Existe una casa, como lo son la mayoría, que invita a pasar, que se muestra acogedora y que en sus paredes cálidas resguarda todo el amor que en tantos años ha profesado, todas las historias sacadas casi de una narrativa novelesca. Vista desde un cuadro sería digno de una obra de Bazille o Manet, pero al lado de todo el júbilo existe, de nuevo, como en la mayoría, agonía, tristeza y secretos familiares que quizá pesan más que toda la algarabía.
Pensándolo como un cuadro, posa una orgullosa madre con sus hijos, con un padre que, pese a la época en la que tal obra fue pintada, fue un adulto funcional en su casa. Todos parecen sonreír, pero en dicho cuadro hay alguien ausente, que se aleja del resto. ¿Sufrió? ¿Fue víctima de sus propias decisiones? ¿Tenía cuentas que saldar? Quizá no lo sabremos nunca, quizá, desde la perspectiva del espectador, sea el culpable. Y ciertamente lo es, ¿o no?
Si se observa mejor, veremos que en el cansado rostro de la madre se encuentra depositada la mayoría de la agonía, retratando vivamente el odio que por tantos años ha cargado, callada; y es que ella es una expectante más, aun en su propio cuadro. Las hijas que la acompañan, parecen no desprenderse de ella, parece que hay algo que aún las retiene en ese lazo familiar invisible y que también las vuelve víctimas. La cotidianidad parece seguir su rumbo, sin más, con ellas careciendo de importancia.
En el óleo que lo procede, la escena parece ser la misma, pero no hay colores que recuerden el vivo otoño; no. Parece más como un gélido invierno donde nadie quisiera estar. Ya ninguna risa se percibe, los rostros parecen más pesados, ya nadie se toma de las manos. La escena muestra a aquel ente golpeando a una de las infelices mujeres y la madre interponiéndose entre ambos para salvar al victimario. ¿Por qué?
¿Qué peso tienen los secretos familiares que la única opción es defender lo indefendible?, ¿o acaso no es amor lo que provoca tal reacción, sino un latente miedo a correr con la misma suerte? Pero, de ser así, ¿por qué sacrificar lo sagrado? ¿Por qué romper la armonía del cuadro?
Lo más escalofriante del cuadro es que no son sólo tres los protagonistas, existen más, quienes incrédulos e indiferentes, deciden voltear la mirada y fingir una falsedad que rompe la armonía del cuadro, algunos simulan e inútilmente actúan como si les importara, otros prefieren voltear a otro lado con tal de continuar con las apariencias. ¡Son tan patéticos y desdichados!
Lo vi en un cuadro, uno muy cercano, y no permitiré jamás que se vuelva a pintar uno siquiera parecido. No es sólo mi lucha, es la de todas que han sido pintadas, recitadas, cantadas y bailadas, que hoy no poseen su propia voz pero sí la mía.