Gaspar Noé colaboró en varios proyectos en los siguientes años: 42 One Dream Rush (2010), un trabajo coral que reúne diversas ideas acerca de los sueños; 7 días en La Habana (2011) con el segmento Ritual, 12 minutos donde reguetón, sexo y amor lésbico se confrontan con una visión conservadora y el rito que busca “curar” la homosexualidad; los videos musicales SebastiAn: Love in Motion (2012), Animal Collective: Applesauce (2012), y Nick Cave & The Bad Seeds: We No Who U R (2013); el compilado Short Plays (2014) con el segmento Argentina, tres minutos de fútbol, con una cámara dentro de un balón que de manera hipnótica, rebota por un barrio en Francia. Un año más tarde, vendría nuevamente la irreverencia de Noé, con un proyecto que mezclaría contenido explícito, una turbulenta historia de amor y el formato 3D.
Love (Love: Amor en 3D, como se llamó en Latinoamérica) (2015) es la historia de Murphy (Karl Glusman), un estudiante de cine que vive un tórrido amorío con Electra (Aomi Muyock); ambos descienden a un abismo de pasión, drogas y sexo. A escena entra la dulce Omi (Klara Kristin), una jovencita con la que establecerán un inquietante triángulo amoroso que se verá rebasado cuando Murphy tenga un encuentro a solas con Omi y ella quede embarazada. Electra se siente traicionada y desaparece. El tiempo pasa para Murphy y Omi, quienes forman una familia junto a su pequeño hijo, sin que la unión se sienta del todo sólida. La mañana del primero de enero, la mamá de Electra llama a Murphy para preguntarle por su hija, pues no puede encontrarla y teme que sus tendencias suicidas hayan resultado en tragedia. Murphy comienza a recordar el tiempo al lado de su gran amor; momentos de un torbellino sexual que le provoca nostalgia por la época que se le fue de las manos.
En Love hay un Gaspar Noé menos rabioso, un poco más suave, interesado en explorar la complejidad de las relaciones personales, en donde las mentiras son el inicio del caos. El sexo explícito y la voz en off arrojando ideas introspectivas vuelven a estar presentes, al tiempo que una maqueta del Hotel Love ofrece una conexión directa con su filme anterior, Enter the void. Para Murphy, Electra representa la pasión y el deseo, en cambio, Omi es el símbolo de la familia y el compromiso. La enredada dualidad de esta lucha, que también exhibe la cercanía del amor y el odio, se enriquece con la inclusión de ideas sobre el aborto, las drogas duras y los tríos sexuales, en los que pareciera que el amor no está garantizado. Gaspar Noé arroja chispas de sus influencias por medio de muchos posters de películas que adornan las pareces de los decorados.
Los planos cenitales se toman su tiempo para mostrar al sexo en todo su esplendor, como una energía poderosa de la naturaleza humana. La traición de Murphy muestra que el placer vence a la confianza, una tentación a la que cualquiera puede ceder en el momento menos pensado. La música clásica adereza las secuencias, mientras Murphy se ve atormentado por un pasado que abruma y dudas que consumen; en el fondo, sabe que es muy peligroso saberlo todo. Junto a la bella Electra experimentará viajes psicodélicos de ayahuasca y visitas a clubes swinger. Pronto la pareja descubre que el sexo con otras personas además del placer, orilla a reclamos, reconciliaciones, inseguridad y sexo con coraje. Llega el caos, con mentiras que llevan a otras más grandes. Cuando la verdad sea revelada, habrá dolor que no se podrá controlar, descendiendo al infierno de la depresión y la ansiedad.
Love tuvo un estreno mundial en el Festival de Cannes el 20 de mayo de 2015, llegando a salas francesas el 15 de julio del mismo año. El polémico filme de 135 minutos fue producido de nuevo por la compañía Wild Bunch, contando con un presupuesto cercano a los 3 millones de dólares. Recibida con tibieza por la crítica, Love también representó un descalabro en taquilla, con una discreta recaudación mundial. No obstante, la película fue seleccionada para ser proyectada en la sección Vanguardia del Festival de Cine de Toronto, en 2015.
