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Poesía

Corteza

Estaba ahí, tendido, el árbol en la puerta de mi casa. A lo lejos, las forenses estacionaban las malas noticias. La gente, que ya era muchísima, lloraba. La policía acordonaba el lugar con cinta / los perros se alborotaban con el calor.

Anoche se cayó un árbol en la puerta de mi casa. Vinieron policías, bomberos, paramédicos / periodistas y vecinos también. Perros rascaban con su lengua las gotas de lluvia que fueron arrojadas con fuerza al caer el árbol en la puerta de mi casa. Un par de detectives de mal aspecto me interrogaron al respecto:
que si algún sujeto extraño había caminado por la zona en la noche o en el día / que si el árbol tenía cuentas pendientes con el jardinero de la colonia / que si algún vecino estaba harto de los brazos abrazadores del árbol / que si la lluvia había drenado todas y cada una de las raíces del árbol que cayó en la puerta de mi casa / ¿tal vez yo estaba cansado de la sombra bajo la que vivían mis plantas? Me limité a contestar con gestos, evité comprometerme tontamente. Partieron los detectives no sin antes revisar mi caja de herramientas. Un par de martillos y unos cuantos clavos /
dos flexómetros tres axiómetros cuatro
termómetros. Nada incriminatorio, menos peligroso. Estaba ahí, tendido, el árbol en la puerta de mi casa. A lo lejos, las forenses estacionaban las malas noticias. La gente, que ya era muchísima, lloraba. La policía acordonaba el lugar con cinta / los perros se alborotaban con el calor. La gente, que seguía llegando, sollozaba. Dos o seis mujeres de bata azul entraron a la zona protegida / las malas noticias. Por el altavoz un señor rogaba que los niños despejaran la zona. La autopsia será aquí por el tamaño del sujeto. Las forenses encendieron la sierra. La gente— arriba de los cofres, de los techos, arriba de los postes de luz, de los otros árboles— componía canciones. Había más personas de las que vivíamos en el pueblo. Llegaron de las rancherías, de otros pueblos, hasta de la ciudad llegaron. El árbol yacía portentoso como si se hubiera maquillado antes de morir. La sierra penetraba con ahínco; un bizarro encono se le dibujaba. Las forenses tomaron una pausa / se dijeron cosas al oído con una parsimonia que nos desarmó a todos. El trabajo más inhumano del mundo, dijo una señora que llenaba cantimploras con las lágrimas de las personas que seguían y seguían y seguían llegando al lugar. Las ramas cortadas eran entregadas a la funeraria y apiladas en la carroza fúnebre. La sierra no descansaba en cortar el tronco del árbol que cayó anoche en la puerta de mi casa. Los destrozos que provocó la caída eran numerosos: dos bardas tres buzones cuatro automóviles. El alcalde urgió a las aseguradoras a cubrir los daños
mientras que los impuestos cargarían con el resto. Cuando la sierra se topó con el pavimento, las forenses se arrodillaron con sus instrumentos.
Todos los demás, menos el árbol, permanecimos callados.

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