Hay personajes en el cine que se ganan un lugar especial en nuestro corazón, y para mí, Minnie Castevet es uno de esos casos raros, aunque perdurables. Su presencia, tan extravagante y enigmática, me cautivó desde muy joven, de una forma que pocos personajes logran. En realidad, su impacto se debe tanto a su origen literario como a la magistral interpretación de Ruth Gordon en la película Rosemary’s Baby de 1968. Minnie no es solo una especie de villana; es también una figura que representa la maternalidad en una forma tan retorcida como fascinante. Mi cariño por ella no es solo una admiración por su papel en la historia, sino también por la magnitud de la actriz que la interpreta, la inimitable Ruth Gordon, y por cómo Minnie se ha convertido en un ícono de la cultura camp.
Minnie Castevet, en su origen literario, aparece en Rosemary’s Baby, la novela de Ira Levin publicada en 1967. Este personaje, que en principio parece ser una vecina común y corriente, una señora mayor algo excéntrica, metiche y simpática, que se revela a lon largo de la trama como un miembro central (quizá incluso como una autora intelectual) de una conspiración macabra. En la novela, Minnie es parte de una secta de brujas que orquestan la concepción del hijo del diablo a través de Rosemary, la protagonista, una joven ama de casa neoyorquina, que no sospecha la magnitud del plan (interpretada en la película de manera magistral por Mia Farrow).
Lo que en un primer vistazo parece ser una historia de horror, se convierte también en una sátira social de primer orden y, de incógnito, un análisis psicológico sobre la maternidad y el poder del control.
Levin construye a Minnie con mucha astucia: es una mujer mayor, de apariencia extravagante aunque inofensiva, pero que gradualmente ejerce una gran influencia sobre los personajes a su alrededor, sobre todo sobre la protagonista, Rosemary. El personaje de Minnie es fascinante no solo por su desempeño en la trama, sino también por cómo el autor maneja su carácter. Es una mezcla de dulzura y peligrosidad, lo que crea una tensión palpable en cada escena en que aparece.
Cuando el personaje de Minnie Castevet llegó a la pantalla en la adaptación cinematográfica escrita y dirigida por Roman Polanski, Ruth Gordon le dio vida con una interpretación memorable que ha quedado grabada en la historia del cine. Ruth Gordon era una actriz de teatro y cine conocida por su personalidad excéntrica y su capacidad para hacer que sus personajes fueran entrañables y desconcertantes al mismo tiempo. Aunque su carrera en el cine comenzó en la década de 1930, fue a fines de los años 60 y principios de los 70 cuando alcanzó un nuevo nivel de notoriedad, gracias en gran parte a su interpretación de Minnie.
Es fascinante notar cómo Gordon, a pesar de tener una carrera ya consolidada también como guionista en mancuerna con su marido, Garson Kanin, desafió los estándares y fue capaz de dar un giro a su imagen al recibir su primer y único Oscar por su interpretación en la cinta de Polanski.
Posteriormente volvió a llamar la atención, al ser la protagonista, al lado de Bud Cort, de la extraña pero enternecedora comedia romántica Harold and Maude (Hal Ashby, 1971), en la que también interpretó a una anciana excéntrica, aunque muy diferente de la Minnie que nos ofrece en Rosemary’s Baby. Cuando ganó el Oscar en 1969, Ruth tenía 72 años, un logro notable en una industria conocida por su falta de oportunidades para las mujeres mayores.
Esto marcó un antes y un después para ella, consolidándola como una figura única y respetada en el cine, a la par que se alineaba con la tendencia de reivindicar los papeles de mujeres mayores en el cine de Hollywood, que se abrió para dar oportunidad a muchas otras actrices de generaciones posteriores.
El personaje de la señora Castevet es crucial en Rosemary’s Baby también por lo que representa en términos de la figura materna. A lo largo de la película, Minnie parece ser una vecina, amiga y aliada para Rosemary, pero pronto queda claro que sus intenciones son mucho más siniestras. Su rol en la historia va mucho más allá del simple antagonismo; ella se presenta como una figura que se interpone en el camino de la verdadera maternidad de Rosemary. Mientras Rosemary es manipulada y privada de su autonomía, Minnie, como figura maternal pervertida, busca controlar el destino del fruto en su vientre.
