Desde que recientemente volvieran los talibanes al poder en Afganistán, la historia de Nadia Ghulam (Kabul, Afganistán 1985) ha sido presentada al mundo en numerosos medios de comunicación. La vida de esta escritora y refugiada afgana, residente en Cataluña, estuvo marcada, como la de tantas otras mujeres afganas, por las consecuencias de la guerra civil, el hambre y el régimen talibán. Tras sobrevivir a un bombardeo que destruyó su casa, consiguió salir adelante haciéndose pasar por su difunto hermano durante diez años para poder sustentar económicamente a su familia y años más tarde narró esta experiencia, junto con Agnès Rotger, en la novela El secreto de mi turbante (Edicions 62, 2010). Además de esta obra, ha escrito Cuentos que me curaron (Columna, 2014), junto a Joan Soler i Amigó, y La primera estrella de la noche (Plaza & Janés, 2016), junto a Javier Diéguez. Recientemente ha publicado el cuento El país de los pájaros sin alas (La Galera, 2021), con ilustraciones de Mariona Brunet, a cuya presentación en La Casa del Libro de Barcelona tuve la oportunidad de acudir: “La pequeña Bibí es un ave sin alas que vive feliz con su familia en un país de pájaros sin alas. Pero un día aparecen en el cielo centenares de pájaros diferentes y la vida cambia para todos los pájaros sin alas y su país”.
Nadia empezó a escribir este cuento en Lesbos, en el año 2019, un cuento que habla “de las personas que huyen para tener un hogar y un lugar seguros y que está dedicado a los niños más vulnerables. A todas las personas que, una y otra vez, deben luchar para que les crezcan las alas, poder volar y encontrar un nido”. La elección del formato no es casual: reconoce que “su pequeño príncipe” no podía ser otra cosa que un cuento. Y esto es debido a que Nadia prefiere que la describan como una narradora, una tradición que le transmitió su madre y que tiene un gran peso entre la comunidad femenina afgana: “Las mujeres afganas son las que están preservando la historia del país”. El pájaro protagonista del cuento, Bibí, es una metáfora de la propia narradora, que tiene el sueño de volar y de conseguir alas, que simbolizan la educación y el conocimiento. Lo cierto es que Nadia, en un primer momento, pensó en escribir una carta de amor a su ciudad, Kabul, para describir y hacer conocer al mundo su presencia y belleza: “Vivimos en un mundo movido por el blanco y el negro y en este cuento muestro los múltiples y hermosos colores de mi país, una metáfora de los matices que tiene la propia vida. Las ganas de volar son tan grandes que permiten que me levante”. Precisamente, sobre la importancia de los detalles y matices, recuerda cómo su madre solía comparar los países con los bosques, “con una gran cantidad de plantas medicinales y algunas pocas venenosas”.
Es un cuento para el público infantil, sí. Pero su intencionalidad es que todo el mundo entienda lo que está pasando en Afganistán. Porque los cuentos sirven para despertar a los adultos. “El país ha retrocedido cientos de años. Estados Unidos vendió una historia muy diferente a la realidad”. Los pájaros con alas, que representan esa supuesta “ayuda externa”, mintieron sobre la presencia de los talibanes y abandonaron la educación de la población, llevándola a la situación en la que se encuentra ahora. Esto que explica Nadia es de vital importancia, porque el abandono del país es su mayor miedo. Una constante que no le deja descansar: “Cada día hemos de pensar en la justicia social, en la defensa de los derechos humanos”. Pero conocer e intentar comprender la compleja situación político-social no tiene que ver con las modas. Sí, tristemente vivimos un periodo en el que hasta la historia mundial se mueve en la curva de las tendencias. ¿Cuánto tiempo se hablará en Twitter de Afganistán? ¿Nos acordaremos dentro de un mes?: “Los grandes poderes siempre tienen una excusa y una historia, que la población sigue. Hay que intentar huir de las modas y de las tendencias de los juegos geopolíticos que tienen como víctimas las personas. Les interesa la deshumanización”, insiste la activista. La prueba es que hasta que no vemos a personas morir (en esas imágenes de personas subiéndose a aviones que partían desde el aeropuerto de Kabul) no nos paramos a reflexionar. Pero el impacto de las imágenes, en un mundo audiovisual tan crudo y mercantilizado, pasa rápido. Lo que dura un telediario.
“Con la excusa de construir puentes, frenaban los conductos del agua”, se dice en el cuento. Lo cierto es que las barreras a la ayuda humanitaria, como recuerda Nadia, cada día son más difíciles de escalar. La UE sigue celebrando congresos millonarios para encontrar “formas directas” para brindar “apoyo directo” al pueblo afgano. Diferentes ONG, como Amnistía Internacional o Cruz Roja, han advertido de que 18 millones de personas necesitan ayuda humanitaria urgente en Afganistán, casi la mitad de la población, y de que más de 630.000 personas se han visto obligadas a dejar sus casas en lo que va de año, debido a la violencia y a la sequía. La mayoría de ellos se han quedado en los vecinos Irán o Pakistán y unos pocos han acabado en Uzbekistán y Tayikistán. Ahora, las principales potencias europeas se están encargando de elaborar un discurso del miedo, comparando la actual situación con la pasada crisis de refugiados de 2015, para desatar temores en la población sobre una crisis no existente en las fronteras europeas.
Nadia, que se considera una mujer de acción y no de palabras, piensa cada día en la situación de las mujeres afganas: “La mujer es la mensajera de la paz, hay que empoderarla”. Por ello, ha creado la asociación ‘Ponts per la pau‘ (Puentes por la paz), con actividad principal en la ciudad de Badalona, encargándose de la orientación y formación de personas inmigrantes en situación de dificultad por el idioma, y en Kabul, promoviendo la educación de los niños desfavorecidos. También, está intentando crear clubs de lectura en pueblos con mujeres afganas que tienen estudios. En 2018, el índice de alfabetización femenina en Afganistán alcanzó el treinta por ciento, unos datos que ahora están en peligro. “Nunca hay que olvidar el poder de la educación. Esta es la principal finalidad del cuento. La ignorancia es el peor enemigo de las personas’.
No hacen falta más adjetivos para definir la persona que es Nadia. Sus actos ya hablan por sí solos. Y escribir sobre ella no tiene ningún componente de condescendencia. Porque Nadia es todo lo opuesto a la dramatización. Escucharla es una increíble actividad pedagógica; ahora que cualquier discurso parece estar disfrazado de marketing y corporativismo, sus palabras transmiten naturalidad. Y su sencillez consigue empoderar. Transmitiendo paz. Y ganas de luchar por un mundo al que no le interesa salir del abismo negro. Porque ‘El país de los pájaros sin alas’ es un cuento precioso. Que te hace pensar en colores.
Dice Nadia que después de cada noche hay un día. “Un día que sigue esperando”. Pero las noches, con personas como ella, parecen tener más luz.