Las convicciones de Carlos Fuentes

Muy pronto dedujo, como ningún otro de sus coetáneos, que para describir a México sin empantanarse había que tomar distancia.

Contaba Juan Goytisolo que a Carlos Fuentes la plaza Yamaa el Fna de Marrakech le recordaba al Zócalo. Ni siquiera en una puesta en escena tan delirante, en semejante estado de hipnosis, repantigado junto a Silvia, su mujer, en alguna de las sillas del Café de France que dan a esa amplísima explanada compuesta por oradores sin púlpito, sectas acéfalas y charlatanes, con el Atlas nevado como telón de fondo, fue capaz de renunciar a México como perpetuo manantial de añoranzas. 

Es curioso cómo un hijo de diplomático, que nació en Panamá y pasó buena parte de su infancia entre Quito, Montevideo, Río de Janeiro y Washington, deslumbrado por la erudición de Octavio Paz en París, consagrado a la literatura por un encuentro espontáneo con Thomas Mann en una terraza flotante de Zurich, embajador cultural en la Europa más cosmopolita, fue capaz de abordar las contradicciones de un país inconcluso con lucidez y compromiso intelectual.

Muy pronto dedujo, como ningún otro de sus coetáneos, que para describir a México sin empantanarse había que tomar distancia. Ser el indígena y el forastero. Como prueba inequívoca, basta mirar su diagnóstico del México posrevolucionario, cuya interpretación no se entendería sin la lectura rigurosa de tres obras fundamentales: La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz  y La silla del águila.

En los primeros años del siglo XXI, con la cicatriz de la muerte de su hijo Carlos, publicó En esto creo, editado por Seix Barral, una suerte de diccionario filosófico, a lo Montaigne, donde condensa varias reflexiones valiosas en torno a la tradición literaria que persiguió y los entresijos de la metanarrativa; además de proponer, con resultados menos favorables, una aproximación a vista de pájaro del mundo contemporáneo desde el prisma del intelectual total, del personaje público y del escritor consumado.

Como homenaje a su legado reformista en la literatura latinoamericana y con ánimos de recordarlo como ese gran pensador globalizado, procedo a presentar algunos de los pasajes más memorables de dicha autobiografía literaria.

Sobre la novela como género.

Balzac: tensión entre el tiempo y el espacio.

México, país inconcluso.

El libro es la educación de los sentidos a través del lenguaje.

Legislación kafkiana.

El testigo de Thomas Mann.

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