Virginie Verdeaux en la dirección de arte, Benoît Debie en la fotografía, Denis Bedlow y el propio Noé en el montaje robustecen un equipo que presenta una cinta que bien puede ser considerada una experiencia porno/introspectiva, quizá el trabajo más íntimo y personal de su autor, quien aquí explota su habitual violencia en un plano salvajemente sexual. Mucho se debe a la frescura de sus protagonistas, quienes hacen su debut frente a las cámaras nada más que bajo las órdenes de uno de los cineastas más irreverentes. Si a Klara Kristin y Aomi Muyock Noé las conoció en una discoteca, al atribulado Karl Glusman lo contactó por medio de un amigo que lo recomendó para el papel. Su pureza histriónica rinde frutos desde las secuencias sexuales más incómodas, hasta aquellas donde la introspección es profunda.
La estructura inversa fragmentada de Love consigue que los sentimientos de los personajes principales se vayan revelando de forma paulatina, lo que permite apreciar las decisiones enmarañadas de la naturaleza humana. Love es un fresco que ostenta que la vida no es fácil, que todo cambia y que al final, la muerte es inevitable. El tiempo y el caos son dos infames elementos que dejan muy por debajo al amor y el deseo. Murphy se sabe desdichado por no haber amado lo suficiente y estar ahora atrapado en una mentira, producto de su propia traición. Sin embargo, el amor por su hijo sí es real, tan real como el dolor que lo deprime. Love es la crónica porno de la hipocresía del ser humano y un pinchazo capaz de hacernos recordar que también somos lo que perdemos.
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Tres años después de Love, llegaría Clímax (2018), filme basado en hechos reales, donde un grupo de jóvenes bailarines urbanos se aísla en una bodega para ensayar sus coreografías, previo a una supuesta gira. En la fiesta de celebración final, alguien envenena la sangría con LSD, provocando una pesadilla alucinante, una crisis psicodélica colectiva con surreales consecuencias. El inicio de Clímax es agresivo: una mujer parte el plano dejando una estela de sangre y desesperación sobre nieve blanca. Los créditos finales corren (que aquí son iniciales), y una vieja televisión rodeada de influencias fílmicas y literarias de Gaspar Noé va presentando a sus personajes, ofreciendo información sobre ellos.
A continuación llega la icónica secuencia de baile, donde el conglomerado artístico ejecuta una hipnótica rutina de danza urbana. Filmada en un solo plano secuencia de 13 minutos, el momento se musicaliza con el track Instrumental CLIMAX edit de Supernature, construyendo una simbiosis inolvidable, con un ritmo trepidante de catártica alegría artística. Toda esta felicidad y energía contrastará al final, cuando encontremos a los mismos personajes consumidos por sus instintos más primitivos, producto del LSD. Los hechos verídicos en los que se basa Clímax acontecieron durante el invierno de 1996; hoy, casi 30 años después, no es necesaria ninguna droga para sacar lo peor del ser humano, basta la tecnología y el egoísmo de un mundo polarizado.
Tras el baile colectivo final, empieza la fiesta. Los vasos de sangría comienzan a repartirse y los personajes hablan despreocupadamente sobre pesadillas, drogas, baile, homosexualidad y amor. Hay un elemento que lo cambia todo: un niño pequeño deambula entre los invitados; sus gritos, más adelante, serán el aviso de que la pesadilla colectiva ha comenzado. Una de las bailarinas, Selva (Sofia Boutella) es de las primeras en “sentirse rara”, ella busca una explicación a lo largo de un eterno plano secuencia que utiliza la perspectiva cenital y el plano holandés como herramientas para transmitir los efectos del LSD.
El caos comienza. Unos culpan a otros del desastre. Arrancan los golpes y la paranoia, al tiempo que comienzan a surgir algunos secretos. Hay fuego, violencia e, incluso, un grupo anima al suicidio a la hermosa Lou (Souheila Yacoub), quien se corta de forma aleatoria por el cuerpo. Las crisis nerviosas mutan en deseo sexual incontrolable y las alucinaciones se van convirtiendo en visiones cada vez más siniestras. Gaspar Noé utiliza un plano inverso que impone la sensación de vértigo insoportable, con los personajes atrapados en decorados que se iluminan de rojo, verde y azul. El caos reina. La policía llega al día siguiente, encontrando los estragos del horror.
