Tuve una relación violenta. Durante tres años dejé que me violentaran psicológica, emocional e, incluso, algunas veces físicamente. A pesar de esto, para mí, lo normal era evitar recordar la relación como violenta. Sí, él había sido un patán, pero seguramente era un síntoma de inmadurez. Milan Kundera escribió en su libro La identidad que la mirada del amor es la mirada del aislamiento y yo veía a esa relación amorosamente: aislaba la responsabilidad que él tenía y buscaba maneras de justificarlo en un intento de saber cómo lidiar con las cosas. El problema llegó varios meses después que la relación terminó y, en ese momento, otra mujer que vivió lo mismo con él, lo nombró. Son pocos los lugares donde uno puede esconderse cuando la verdad te enfrenta y encara. A pesar de que yo no quería, sus palabras me hicieron abrir los ojos, más por obligación que por deseo, y repensar tres años de mi vida. Si lo que había vivido era violencia, ¿por qué lo había permitido? Y, todavía mucho más importante, ¿cómo lidiaba con lo que sentía y no sabía manejar?
Definitivamente, hay palabras que me atemorizan; violencia siempre ha sido una de ellas. La razón de esto tiene que ver con la percepción. ¿Dónde termina el desacuerdo y dónde empieza la violencia? La respuesta a esa pregunta es sumamente compleja, por eso no me atrevo a afirmar que la sé. Sin embargo, hay una cosa que me preocupa desmedidamente: las redes sociales que trivializan la violencia.
Como mujer que, desgraciadamente, la ha experimentado de primera mano, me da miedo juzgar desde lo incorrecto porque la percepción de qué es violencia está determinada por las emociones y esa interpretación puede ser perjudicial para aquél que decidimos denunciar. Como feminista, siempre voy a estar a favor de las víctimas porque prefiero creerles y equivocarme que encubrir a un violentador. Como mujer que ha vivido un largo proceso de terapia—psiquiátrica y psicológica— tengo miedo de la desinformación que crean las redes sociales y la caricaturización de la violencia.
Hace un par de días, mientras perdía el tiempo en Instagram, encontré una publicación que enlistaba las “Secuelas del abuso psicológico y emocional”. El pie de página explicaba que el abuso emocional podía ser tan poderoso como el abuso físico. El objetivo de la publicación —o eso decía— era que las personas que sufrían de violencia psicológica y emocional pudieran identificar los focos rojos, porque podía propiciar la baja autoestima y depresión. Inmediatamente, la publicación llamó mi atención; me hubiera gustado tener una guía para identificar los focos rojos en su momento.
La publicación consistía en cinco imágenes, de las cuales solamente tres aportaban algo de ‘información’. En la tercera y cuarta imagen estaban enlistadas las secuelas del abuso emocional: aislamiento, llanto constante, sentirte insuficiente, culparte, ansiedad, discutir constantemente, necesidad de seguridad, miedo a mostrar lo que sientes, invalidar tus emociones, sentirte vulnerable y ser hipersensible. El problema del post —más allá de que eso no ayuda a identificar los focos rojos— es que las personas podemos sentirnos así por razones que no tienen que ver necesariamente con la violencia emocional. Existen otras enfermedades mentales que comparten algunas de estas emociones, una de ellas es la depresión o la baja autoestima, tal y como mencionaba la publicación. No obstante, las razones que pueden hacer que nos sintamos de esa manera no están únicamente relacionadas con el abuso psicológico y emocional.
Una de las primeras cosas que me enseñaron en la carrera fue que la causalidad no implica correlación. Es decir, no porque dos eventos se den habitualmente de manera consecutiva implica que uno sea causa del otro. Así, aunque es más probable que cuando hay abuso psicológico se experimenten estos síntomas, no es el abuso psicológico lo que causa dichos síntomas —al menos, no siempre—. Incluso, lo sé por experiencia. Después de la peor relación, tuve una que fue bastante buena y cuando terminó volví a experimentar todo lo que mencionaba la publicación de Instagram. Él, a diferencia de mi exnovio, jamás abuso emocionalmente de mí y aun así me quedé aislada, llorando constantemente sintiéndome insuficiente, culpándome, llena de ansiedad, invalidando mis emociones, vulnerable e hipersensible. Hubiera sido un error denunciar un abuso simplemente porque en ese momento yo no estaba emocionalmente bien o porque sentía lo que el amor romántico nos ha mal enseñado que debemos sentir cuando una relación termina*. Sin embargo, si yo no hubiera tenido una relación realmente violenta, hubiera podido catalogar varias de mis relaciones como abusivas a partir de una publicación que trivializa la violencia emocional y psicológica.
Definitivamente, vivimos en un mundo donde las mujeres somos violentadas de manera habitual hasta el punto de que muchas veces está internalizado. Peor aún, vivimos en un mundo que no tiene ninguna educación respecto a las enfermedades mentales y los prejuicios abundan. En ese sentido, es imperativo crear redes de apoyo y educarnos para saber cuándo es necesario pedir ayuda. Normalizar la violencia, la depresión, la ansiedad o la baja autoestima no es la solución ya que, entonces, se minimizan hasta dejar de ser problemas. Pero tampoco podemos caer en el error de diagnosticar a todas las personas con enfermedades mentales por algunos síntomas que pueden estar causados por razones completamente diferentes a las que conocemos. El abuso nunca es culpa de la víctima y tenemos que crear una cultura que nos invite a pedir ayuda cuando creamos necesitarla. Trivializar la violencia no es la manera de combatirla; quitar los estigmas alrededor de los expertos en salud mental y saber pedir ayuda sí lo es.
*Basta recordar que, en Romeo y Julieta de Shakespeare, Romeo se suicida porque cree que su gran amor lo ha dejado. Lidiar con el desamor y con el amor, de manera sana, es uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos. Deconstruir las enseñanzas del amor romántico nos lleva a asociar conductas tóxicas que poco tienen que ver con el amor. En su libro Las mujeres que ya no sufren por amor, Coral Herrera desmiente los mitos del amor romántico para construir una idea de amor y relaciones en pareja más sanas.