Con las manos envueltas en vendajes, José golpea con fuerza su atabaque. A su lado, alguien le sigue el ritmo balanceando un shekere, otro toca un agogô. El aire huele a rosas, lavanda y mar. Son las cinco de la mañana del día 2 de febrero, el sol todavía no salió, pero ya se pueden observar muchos devotos depositando sus ofrendas a Iemanjá (Yemayá) en las aguas de la playa del Río Vermelho, en Bahía (estado del Nordeste de Brasil), y por toda la extensión de la orla ya se oye el sonido de los instrumentos de percusión y de los puntos –cantos rituales que son entonados en portugués o incluso en su versión original, en lengua yoruba–.
Del otro lado del Atlántico –de donde vino la tradición–, en febrero todavía no es época de celebrar a Yemayá (o Yemoja, en yoruba), puesto que ella “está relacionada a Shangó y solo después de las festividades de Shangó que por regla es en las épocas de lluvias, que Yemayá es celebrada”, aclara la dra. Paula Gomes, quien hace nueve años fue nombrada embajadora de la cultura del Imperio de Oyo (Nigeria) por el propio Alaafin (rey) de Oyo.
En Brasil, la fecha fue elegida por coincidir con el día de la Vírgen de la Candelaria, muestra del sincretismo con la religión cristiana, ya sea producido naturalmente o de forma forzada, debido a las persecuciones y prohibiciones por lo que pasaron las religiones afrobrasileñas, sobre todo, el Candomblé.
–El Candomblé es mucho más antiguo. Vino de África la doctrina y aquí ganó ese nombre –dice Fernanda Cogo, brasileña, practicante de la Umbanda hace once años–. La Umbanda es más joven, data de 1908. Lo que hay de común entre ellas es el culto a los orishás, pero el ritual es bastante distinto.
Los orishás son deidades del panteón Yoruba que representan las fuerzas de la naturaleza. Arriba de ellos está Olodumare, el creador supremo, quien se comunica con la humanidad a través de esas entidades. Shangó, por ejemplo, es el orishá de los rayos, del trueno y de la justicia. Xapanã es el de la tierra, de la viruela y –para algunos– de la cura; Ogun es el del metal, y Yemayá, de las aguas (al que se añade un largo etcétera de potestades).
Todos ellos también encuentran correspondencia en el panteón vudú –religión originaria del África Occidental, según la cual “el más grande es Mawu o Mahu; Hêvioso es el equivalente a Shangó, así como Sagbata a Xapanã, Gu a Ogun, y Mama Wata o Mama Water a Yemayá”. Esto es lo que explica Stanis, historiador y guía turístico natural de Benín que vive en Barcelona hace tres años.
–La frontera invisible de la colonización es que hizo la división entre el pueblo yoruba del sur de mi país y los yoruba del suroeste de Nigeria que creen en los orishás, pero es el mismo idioma, es la misma cultura. Los vudú de Benín son los orishá de la zona yoruba.
Así, para practicantes del Candomblé, de la Umbanda, de la religión Yoruba o del vudú (además de otras religiones, como la santería cubana), Yemayá, Mama Water, Yemoja o Iemanjá es la reina de las aguas, la diosa del mar, la madre de los océanos.
Sin embargo, la dra. Paula Gomes –investigadora de la cultura yoruba hace treinta años, que vive en Oyo hace doce–, afirma que “en la tierra yoruba, Yemayá es venerada en el río, en las pozas de agua, en los arroyos, pero nunca en el mar”.
Por su parte, el beninés Stanis comenta que en su país, en Togo y en Gana, sí que se venera a la Yemayá del mar, sobre todo, la población de pescadores de las ciudades costeras, aunque también sea posible encontrar tiemplos a esa deidad lejos del litoral.
Puede también que el cruce del Atlántico dentro de los navíos negreros haya sido una experiencia que contribuyó para que los devotos a Yemayá la asociasen todavía más a las aguas revueltas y saladas del océano.
Lo que sí es cierto es que en Brasil, “día 2 de febrero es día de fiesta en el mar”, como ya decía el sambista Dorival Caymmi. Además de él, Clara Nunes, Maria Bethânia, Gilberto Gil, Marisa Monte y muchos otros cantantes brasileños ya crearon y cantaron temas en homenaje a la ‘madre de las aguas’ –una representación arquetípica que hace que muchos brasileños se identifiquen con esa divinidad, o incluso la veneren, aunque sean practicantes de otras religiones.
