La fragilidad humana pasa no solamente por la inevitabilidad del dolor físico o emocional; también está supeditada al contexto y, sobre todo, a los seres humanos que nos rodean y sacan partido de las grietas que podemos enseñar.
El pasado miércoles 14 de mayo, en el Foro B de la Universidad Iberoamericana, en una función única, fue presentada El cielo en todas partes es el mismo, una obra que abarcó diversas formas y dimensiones. Dirigida y magníficamente escrita por el poeta Santino Cortés (Ciudad de México, 2002), fue un imaginario multimedia envuelto en un ambiente etéreo, resultado de una serie de monólogos —o más bien diatribas— a manera de diálogos, en los que dos personajes, un adicto y un dealer (interpretados de forma exquisita por Antonio Ruiz y Jerónimo Guzmán), van esculpiendo sus recelos, necesidades, temores, inseguridades y ambiciones, para desembocar en una crítica/radiografía de una sociedad agarrada a los alfileres del consumismo (no solo de drogas), sino de todo aquello que desgarra al ser humano desde el interior.
La producción (Ángel María Diez Roux) y realización (Paola Collantes) no solo se limitaron a dotar de un set urbano lleno de miseria —que podía ser cualquier punto de [inserte el nombre de una gran ciudad del mundo]—, también se encargaron de bombardear con imágenes llenas de sarcasmo e ironía —una carga de violencia velada— el desarrollo en tres actos desbordados de energía. La fortaleza interpretativa de los jóvenes actores transmitió ese pulso que el alma sostiene con el vacío que nos engulle cada día.
La propuesta generada en guion y en el entorno visual de esta obra sumó interrogantes a la validación de la hipótesis de que nuestra sociedad no busca escuchar y —me temo— ni siquiera le interesa comunicar otra cosa que no sean sensaciones que descoloquen no solo al entorno, sino a todo aquel que se atreva a cuestionar la validez de un discurso, por más efímero que sea.
La demanda exige atención, no crea solo oferta.