Clímax profesa el pesimismo habitual de Gaspar Noé: “Morir es una experiencia agradable”, explota uno de los varios títulos que inquietan al espectador. Pareciera que para algunos personajes vivir es un pesar, y consiguen encontrar en la droga y la muerte un consuelo ante el caos. El fundido a blancos del final también revela a la causante del embrollo de la sangría y el LSD. Clímax permite un bizarro viaje del héroe: si bien el grupo empieza feliz bailando, terminan drogados, confundidos y en el peor de los casos, muertos. Se trata de un extraño compendio de todas las películas anteriores de Noé, pero al mismo tiempo, con psicodélica esencia propia. Es además, la triste crónica de cómo las drogas extraen la parte más primitiva de la naturaleza humana. Todo se reduce a perder los límites de lo racional. Después, solo queda la barbarie.
La película se estrenó el 10 de mayo de 2018 en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, donde se alzó con el premio Art Cinema Award. En el 51 Festival Internacional de Cinema de Catalunya – Sitges 2018 ganó como mejor película, además de llevarse el Méliès d’or de aquel año. En Francia y Bélgica tuvo exitosos estrenos en septiembre y noviembre de 2018, respectivamente. En México, Clímax llegó a las salas durante el primer trimestre de 2019, para más adelante, ser inesperadamente estrenada también en la plataforma Netflix.
A estas alturas, la fotografía del belga Benoît Debie ya es marca de la casa. Los colores chillantes de la luz que rebota en las paredes, agobian a los personajes, quienes van de la oscuridad a la luz en un claro reflejo de la alteración de su propia psique intoxicada. Clímax es uno de los trabajos más atrevidos visualmente de Gaspar Noé. Ahí están el tiempo (todo sucede en una tétrica noche), el caos y la violencia innegable de la condición humana. El pesimismo del mensaje es coherente con el de anteriores ejercicios: el ser humano es su propio verdugo. Justo como lo profesaba Thomas Hobbes, “el hombre es el lobo del hombre”. En Clímax, los personajes no necesitan monstruos o fantasmas que los atormenten. Se tienen a ellos mismos.
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El cortometraje Thomas Bangalter – Sangria (2018) (directamente vinculado al caos psicodélico de Clímax) y el video musical SebastiAN: Thirst (2019), anteceden al mediometraje de 51 minutos Lux Æterna (2019), un ensayo visual sobre el cine y el caos en pantalla dividida. La trama es simple: Charlotte Gainsbourg se interpreta a sí misma como una actriz que interpretará a una bruja que se consume en la hoguera. La película será la ópera prima de la actriz francesa Béatrice Dalle (ha trabajado con Claire Denis, Abel Ferrara, Michael Haneke, Olivier Assayas y Virginie Despentes), que también aparece como ella misma y tendrá que lidiar con la vorágine del set de filmación. Lux Æterna funciona por que su objetivo queda claro desde el inicio, cuando una frase de Carl Theodor Dreyer irrumpe el encuadre: “elevar la película del plano industrial al plano artístico”.
Producida por Anthony Vaccarello, Gary Farkas, Clément Lepoutre y Oliver Muller, Lux Æterna es un filme dentro de otro, una metanarrativa que desnuda los problemas que aparecen en la gestación de una película. La desesperación y la histeria colectiva de un crew que no solo tiene que lidiar con complejidades técnicas, sino también con dudas existenciales y tribulaciones de las actrices. Gaspar Noé recuerda cómo se dio la preparación de la cinta: “El último febrero Anthony me propuso apoyarme si tenía una idea para un cortometraje. No tenía ninguna idea. Dos semanas más tardes, en cinco días, con Béatrice y Charlotte improvisamos esta reflexión sobre las regencias del arte de filmar. Ahora el bebé de 51 minutos está listo para gritar…. Gracias, Dios, el cine es luz a 24 fotogramas por segundo.”
