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Armario

Apenas ayer leí que subrayar un libro que te gusta es similar a subirle el volumen a tu canción favorita.

Someday we’ll have an open top bus parade
Far from me
Someday we’ll do the whole sorry charade

Bad Skin Day; Bell XI

Anoche, al irme a dormir, percibí que algunas cosas no estaban en el lugar que corresponde. No me refiero únicamente a aquellas que estaban a la vista. En general, esas permanecieron en el espacio que les he designado para “vivir” o, para hacerlo más sencillo, en el lugar donde las había dejado por la mañana. Sólo una la reconocí fuera de sitio, y pensé, en ese momento, que se trataba de algún despiste, o que Fermina —la gata— había hecho algo con ellas y las había regado en cualquier otro punto.

Soy una persona ordenada. Al menos yo me considero así. Suelo mantener mis cosas de tal forma que no tenga que batallar para encontrarlas. Las clasifico por colores, incluso por texturas. Cuando se trata de libros, lo hago por editorial, por autor e incluso por género. A veces me da por separar aquellos a los que les tengo especial aprecio. Mis amistades me dicen que tengo un trastorno obsesivo compulsivo; yo les respondo que, con el tiempo que me he ahorrado buscando mis pertenencias, he podido hacer otras miles de cosas en mi vida. Ellos no tienen respuesta ante ese argumento.

Mi habitación es amplia. La disposición que posee tiene que ver con el sol. Por las mañanas puedo ver el amanecer a través de la ventana y, por la noche, abriga el calor que se generó durante el resto del día. Los muebles y la decoración tienen que ver con la personalidad que tengo. Me gusta seguir lo que algún día afirmó Ludwig Mies van der Rohe, arquitecto y último director de la Bauhaus: «menos es más». Ahora, esto no significa que lo que tenga no sea, de una forma u otra, acogedor. Mi habitación lo es.

Tengo un cartel colgado en una de las paredes. Uno de los que se publicaron con motivo del Mundial de Futbol celebrado en España 82. El cartel es de Eduardo Arroyo, escultor y pintor español vinculado al pop art. Murió en 2018. En ambos lados de la cama se encuentran mesas de noche. En las dos suelo dejar algún libro extra, por si se ofrece. Suelo despertar a media noche y me cuesta un poco regresar al descanso; así que, en ocasiones, decido leer para que mi mente se calme unos momentos.

El libro (o los libros) que estoy leyendo lo coloco al pie de mi cama. Suelo tener una pluma o un lápiz para poder subrayar todo aquello que me parezca interesante. Apenas ayer leí que subrayar un libro que te gusta es similar a subirle el volumen a tu canción favorita.

Los colores que dominan son neutros. Si hablamos en términos de Pantone®, serían algo así como el Warm Grey 2U. En realidad, nunca he sido partidario de la estridencia. Ni en mi forma de ser ni, por tanto, en la forma en que visto. De ahí que la disposición para guardar la ropa sea, hasta cierto punto, muy sencilla: las tonalidades no varían mucho y, por mi formación académica, lo facilita.

Todo lo demás está dispuesto dentro de un armario, de acuerdo con su uso: ropa de uso diario, deportiva, para eventos formales, casual, ropa para playa. Esto no significa que posea una cantidad excesiva; simplemente prefiero saber con qué cuento. Me gusta que esté visible para no olvidar. Quizá esto sea una parte importante de lo que soy.

El mueble cuenta con cuatro cajones, en los cuales mantengo ropa interior, calcetines, entre otras cosas. Y aquí es donde me detengo. Fue uno de ellos —los cajones— el que, al regresar la noche de ayer, encontré entreabierto. Ignoro —por el momento— si fui yo quien lo dejó así. Insisto: un despiste. No lo recuerdo. Tal vez mi inconsciente o mi pobre atención lo provocó. No lo sé. No lo sabré. Elijo no hacerlo.

En ese cajón —ahora vacío— guardaba, de manera ordenada, todos los sueños que tuve de ti.

Por Juan Pablo Martínez Cajiga

Nací un lunes.