El rostro de la mujer que grita
se construye del fragmento marchito
de la hoja que brota en la maldad,
traído por las eternas aves
de rapiña que destazan a Prometeo.
El ladrón del fuego se oculta
en la mirada que nunca fue,
la del cerdo en el matadero,
cuando las almas vienen con la playa.
De la arena nacen los entes lunares,
con el recuerdo del delfín muerto,
ni el azul se escapa del carmesí.
Pero escapo de los fragmentos
cuando un beso me recorre el oído.
Han vuelto los besos de sol.