La radiante fotografía de Benoît Debie inunda de verdes, azules y rojos las caóticos secuencias de Lux Æterna, en las que cada segundo que avanza, se presiente que algo lúgubre sucederá. Hay una presencia ominosa que aprisiona a las dos actrices principales, encerradas cada una a la mitad de la pantalla dividida. Al final, el estrés acumulado tendrá su escape en la apoteosis prometida muy al estilo de Gaspar Noé. Estamos ante una queja sobre el consumismo del cine comercial, mientras el cineasta se da tiempo para reflexionar (y asustar) sobre la naturaleza colectiva del séptimo arte.
Lux Æterna se estrenó el 18 de mayo de 2019, fuera de competencia, en la Sección de medianoche del Festival donde Gaspar Noé regresa siempre aplaudido, o bien, vapuleado: Cannes. Se dice que afuera de la proyección, estuvo una ambulancia por si algún espectador sufría un colapso nervioso durante la película. Algunos meses más tarde, Lux Æterna recibió una invitación al Festival de Cine de Tribeca, en Nueva York, sin embargo, el evento fue cancelado por la pandemia de COVID-19. A salas francesas el filme llegaría el 23 de septiembre de 2020 y a España, el 24 de noviembre del mismo año. Con el tiempo, Lux Æterna alcanzó el estatus de culto que tienen la mayoría de trabajos de Gaspar Noé. Su precisa ejecución técnica y el inquietante discurso sobre el caos, consiguen una experiencia cercana al masoquismo, pero, ¿no es acaso eso lo que fascina de Gaspar Noé? ¿Su insólito estilo que no se sabe dónde acabará?
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El cortometraje Saint Laurent – Summer of ’21 (2020), de ocho minutos de duración, resulta el homenaje de Gaspar Noé al Giallo italiano. Se trata de un corto para la campaña publicitaria de la colección de Saint Laurent, con la aparición de las modelos Mica Argañaraz, Aylah Mae Peterson, Stefania Cristian, Sora Choi, Kim Schell y Anok Yai, además de la gran Charlotte Rampling interpretando a la misteriosa e inquietante anfitriona del barroco teatro. Summer of ’21 inicia al más puro estilo de The Texas Chain Saw Massacre (1974), con una hermosa joven escapando de una amenaza que se ve, pero se intuye. Ella encuentra refugio en una enorme mansión donde los interiores se bañan de luz roja mientras la pantalla se divide.
Las texturas y el ambiente del corto se convierten en un deleite visual. Los tonos van del rojo al amarillo y el naranja, como reflejo de la pasión y el misterio que envuelve a las mujeres que se pasean por pasillos retacados de opulencia. Nuevamente se experimenta una presencia ominosa, se pronostica que “algo” sucederá pero el espectador no será testigo del horror. Producido por Anthony Vaccarello, Summer of ’21 es un ejercicio necesario para los seguidores más acérrimos de Gaspar Noé, que aun metido en una campaña publicitaria de una marca millonario, es capaz de instalar su estilo hasta la médula misma del experimento fílmico.
En Vortex (2021) Dario Argento y Françoise Lebrun interpretan a una pareja de ancianos a la que se le agota el tiempo; él tiene problemas cardiacos y ella comienza a perder la memoria. El filme es un acercamiento a la vejez, el desglose de la idea de que la mente se descompone primero que el corazón. Gaspar Noé vuelve a dividir la pantalla, pero esta vez con resultados inesperados. La rutina de los personajes se muestra en acciones paralelas que siguen, por un lado, el desmoronamiento de la memoria por el Alzheimer y, por el otro, el desconcierto y la desesperación de retrasar lo inevitable. “Las películas son sueños”, puede leerse en algún momento del metraje, y así es como se va la vida, como arrancada de un mundo onírico.
El sexto largometraje de Gaspar Noé es más contenido, quizá su filme más digerible, pero no por eso menos impactante, pues demuestra las preocupaciones de su autor ante la vejez, la muerte y, sobre todo, perder la memoria. Un aporte al tema de uno de los directores más influyentes de nuestro tiempo, ante ejercicios previos como la emotiva El padre (2020) de Florian Zeller o la sórdida Amor (2012) de Michael Haneke. No obstante, las intenciones de Noé son reflexionar sobre un destino al que todos llegaremos en algún momento. El personaje de Dario Argento trata de asimilar la gradual pérdida de su esposa, mientras revienta ante sus documentos destruidos o el descuido de dejar abierta la llave del gas.