Solo la fiesta del Río Vermelho, en Bahía, llega a reunir más de 800 mil personas, y la celebración también suele ocurrir en muchas otras ciudades costeras de Brasil, aunque en menor escala.
La umbandista gaucha Fernanda Cogo, hija de Yemayá y de Ogun, cuenta que en el último año celebró a su madre en una de las playas de Florianópolis, donde vive, y le ofreció: rosas blancas, un manjar blanco de coco, conchas y agua; “pero también hay quien ofrezca otros tipos de postres, perfumes, lavanda, cava, así como velas, espejos, tiras de telas azules y blancas…”, enumera la brasileña.
Fernanda tiene un ojo verde, cuya falta de melanina también se nota en su piel lechosa –cubierta por tatuajes–. Sin embargo, su otro ojo es marrón, como el color de la piel de sus ancestros, y también de muchos de sus contemporáneos, como Stanis.
El beninés y la portuguesa, dra. Paula, confirman que en la tierra yoruba Yemayá también es celebrada con festivales anuales –algunos más tradicionales y otros más de moda–, y con rituales practicados por sus fieles más a menudo. –Aquí Yemayá es venerada con maíz blanco cocido depositado en el río –dice la dra. Gomes. Stanis, a su vez, comenta que entre las ofrendas a Mama Water, además de flores y frutos, se suele poner talcos de diferentes colores y bebidas dulces. Pero alerta que ahí, “los iniciados a Yemayá están conocidos como gente que no bebe alcohol, porque Yemayá no lo acepta”.
Pese a esas diferencias, sigue habiendo muchas semejanzas entre las religiones afrobrasileñas y las religiones tradicionales de África Occidental: de los bailes característicos de cada orishá a las representaciones muchas veces engañosas de los medios de comunicación, del juego con conchas de cauri (oráculo para consulta de los orishás) a los prejuicios que sufren muchos de los devotos de ambos lados del Atlántico.
–Hoy está mejor, pero sigue existiendo intolerancia, principalmente, a nivel del Gobierno y de las dos religiones extranjeras predominantes en Nigeria, el cristianismo y el islam –afirma Paula, y añade que, para colmo, “el cine nigeriano y toda la midia siempre difaman la religión tradicional”.
En Brasil la situación no es muy distinta. Aunque se auto declare un país laico, que el idioma yoruba sea reconocido desde el 2018 como patrimonio inmaterial de Río de Janeiro y la fiesta de Yemayá en Bahía, desde el año pasado, como patrimonio cultural de Salvador (su capital), todavía hay mucha ignorancia y –quizá por eso– muchos prejuicios acerca de las figuras de madres y padres de santo (sacerdotisas y sacerdotes), de los rituales practicados por candomblecistas y umbandistas, e incluso de algunos orishás específicos como Exú. La influencia creciente de la rama protestante del cristianismo por todo el país –ya sea en la política o como dueños de emisoras de radio y televisión, entre otros negocios– así como la intransigencia ya demostrada por el actual presidente de Brasil, solo hacen aumentar el clima de intolerancia contra las religiones afrobrasileñas.
Pero la esperanza es resistente como el agua, y aunque se evapore puede fluir en otros estados. Es lo que demuestra uno de los comentarios de la dra. Paula Gomes, quien cuenta que en Nigeria “está siendo llevado a cabo un trabajo de recuperación y motivación para los jóvenes de familias tradicionales”.
Con su amigable sonrisa resaltando las marcas faciales que trae en sus mejillas –la espada y el tridente de Gu (Ogun)–, Stanis cuenta que él mismo pasó por una crisis de identidad y por un largo periodo rechazó la religión tradicional, “pero con el tiempo, lo que está dentro de ti o lo vives o te destruye”, concluye el beninés, quien dice aún estar en su camino de aprendizaje e iniciación en la religión de sus ancestros.
Cabe, por fin, la suposición de que todo el sincretismo y transformación por lo que pasaron las religiones afrobrasileñas (así como las afrocubanas, afrohaitianas, etc.) pueda tratarse de una estrategia para sobrevivir a la evolución (que no debe ser confundida con progreso), ya que como decía Darwin, el que perdura no es el más fuerte ni el más inteligente, sino el que mejor se adapta a los cambios.
Entre la costa de África –en la región del Golfo de Guinea– y la costa de Brasil –en la región de Salvador, Bahía– hay casi 5000 kilómetros en línea recta. Casi 5000 kilómetros de mar que alejan el continental país sudamericano del continente africano y, a la vez, acercan a los brasileños y africanos que creen en la reina de las aguas, y por lo menos una vez al año rinden homenaje a Yemayá.