El personaje de Minnie es una paradoja en sí misma. Por un lado, es una mujer mayor que cuida de Rosemary, con su amabilidad y una aparente generosidad que esconde sus verdaderas intenciones. Pero, por otro lado, su maternidad no es natural; es el resultado de una manipulación sin escrúpulos. En este sentido, Minnie Castevet no solo es una especie de villana, sino una representación de una maternidad distorsionada, que refleja el control, la manipulación y la traición, aún si genuinamente se preocupa por el bienestar de su víctima (por así decirlo, algo que es más notable en la novela.
A pesar del desenlace macabro de la historia, donde Rosemary descubre que su hijo es el anticristo y decide criarlo con amor maternal, buscando que su buena influencia pueda de algún modo contrarrestar la maldad que lo engendró, Minnie Castevet permanece en la memoria colectiva como una de las figuras maternas más memorables de la historia del cine. Su caracterización es tan única que su nombre se ha convertido en sinónimo de una cierta idea de la maldad y la maternidad: una maternidad que no es necesariamente protectora, sino controladora y peligrosa, así como de una maldad no exenta de generosidad o incluso, afecto.
En la reciente precuela titulada Apartment 7A, misma que reseñé hace unas semanas, la actriz Dianne Wiest (Hannah y sus hermanas, The Lost Boys) retoma el papel, tomando una interpretación distinta, pero igualmente fascinante. Wiest, quien ha sido una actriz notable en su propio derecho, se enfrenta a un desafío considerable al encarnar un personaje tan icónico. Su Minnie, si bien algo más contemporánea en su concepción, logra captar la esencia de lo que Ruth Gordon hizo en la película original: una mezcla de dulzura engañosa y maldad inminente.
La presencia de Wiest como Minnie nos recuerda cuán poderosa es la figura del personaje, que sigue siendo relevante incluso en una época en la que el cine de terror ha evolucionado de muchas maneras.
Como señalaba antes, Ira Levin estructuró a Minnie Castevet como una de las piezas más cruciales de su narrativa. A través de ella, no solo construye un personaje que impulsa la acción, sino que introduce una reflexión sobre el control, la manipulación y los límites de la autonomía, especialmente en lo que respecta a la mujer. Minnie es un reflejo de la falsa seguridad y la amenaza oculta en la vida cotidiana. Levin, con su habitual estilo conciso y lleno de suspenso, crea una figura que se mantiene en la memoria de todos los que han leído la novela o visto la película.
Lo que hace que Minnie Castevet también sea un ícono del camp es su extraordinaria mezcla de lo absurdo y lo sublime. Susan Sontag, en su famoso ensayo sobre el camp, afirma que “esta es una manera de ver las cosas en sus aspectos más grotescos, cómicos y fascinantes”. Minnie, con su aire de mujer mayor con cabello rosa y forma de vestir chic y excéntrica y su impacto en la trama de Rosemary’s Baby, encarna perfectamente esa fascinación por lo exagerado y lo artificial. Ruth Gordon, con su estilo único, aportó una energía inconfundible al personaje, convirtiéndolo en un ícono que sigue siendo celebrado hoy en día. Su presencia es un recordatorio de que el horror puede ser tanto grotesco como brillante, y de que la maternidad, en su forma más distorsionada, puede ser igualmente fascinante y aterradora.
En conclusión, Minnie Castevet es mi personaje favorito en la ficción cinematográfica porque, en su complejidad, representa una de las interpretaciones más fascinantes del cine. Ruth Gordon la convirtió en un personaje entrañable y aterrador al mismo tiempo, logrando una hazaña de actuación que sigue resonando. Minnie, como personaje camp, es un testamento de la capacidad del cine para mezclar lo macabro con lo encantador. Es la figura que atrapa con su carisma y humor, aunque te deja con una sensación de ansiedad, lo que la convierte en una verdadera leyenda del séptimo arte, a prueba del tiempo.