Sobre el secuestro cinematográfico

El cine debe seguir siendo un fenómeno en el cual, al comprar un boleto, se aceptan ciertas condiciones: es, en sí mismo, un vestigio de aquel mundo donde no controlábamos -o creíamos que controlábamos- todo.

En la última edición de Letras Libres, Fernanda Solórzano y Daniel Krauze mantienen una larga conversación sobre la batalla por la audiencia, los nuevos productos de diversos servicios de streaming y, una vez más, el futuro de la sala de cine. Sobre ello, trazan la idea de mirar la sala cinematográfica como un espacio que te secuestra: no tienes ningún tipo de poder sobre lo que transcurre en pantalla; no se puede pausar, rebobinar o adelantar. Hay un cierto umbral de atención incondicional con el cual el espectador debe corresponder si busca comprender.

Martin Scorsese escribió un celebrado ensayo que reivindica el valor del cine como arte antes que como artefacto cuyo fin es mero entretenimiento: cargaba contra la idea de que éste se someta al algoritmo ofreciendo al espectador lo que no sabe que quiere ver. Cada que pienso en esto me recuerdo viendo The House That Jack Built, de Lars von Trier, en la Cineteca Nacional: Matt Dillon le sorraja un hachazo a Uma Thurman. Nadie, en su sano juicio, vería aquello por placer. No sé si Netflix pueda ofrecerlo con un 99% de compatibilidad con lo que buscas. Tampoco sé si la película me pareció buena. Sí sé, sin embargo, que la película me sorrajó, a mi también, un guamazo. Yo era otro cuando transbordaba en Centro Médico hacia mi casa y no paraba de pensar en su traumático final.

El arte, dice Ariana Harwicz, debe competir mano a mano con la bestialidad humana. O no debe, pero aspira. O no aspira, pero debe tener, al menos, el permiso de hacerlo. A lo que voy con todo esto es que, quizá, la única forma de mantener cierta idea del cine como arte es a través de la ausencia de control. Podemos cerrar el libro, en casa podemos pausar la película, en el cine solamente podemos salirnos de la sala. Hay cierta brutalidad y tiranía en esa incapacidad de controlar la pantalla grande, a lo cual creo que el cine, como arte, debe estar plenamente ligado. Yo no podría haber visto The Irishman sin pausas de no ser por el cine, dice Solórzano. Tiene razón.

El cine debe seguir siendo un fenómeno en el cual, al comprar un boleto, se aceptan ciertas condiciones: es, en sí mismo, un vestigio de aquel mundo donde no controlábamos -o creíamos que controlábamos- todo.

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