Algunos momentos me posee
una paz extraña. No es la paz
que precede a la tormenta, ese
instante hermoso del mundo en suspenso.
Ni tampoco la paz de la derrota:
larga, copiosa, deseada.
Es una paz confusa, mulata, bastarda.
Una paz, sin embargo, cuya visita,
en la soledad de mis libros y mi mesa,
siempre encuentro muy grata.
Como los buenos clientes,
pregunta siempre antes de entrar
y deja una buena propina
al despedirse.