costó trabajo en ese sentido, el esfuerzo de pulir el lenguaje en una extensión mucho más larga.

Cuando escribí Reconstrucción, ya tenía experiencia de tres novelas escritas, y ya no me causó tanta fatiga intelectual de estar escribiendo y ver cómo se acumulaban las páginas.

¿Por qué Reconstrucción? Platicábamos que el personaje va en esta búsqueda, que va explorando. ¿Es una metáfora de un camino interno?

Sí, yo creo que sí, del personaje y todo lo que pasa. Una de las vías para este libro fue W. G. Sebald, sus libros son raros, muy ensayísticos y biográficos, y este personaje prototípico, álter ego de Sebald, es alguien que está explorando lugares en Alemania e Inglaterra, lugares del campo, de la naturaleza, de algunos pueblos medio olvidados, que está constantemente reconstruyendo, precisamente, lo que pasó ahí, y se hace una historia imaginaria de lo que pasó, y también hay una parte real que él reconstruye; y eso me llama mucho la atención para mi libro: reconstruir algo como si fueras un arquéologo, que estás viendo rastros, que te están diciendo algo pero tienes que saber verlo, tienes que quitarle la tierra y de esa manera tienes una historia.

Y además, otra parte de Reconstrucción es la del lenguaje. Es como tratar de reconstruir para llegar a un punto ideal, sabiendo que no lo vas a lograr; como el mito de Sísifo, que vas a estar siempre en esa tarea, tratando de lograr esa plenitud a través del lenguaje y que solamente puedes reconstruir cosas, pero nunca puedes tener la historia completa. Entonces, esa especie de tragedia es la que rodea el hecho de conocer la verdad, una aproximación totalmente parcial.

Hay diversos estandartes o consignas en Reconstrucción, pero quiero comenzar precisamente por el de la escritura. El protagonista vive un drama, no sabe si seguir escribiendo y piensa en la posibilidad de que su escritura termine siendo obsoleta y, en un futuro, nadie lo lea. ¿Por qué es esto?

Ahí hay otra vía, otro tema que me interesa. Yo soy economista y cuando estudié me formé con el paradigma que ahora se le llama neoliberal, de libre mercado, fiel a la globalización, a las finanzas, a pesar que la carrera tenía materias de marxismo e historia del capitalismo. Cuando salí de la universidad, fui muy autodidacta, no sólo en literatura, sino también en cosas de historia y de economía, y me fui haciendo una especia de panorama de lo que veía en el mundo y cómo se iban acelerando ciertas cosas que yo veía que ya estaban ocurriendo, y una de esas cosas era la obsolescencia programada. Leí una vez un artículo que las cosas, que la historia que estamos creando, ahorita, desde que estamos pasando a lo digital, quién sabe si en un futuro se vaya a poder rescatar. Por ejemplo, esas cosas que yo escribí en mi primera computadora, en aquellos diskettes, ¿quién va a tener la posibilidad de entrar? No es que no se pueda, pero la sociedad humana se ha vuelto más compleja.

Justamente es eso, cómo en este mundo en el que hemos logrado todo, que tenemos información en segundos, todo eso que se está creando, se va a perder. Esa es la idea. Y la gente del futuro no va a saber qué cosas se publicaron, qué hubo. ¿Quién va a tener la tecnología en el futuro para ver qué había? Realmente lo que se va a poder registrar, lo que se va a poder heredar, va a ser un libro físico. Ahora ya pasamos a lo digital y a la tecnología que puede fallar, que va a ser muy costoso mantenerla, y todo eso se va a perder. Esa es la tragedia la que intento reflejar ahí, un país sin memoria, y que no sabe qué fue lo que pasó antes y la tecnología que había ni siquiera funciona, y está en una especie de limbo en el tiempo.

«La cultura escrita de este país es casi inexistente». ¿A qué te refieres con esto?

