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Apartment 7A o la larga sombra de Rosemary

Mientras la cinta de 1968 lograba crear una atmósfera de paranoia y terror latente en cada escena, aquí la tensión, pese a la plétora de alusiones visuales y sonoras a la cinta original, nunca alcanza un punto álgido.

Cuando escuché que estaba en producción una película llamada Apartment 7A, que acaba de ser estrenada en la plataforma de paga Paramount+, se promocionaba como una precuela de Rosemary’s Baby (1968), una de las obras más influyentes y queridas del cine de terror, no pude evitar sentir una mezcla de entusiasmo y reserva, por no decir francamente desconfianza.

Mi relación con Rosemary’s Baby es, como saben todos quienes me conocen, más que la de un simple espectador. La vi por primera vez en 1987, cuando tenía 13 años, a escondidas, en un Betamax prestado, luego de haber leído algún tiempo antes, la novela de Ira Levin de contrabando, fascinado por su extraordinaria manera de retratar la vida de ciudad y a un personaje entrañable, como lo es Rosemary Woodhouse, con una trama que podría ser completamente sobrenatural. Mis padres no lo sabían en ese momento, pero esa experiencia marcó mi vida. Desde entonces, he visto la película más de 100 veces, lo que me convierte en un auténtico devoto de su templo (es más, un cineclub que dirigí por varios años, se llamaba “Los hijos de Rosemary”); no me cabe la menor duda de que en todo el país, es difícil encontrar a alguien que la haya visto tantas veces o que sepa más acerca de los detalles de su legendario rodaje, su contexto sociocultural, o su impacto histórico. Para mí, Rosemary’s Baby es una película perfecta, insuperable. 

Así que, cuando llegó el momento de ver Apartment 7A, una especie de expansión del universo (para que ustedes me entiendan en términos actuales) creado por Ira Levin y Roman Polanski, lo hice con un escepticismo completamente natural. Mi mayor temor no era que la película, a la que prometí dar el beneficio de la duda, fallara, sino que, peor aún, me dejara indiferente. 

Producida nada menos que por John Krasinski, la cinta cuenta con la dirección de Natalie Erika James, quien ya había demostrado su capacidad en el género del terror con su debut en 2020, Relic. Esa película fue una ópera prima muy lograda que exploraba la decadencia de la mente a través del prisma del terror psicológico. James construyó un relato muy femenino que resultaba efectivo, cargado de atmósfera, y mostrándose como una directora con un pulso firme para el terror sutil. Era razonable esperar que pudiera replicar, o al menos acercarse, a esa maestría con Apartment 7A. Desafortunadamente, y pese a estar involucrada en la reescritura del guion y de sus buenas intenciones, no fue el caso.

La historia gira en torno a Terry Gionoffrio, un personaje secundario en la novela original de Levin de 1967 y en la adaptación cinematográfica de Polanski, donde fue interpretada por la actriz y playmate Victoria Vetri (quien utilizó el alias Angela Dorian en aquella época). Terry es la joven que vive en el icónico edificio Bramford (en ambas películas representado por el icónico y siniestro Dakota), bajo el “cuidado” de los Castevet y que, pese a su brevísima aparición, es esencial para la trama, ya que su trágico destino abre el camino para que Rosemary sea “elegida” para ser la perpleja madre de lo que podría ser un engendro infernal. 

En esta trama, Terry es la protagonista, y es interpretada por Julia Garner, quien es una actriz sólida y que ha tenido interpretaciones sobresalientes en la serie de Netflix Ozark y en el hit indie The Assistant (2019), donde retrató a una joven que trabaja para un productor de cine abusivo y violento. En ese filme, su interpretación fue matizada y contenida, mostrando su capacidad para transmitir emociones complejas con un manejo supremo de la sutileza. Aquí, sin embargo, se siente como si su talento fuera desperdiciado, ya que su personaje está mal desarrollado prácticamente de entrada.

Apartment 7A (2024).

A pesar de que Terry se presenta como el personaje principal, su arco narrativo carece de consistencia: hay elementos que son explorados en exceso, pero otros que se pasan por alto por completo, lo que lleva a un desenlace predecible y nada satisfactorio, especialmente si se tiene en mente la obra de Polanski. No se siente la complejidad psicológica ni el suspenso que caracterizaban a Rosemary’s Baby. Mientras la cinta de 1968 lograba crear una atmósfera de paranoia y terror latente en cada escena, aquí la tensión, pese a la plétora de alusiones visuales y sonoras a la cinta original, nunca alcanza un punto álgido. La construcción de la atmósfera es notable, pero la historia es plana, y el guion simplemente no ofrece giros convincentes ni momentos de genuino impacto.