Cuando él muere de un infarto, un extremo de la pantalla queda en la oscuridad. La solitaria anciana vivirá los días restantes de su vida ante el caos del desorden y la falta de limpieza en un apretado departamento en el que los libros tapizan hasta el cuarto de baño. Ante la angustia del desconcierto y la aplastante soledad, la mujer alcanzará la ansiada muerte, un bálsamo final ante un mundo que deja de ser un lugar seguro para ella. Los espacios donde antes habitaba la pareja quedan vacíos, las cosas que eran importantes dejan de serlo, todo se vuelve desechable. El universo se olvida de nuestra existencia y sigue su curso. Dejamos de ser, lo perdemos todo. Vortex es la mirada compasiva a la ancianidad, donde Gaspar Noé deja de lado la violencia gráfica para enfocarse en sus temas favoritos: el caos y el tiempo.
Un poco en la línea de Clímax, aquí la pareja protagonista inicia el viaje de 142 minutos radiante, brindando, rodeados de color en un pequeño roof garden, para terminar inmersos en la oscuridad de la muerte y el olvido. El arranque es optimista, pero el desenlace no, como la vida misma. En Vortex están presentes los infaltables planos secuencia, pero el estilo es más clásico, menos caótico; los fundidos a negros como parpadeos transmiten la sensación de estar siendo testigo cercano de la tragedia. Cuando Alex Lutz, como el hijo de los ancianos hace su aparición, el espectador se identificará de inmediato con la pesadumbre del joven, que encuentra el descenso mental de sus padres absolutamente intimidante. Lo cierto es que Vortex se toma su tiempo para pulverizar la esperanza y desenterrar el siempre presente temor a la muerte de la naturaleza humana.
La película se estrenó en el Festival de Cannes el 16 de julio de 2021, llegando a salas norteamericanas en agosto de ese año y consiguiendo proyectarse también en el Festival de Cine de Nueva York. En los Premios Gopo 2023, Vortex ganó como mejor película europea y las críticas en general la colocaron como uno de los mejores trabajos del 2021. La fotografía de Benoît Debie, el montaje de Denis Bedlow y la aparición súbita del gran Dario Argento y la gloriosa Françoise Lebrun se amalgaman para entregar un filme sensible, intenso, lejos de la locura de los trabajos anteriores de Noé, pero, paradójicamente, mucho más inquietante por el temor de cualquiera a perder aquello que más se atesora: los recuerdos. ¿Hay acaso algo más aterrador que volverse un completo desconocido para los seres que se aman? Vortex con su estética visual precisa y su discurso sobre el tiempo que se agota y el caos que todo lo devora, trasciende por provocar la reflexión sobre un tema que a todos preocupa, pero nadie menciona.
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El video musical Travis Scott: Modern Jam (2023) y la participación en el colectivo Circus Maximus (2023) (un viaje surrealista y psicodélico que reúne a cineastas visionarios en una exploración sobre la condición humana y el poder de los paisajes sonoros) son los trabajos más recientes del otrora llamado enfant terrible del cine francés, Gaspar Noé. Entre los proyectos que se han barajeado en el futuro, el cineasta ha dicho que le gustaría filmar una película protagonizada por niños y un documental de alto presupuesto.
Desde su debut en 1985 con sus primeros cortometrajes, Gaspar Noé ha consolidado un estilo cinematográfico que tiene como eje la violencia destructora de la naturaleza humana. Además, el caos y el tiempo como pilares de una filmografía que supura historias sencillas pero profundamente inquietantes. Sus personajes se pasean entre estados psicológicos alterados que los acercan al vacío, mientras la música techno, las luces neón y los planos secuencia turban los sentidos. Al final, como en los filmes de Gaspar Noé, todo se reduce a los miedos más primitivos del ser humano, como señaló el propio cineasta en una entrevista a propósito de Vortex: “Todo el mundo teme más a la demencia senil que a la bomba atómica o a la guerra”.