Sí, que hay como una abulia, un desinterés, un desencanto porque, cuando no tienes historia atrás, no te puedes formar una identidad como cultura, como país. Entonces, la gente de este país imaginario, que es una especie de proyección de esta sociedad al futuro, por eso es una novela entre ciencia y ficción y no, es la cuestión; sin una historia atrás ya no hay ningún referente en el que te proyectes para hacer cualquier cosa. Somos una continuación de lo que se inició hace miles de años, a través de la escritura, precisamente. Cuando ya no hay interés por escribir, porque ya no hay historia, porque ya no hay historias que contar, y se vive en una especie de presente permanente, continuo, es un país completamente sin alma.

Es un poco la idea que intento reflejar en este trayecto del personaje, que empieza recolectar esto, porque él es el único que tiene interés; él es una especie de embajador de nuestra época que todavía tiene ese interés de llegar a la verdad de las cosas.

La escritura para contarse algo a sí mismo.

Hay otra vertiente del libro que me gustó explorar, que es la del diario. Hay como una fiebre por esta literatura autoficcional, donde, si voy al parque, voy a hacer toda una odisea; parecería que todos tenemos cosas muy importantes que decir. Y no en el sentido de las ideas, sino de lo que me pasa; de todo eso queremos ser las estrellas y compartirlo de una manera muy exhibicionista con el mundo, ya sea a través de esta literatura o, incluso, en las redes sociales, siendo totalmente expuesto en todo momento.

Me interesaba rescatar los diarios de viaje. El personaje está escribiendo para, de alguna manera, confirmar su lugar en el mundo; está solo y el único soporte que tiene es la escritura. Es la cuestión de escribir en la computadora, de registrar todo, pero es una manera de decir «yo existo, yo estoy acá y dejo esto como testimonio», en este diario. La tragedia está en que cuando ya no puede mantener la computadora, ya no hay electricidad ni manera de echarla andar, él empieza de manera obsesiva a ver papeles, y decir «bueno, cuando se acabe esto, ya no voy a poder escribir, voy a tener que usar mi imaginación». Era eso: cómo se llega desde las computadoras, al papel y la imaginación.

Vemos también una ‘batalla’ entre el digital y el papel. Este proceso de la escritura se vuelve un drama para el personaje. ¿Qué tanto de esta batalla es tuya?

Yo soy mucho de escribir en computadora; a mano me cuesta mucho trabajo, porque estoy corrigiendo constantemente. El hecho de depender de esta tecnología te pone a pensar qué pasará cuando ya no exista, cuando ya no tengas acceso a ella; y esta cuestión de la lucha con la escritura, precisamente, de corregir, de borrar, de luchar contra los procesadores de textos; es increíble cómo ya, gradualmente, estamos dejando que algo tan íntimo como la escritura se vea tan contaminada por lo que el sistema quiere que escribas. Más allá de lo que se pensaba de la computadora.

Cuando Jack Kerouac escribe En el camino, esta novela de los cuates beatniks que llegan desde Estados Unidos a México, y se emborrachan y se meten droga y todo lo demás, pero él para escribir ese libro se llevó una máquina con un rollo de papel, no hojas, para no dejar de escribir, para no cambiar la página. Ahora, eso se replica en las pantallas; ahora tenemos una página sin fin. Es algo que no pongo tan directo en el libro, pero sí es esto de la lucha del autor, del viajero, con su escritura y cómo refleja eso el mundo que él ve y cómo eso confirma su existencia. Y como él aparece en el libro de la nada, es importante para él tener una señal de que está vivo, de que está ahí.

Otra consigna en Reconstrucción, con un discurso muy fuerte, es la de los desaparecidos. En alguna parte, uno de tus personajes menciona que «la esperanza nos protege». ¿Es así?

(Los desaparecidos) es algo que me perturba mucho. La esperanza que protege a las personas, pues es la esperanza de encontrar a alguien, ya sea vivo o muerto.

Una de las cosas que busqué retratar de una manera alegórica, porque el tema de los desaparecidos se presta a mucho manoseo, son cosas problemáticas porque hay muchos escritores que, por subirse a la tendencia de las novelas de narcotráfico, utilizan una especie de pornografía para retratarlo más crudo, pero están simplemente maltratando el tema, lo están banalizando, que es peor.

