En la decimoquinta Babosada fungen como chambelanes el Hugh Grant que dominó los noventa, una de las mejores películas en la historia del cine y una de las peores comedias jamás realizadas. Es normal, ¿no? Alguno debe ser el bailarín simpático, otro quien se luce y por último arriba quien tira a la quinceañera a la alberca.
About A Boy (Paul Weitz, 2002)
Hubo una época en la que Hugh Grant pudo haber gobernado el mundo entero a base de comedias románticas. La película es adaptación de un libro que leí en 2016: lo comencé en un avión y lo terminé en algún camastro de Ixtapa; entre medias, en el baño del aeropuerto, el actor mexicano Eduardo España miró de reojo la portada y me preguntó si había leído más libros de Hornby. A mí el que me gusta es ‘Cómo ser buenos’, me dijo. Me gustó muchísimo (el libro… aunque Eduardo España también). Sin embargo, lo que más recuerdo fue un chiste descartado en la versión fílmica: Marcus llama Kirk O’Bane a Kurt Cobain, confundiéndolo con un delantero del Manchester United. No sé si fue eso o el paso del tiempo lo que me alejó emocionalmente de la película. Igual, no sé: demasiada voz en off. No es que esto sea una desventaja per sé, pero en muchísimas escenas pareciera innecesario. Hay un momento donde Grant le dice al personaje de Toni Collette que ella ha estado moldeando a su hijo a su semejanza: lo que ella entiende como una tendencia de Marcus a expresarse por sí mismo es más bien proyectar a la madre. ¿Cuántas veces confundimos el compartir en un vínculo con simplemente buscar alojar una suerte de semilla en alguien más? ¿Compartimos para compartir o para vernos en el espejo de la retina ajena?
The Silence of the Lambs (Jonathan Demme, 1991)
El silencio de los inocentes. Jodie Foster. Anthony Hopkins. Goodbye Horses. Una de las mejores películas de todos los tiempos, cuadro por cuadro. Puede que sea uno de los filmes más homogéneos de la historia pensando en planos, actuaciones, diálogos, música, historia, todo funciona: no le falta ni le sobra absolutamente nada. Nada deja de caminar de manera que uno acabe fuera de la película en algún momento. Nomás como datito: existe la teoría de que el cine de autor de los setenta -dígase los Scorsese, Spielberg, Coppola, etcétera- mandó al demonio al cine de los grandes estudios -terminología ponderada por Peter Biskind- en pos de hacer menor énfasis en el close-up y utilizar un abanico de planos mucho más amplio. No podemos establecer que Demme y esta película sean los primeros en aunar ambas cosas -sin ir más lejos, Kubrick inicia ‘El Resplandor’ con un extreme-long-shot y lo cierra con el plano cerrado al Nicholson congelado-, pero quizá sí funja como un producto que reivindica el primer plano como elemento de inquietud en lugar de ser glorificación del rostro del actor -leit motiv del cine clásico bogardesco-. ‘El silencio de los inocentes’ sí es, en cierto modo, una resignificación del cine que utiliza elementos cuya funcionalidad dentro de la película cambia diametralmente. Después vendrá Fincher a emularlo. Que viva el pinche thriller.
Guerra de Likes (María Ripoll, 2021)
Qué despropósito. Pongamos que no busca nada distinto a proyectos como ‘Mirreyes contra Godínez’ o ‘Cindy La Regia’, las cuales buscaron plasmar la diferencia de clase y confundieron terriblemente clase media-alta con clase baja, pero es que está cien veces menos lograda. Hacía mucho tiempo que no veía una película que diese tal pena ajena. La única razón por la que escribo sobre ella es para pedirle de la manera más atenta a Regina Blandón (de rodillas, si es necesario) que deje de elegir tan mal sus proyectos. Acá todo lo hace en piloto automático y es, por goleada, lo mejor de la película. Ojalá en algún momento tenga cierta curiosidad por buscar otras cosas; lo que hace acá es calcado a ‘Cindy…’, pero sin los aspectos que hacían de aquella una película, cuando menos, especial. Hay basura en la que da gusto revolcarse, y otra que híjole.