Uno de los mayores atractivos de este producto es el elenco. Dianne Wiest, una actriz prodigiosa, ganadora de dos Oscar por sus interpretaciones en Hannah y sus hermanas y Bullets over Broadway de Woody Allen, asume con aplomo y simpatía el excéntrico rol de Minnie Castevet, siguiendo los pasos de la legendaria interpretación hecha por Ruth Gordon en Rosemary’s Baby. Gordon ganó un merecido Oscar a Mejor Actriz de Reparto en 1969 por su papel como la vecina entrometida y siniestra, y Wiest se entrega al personaje con respeto y devoción. Sin embargo, pese a sus mejores esfuerzos, el guion nunca le da mucho con qué trabajar. Lo mismo ocurre con Kevin McNally como Roman Castevet, quien toma el relevo de Sidney Blackmer. Aunque McNally ofrece una actuación sólida, su Roman carece de la amenaza soterrada y el carisma siniestro que Blackmer aportó al personaje original. Jim Sturgess, por su parte, interpreta a Adam Marchand, un productor de Broadway con un aura misteriosa. Aunque su personaje parece importante, al final queda relegado a ser una pieza más en una trama que nunca termina de cuajar. Lástima de guapito.

La verdadera tragedia de Apartment 7A es que, pese a tener actuaciones de primera y una ambientación interesante, el guion parece estar hecho sin pasión. No hay un sentido real de suspenso, y los momentos que deberían ser inquietantes o terroríficos simplemente se quedan en intentonas. Quizás parte del problema radica en que la película, como muchas otras precuelas y secuelas de obras maestras del cine, está condenada a vivir bajo la larga sombra del original. Es inevitable comparar ambas cintas, y cuando lo hacemos, la nueva producción se siente completamente intrascendente.

Recuerdo que cuando vi Rosemary’s Baby por primera vez, quedé fascinado no solo por la historia, sino por cómo Polanski y Mia Farrow lograron tejer una sensación constante de duda y miedo. Nunca sabías si lo que estaba sucediendo (una conspiración que involucraba a una joven ama de casa dulce y sensible para usar sus órganos reproductores y gestar al hijo del diablo, a cambio del éxito y la fama para su cínico maridito actor, que fue interpretado con suculenta pedantería por John Cassavetes) era real o solo estaba en la cabeza de Rosemary. 

Esa ambigüedad psicológica es lo que hace que la película funcione tan bien, incluso después de más de 50 años. Pero en Apartment 7A, esa sutileza está completamente ausente. Aquí no hay ambigüedad, no hay capas de interpretación. Todo es presentado de forma demasiado explícita o, peor aún, sin la profundidad que se esperaría en una película que pretende expandir un universo tan icónico. Aunque interpretada con entrega por Miss Garner, Terry Gionoffrio no está desarrollada aquí para ser un personaje tan empático como Rosemary (y eso que Mia Farrow solo tenía 22 años y tres temporadas de Peyton Place: La caldera del diablo en TV como garantía cuando la encarnó) y se nota. Llega un punto en el que (aún si no se supiera el destino que la espera), lo que le pase ya no nos importa: Terry no tiene la inocencia pura de Rosemary, pero tampoco la malicia y ambición de su marido, Guy. Titubea, se tambalea, y finalmente, se desploma en más de un sentido.

Apartment 7A (2024).

La razón de existir de esta película, pese a los talentos involucrados, parece ser que solo está ahí para recordarnos la majestuosidad de Rosemary’s Baby y lo vacía que resulta esta nueva entrega. Es como el talismán que Terry recibe de los Castevet, un objeto bellamente diseñado en el exterior, pero que a diferencia del prop en ambas historias, en su interior está vacío y no tiene alma. Los valores de producción son excelentes, eso no se puede negar, pero no salva a la película de las fallas antes enumeradas.

Como alguien que ha dedicado tanto tiempo y energía a analizar cada aspecto de Rosemary’s Baby, me es imposible ver Apartment 7A sin sentir que es otra oportunidad desperdiciada. De la misma manera que la terrible miniserie de 2014 dirigida por Agnieszka Holland (otra directora con talento) intentó revivir la magia de la original y fracasó rotundamente, esta película también se queda corta. No hay secuela, precuela, spin-off, o variante que pueda siquiera acercarse a tocar la patina majestuosa de la original. Polanski creó una obra maestra que es atemporal, y cada intento de tocarla solo sirve para recordarnos cuán sublime fue su trabajo.

En conclusión, esta no es una película terrible, pero es completamente anodina. No emociona, no sorprende, y lo peor de todo, no aterroriza. En el mejor de los casos, invita a pensar en las razones por las cuales la obra de Polanski sigue siendo insuperable; verla solo hace que den ganas de ver el original, y esto es quizás el mejor cumplido que puede dársele a este intento olvidable.

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