A 500 años de la caída de la gran Tenochtitlán, hablé con Arno Burkholder, historiador y autor de los libros Los últimos honores. Funerales presidenciales en México, La red de los espejos. Una historia del diario Excélsior y Cara o Cruz: Santa Anna —este último a cuatro manos junto a Natalia Arroyo—, sobre los mitos heredados y las nuevas narrativas en torno a la conquista de México.
¿Por qué ha costado tanto derribar el mito de Hernán Cortés como hombre excepcional y el del resto de conquistadores como una masa blanca homogénea?
A Hernán Cortés hay que verlo como uno de los personajes más complejos de la historia de México. Es un hombre de muchísimas facetas. En un momento fue visto como el padre de la nación mexicana; en otro instante se volvió el gran villano nacional. Últimamente hay una veta anticortesiana que quiere verlo como alguien que en realidad no fue importante, como un advenedizo que se aprovechó de la ignorancia de algunos indígenas, de los intereses de otros, un poco de la candidez de algunos de sus capitanes. ¿Por qué Hernán Cortés sigue teniendo tanto peso en la historia nacional? Para empezar, porque es el que gana. Es el que dirige las tropas que destruyen Tenochtitlán, el que se convierte en gobernador general, el que se convierte en marqués del valle de Oaxaca, el que crea un linaje que duró por lo menos hasta los años treinta del siglo XIX. Se convirtió en el referente y en la explicación de por qué existía Nueva España. Actualmente hay quien pretende crear una historia de la conquista basada en procesos y dejar de lado personajes. Pero no podemos dejar de lado a un personaje como Hernán Cortés. Lo que hay que hacer es entenderlo más. Seguimos sabiendo poco de él a 500 años de lo ocurrido. Por eso, o tenemos al hombre excepcional o tenemos al villano que se merece el infierno. No era ninguna de las dos cosas. Era simplemente un hombre de su tiempo que aprovechó las circunstancias.
Lo de masa blanca homogénea es un cuestionamiento absolutamente contemporáneo, que durante mucho tiempo no existió. Por eso siempre se habló de españoles. Hoy, con todo lo que está ocurriendo con el independentismo catalán, el nacionalismo vasco, la crisis de La Corona, empiezan a cuestionarse ellos mismos si la conquista la hicieron los españoles o la hizo un enorme conglomerado de gente de Extremadura a la que luego se sumó más gente. No hay que derribar mitos, hay que entender la complejidad de las cosas.
Por mucho tiempo se pensó que la narrativa en torno a la alianza de los peninsulares con los indígenas para tomar Tenochtitlán atentaba contra la construcción del nacimiento de México como Estado-Nación, ¿han cambiado las cosas en ese sentido?
Especialmente en el siglo XIX se fortaleció la idea de que la conquista de México había sido una guerra de indígenas contra españoles, porque tenía que servir como justificación para la otra gran guerra entre esos mismos dos grupos: la independencia nacional. Quizá habrá llegado hasta la primera mitad del siglo XX, pero actualmente reconocemos que la guerra de conquista fue tremendamente compleja, donde hubo demasiados intereses involucrados. Entonces nos encontramos con grupos indígenas como Tlaxcala, los huejotzingas, Texcoco—que había sido parte de la Triple Alianza— que terminan aliándose a Cortés, porque al final se dan cuenta de que les conviene.
¿Se puede argumentar que la dominación española se cimentó más en la diplomacia que en un excepcional despliegue militar?
Yo diría que no. Lo primero fue, sí, una enorme labor de negociación de Cortés y sus hombres, de mostrar que eran tremendamente poderosos para avasallar a los indigenas, pero la caída de Tenochtitlán fue un episodio sumamente brutal. Fueron meses de destruir la ciudad; primero de rodearla, de cortarles el acceso a la comida, al agua. Y luego de ir peleando casa por casa hasta que de Tenochtitlán no quedara más que un páramo. Actualmente hay un conflicto interesante en el sentido de que hay gente que insiste en que fueron los indigenas los que buscaron aliarse con los españoles para acabar con el poderío mexica y los que se atreven a decir que fue al revés: que los españoles son los que se alían a los indígenas para, al final, convertirse en vencedores.
¿La estigmatización de la Malinche como traidora es irreversible?
No lo creo. Es cierto que durante mucho tiempo en la historia oficial la Malinche ha sido visto como traidora, pero estamos viviendo una época distinta, una época en la que hay una mayor participación de la mujer en la vida pública, en la que está reclamando cada vez más sus derechos. En ese sentido, hablar de una mujer traidora ya no hace sentido. No hay manera. Estos movimientos contemporáneos están buscando referencias en el pasado para poder justificar su existencia. Por eso alguna vez, por ejemplo, Frida Kahlo fue importante como símbolo. O Sor Juana. Como símbolo, la Malinche está comenzando a volverse importante. Más bien hay un intento de quitarle ese estigma y de decir: esta era una mujer muy inteligente, que logró sobrevivir en un mundo dominado por hombres y que, bien o mal, salió adelante. Es cierto que sigue vigente el concepto de malinchismo, pero en el mundo de hoy hablar de la Malinche como una traidora está totalmente desfasado.
¿Se debe seguir discutiendo el término “conquista” para aproximarse al fenómeno de la caída de la Gran Tenochtitlán?
Alguno se atreven a hablar de una guerra civil mesoamericana, pero, al final, fue eso: una conquista. Una conquista donde al mismo tiempo hubo mucha violencia y, sí, una enorme cooperación de los indígenas, tanto las élites como los grupos más pobres, los conquistadores, la burocracia que llegó para gobernar este territorio, la iglesia católica. Hay un intento de relativizar lo que ocurrió y decir que no fueron los españoles, sino el noventa por ciento de los indígenas que destruyeron a los mexicas. Al final los que ganaron fueron los españoles. Está muy de moda el discurso de resistencia, pero, no, no hubo resistencia. Si acaso la guerra del Mixtón, sublevaciones específicas. Al final la población indígena se adaptó a la existencia y la llegada de estos nuevos gobernantes. La diferencia está en cuándo empieza y cuándo termina. Siempre se dijo que la conquista de México iba de 1519 a 1521. Actualmente se busca ver como un fenómeno mucho más grande, que no sólo implica lo que pasó en el centro de México con los mexicas, sino que fue un proceso que empezó desde 1517 con la expedición de Francisco Hernández de Córdoba a la zona de Cozumel y que se extendió hasta 1547, o un poco más allá, después de la guerra de Mixtón. El hecho es que no podemos relativizar esa historia ni la importancia de un personaje como Cortés. Hablamos de una guerra violenta. Y los españoles la ganaron.