Me interesaba tratarlo de una manera más simbólica porque todos los ritos que nosotros tenemos, que aparezca alguien a pesar de que ya no esté, de tener el cuerpo y hacer el rito, independientemente de la religión que sea, es muy significativo para ti como persona. Es un poco lo que buscaba reflejar es el terror de que alguien desaparezca y no sepas qué pasó con él, y que no tengas su cuerpo, que es como si no hubiera existido, que es una de las cosas que son más crueles de la violencia en países como México.

¿Qué hay del otro lado de la muralla?

Justamente, fue una de las partes difíciles de escribir. Soy muy partidario de los finales abiertos. Al final de la novela, quería dejar una idea de redondez de la historia; que el personaje hubiera llegado al final del camino, porque finalmente todas las novelas de viaje y de exploradores, y demás, sí llegan al final de algo.

Al final de la muralla, cuando está con este rey loco y están tratando de escarbar la piedra para ver qué hay del otro lado, pues del otro lado está el mundo real. Me imaginaba una urbe como la que nosotros vivimos, con coches, con edificios, que mucha gente lo idealiza bastante; del otro lado de la muralla estamos nosotros y todo eso que hemos estado leyendo es una especie de mundo posible, como un país o un universo alterno que, cuando llegamos al final, decimos «ah, caray, estamos nosotros ahí».

Cuéntanos sobre La habitación amarilla.

De hace unos tres o cuatro años a la fechas, dije: ¿por qué no hago cuentos que se puedan unir? No que se lean como una novela, sino que tengan elementos que se repitan constantemente. Cuentos con temáticas diferentes, pero que haya algo que los una y se me vino a la mente el color amarillo y una habitación de ese color. Es la cuestión de los colores como algo simbólico. Y el amarillo es un color que te inquieta. En todos los cuentos hay una habitación de color amarillo que trastorna a los personajes y que todo ese mundo real lo vuelve alucinado, surrealista.

purgante es una comunidad de escritores, pero también de lectores. ¿Cuáles libros nos recomendarías?

Sería una lista larguísima. Creo que la cuestión de la lectura es algo que siempre está en proceso. Los libros que te acompañaron cuando comenzaste a leer, que te impresionaron, se van a mantener siempre.

 Yo diría que uno de los libros que se tienen que leer bien, y que de repente se cree que es un libro muy infantil cuando es todo lo contrario, es Las mil y una noches; no por nada (Jorge Luis) Borges dedicó bastante tiempo a hablar de este libro. Incluso tiene un ensayo muy bueno que habla sobre los traductores de Las mil y una noches, cómo iban cambiando la traducción dependiendo del contexto en el que estaban. Por ejemplo, las escenas eróticas las censuraron durante mucho tiempo. Es un libro increíble. Las historias encadenadas te enseñan muchísimo.

Otro, Borges. Creo que es increíble lo que logró, no sólo en los cuentos sino en los ensayos y traducciones, y las divulgaciones de autores. Yo pondría Ficciones.

Y uno último, de un autor que no se lee mucho, pero muchos coinciden que es uno de los grandes autores de la literatura mexicana, es Jesús Gardea. Un autor que llevó el cuento y la novela breve a unos niveles de experimentación con el lenguaje increíbles. Es uno de los autores más provocadores, en el sentido del lenguaje.

De autoras, pondría a María Luisa Mendoza; o Nellie Campobello con Cartucho, estos cuentitos sobre la Revolución mexicana.

¿Qué estás leyendo ahora?

Los herederos de William Golding y Dios tiene tripas, de la autora mexicana Laura Sofía Rivero.

Por último, ¿qué es purgante?

La idea de purgar es algo muy importante. Puede tener connotaciones muy negativas como pensar en las purgas de los nazis contra los judíos en la Segunda Guerra Mundial; pero también lo vería como una catarsis y como un filtro. Purgar algo es dejarlo limpio. Y el hecho de estar escribiendo, de estar purgando cosas, para dejar algo que valga la pena. Me parece una palabra muy fuerte, muy sonora, me gusta cómo suena, pero me parece una palabra muy poderosa. Creo que no la he utilizado mucho en mi escritura. Me parece una palabra que se puede desdoblar de muchas maneras pero sí, con fuerza; una especie de catarsis. Me gusta mucho eso.

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