Anne Sexton: balas de nieve

La palabra se ha ido de lo abstracto a la piel ¿Qué es esa lagartija veloz que recorre todo el cuerpo? Es esta mujer que no escribe, arroja balas de nieve.

Siempre encuentro un motivo para traer a Anne Sexton a la punta de mi lengua. Además de ser una de las mejores poetas del siglo XX, Sexton fue una autora osada a la hora de desvelar su universo poético. Al leer su poesía sucede un milagro minúsculo que va más allá del papel; al pronunciar sus versos, las palabras se convierten en escalofríos.

– ¡Detente! ¿Qué es esa lagartija veloz que recorre todo el cuerpo?

Es esta mujer no escribe, arroja balas de nieve. 

Con esta pluma mantengo a raya a mis diversos yoes y con estos discípulos muertos contiendo.

Aunque la lluvia maldiga la ventana hágase el poema.

Mi máquina de escribir escribe. 

No se rompió como habían advertido. 

Aun loca, soy tan bonita como una barra de chocolate. 

Aun con la gimnasia de las brujas ellos confían en mi ciudad incalculable, mi cama corruptible.

El sello de Sexton es oscuro, y sin embargo posee un trasfondo luminoso que recrea un escenario de tacto suave aunque lleno de grietas. Y es que entre las fisuras Sexton cultiva el valor de detonarlo todo, todo lo correcto, lo inasible. La pólvora que tras la explosión da paso a lo prohibido, donde la posibilidad de nominar lo prohibido se pone en pie tras la sacudida haciendo del destrozo belleza.

Su vida estuvo marcada por la poesía aunque se introdujo en ella de manera tardía al sufrir una tremenda depresión post-parto, su psiquiatra le animó a escribir y tras esa recomendación no cesó nunca:

Mis admiradores creen que me he curado;

pero no, sólo me he hecho poeta.

Ella misma confesó en incontables ocasiones que escribía para seguir viviendo. Debido a su desbordante talento enseguida alcanzó el reconocimiento de la crítica, convirtiéndose en una de las representantes del confesionalismo, movimiento literario que nació en Estados Unidos en la década de los 60, junto con Sylvia Plath, ambas negaron esa solemnidad tan plausible de la poesía predominante en la literatura de la época, cambiando el rumbo de la lírica hacia el testimonio, la intimidad y el dolor silenciado.  

Ahora que lo preguntas, no recuerdo muchos días.

Camino metida en un sobre sin sellos postales para este viaje.

Es así, que como una lujuria innombrable, soy devuelta.

Aun entonces, no tengo nada contra la vida.

Conozco bien los brotes de hierba que mencionas,

y los muebles de casa que pusiste bajo el sol.

Esperando a morir

Es de resaltar la dualidad entre la sociedad americana de los años 60 y la intimidad de los individuos, ahí donde Sexton fue una gran narradora haciendo pedazos la mítica estampa de la cocina americana resplandeciente, reafirmando ser una mujer atrapada en los utensilios para hornear tartas de manzana con todas sus criaturas bien vestidas, peinadas y abandonadas. Estas imágenes quedan reflejadas en la angustia de toda su obra en paralelo respecto al momento histórico en que vivió cuando Estados Unidos era un falso espejismo de felicidad hollywoodense, el consumismo aspiracional y el sueño americano ahogado en alcohol.

Sexton escribe desde el cuerpo, elaborando la feminidad poética más pura, nombrando corporalidades femeninas silenciadas como el aborto, el adulterio, la sexualidad emancipada de la maternidad o la crudeza en imágenes como la extracción de leche materna para amamantar a sus hijas. En uno de sus poemas más simbólicos Sexton describe el erotismo más de la masturbación con significados antepuestos mezclando los celos, el gozo y los códigos normativos del matrimonio, casándose cada noche a solas con sus manos y sus sábanas.

Mi pequeña ciruela, la llamabas.

De noche, sola, me caso con la cama.

Entonces llegó mi rival de ojos oscuros.

La dama acuática, irguiéndose en la playa,

un piano en la yema de los dedos, vergüenza

en los labios y una voz de flauta.

Entretanto, yo pasé a ser la escoba usada.

De noche, sola, me caso con la cama.

La balada de la masturbadora solitaria

Sus poemas incendian a través de la fragilidad humana todo lo convencional; el matrimonio feliz per sé, la salud mental, la vida doméstica y las adicciones en las que se vio sumida, haciendo de su semántica un discurso sumamente honesto que busca desenmascarar la simulación que conduce a diario nuestras vidas.

Hoy y siempre, es un buen momento para evocar la identidad poética de esta mujer de ojos verdes y mirada salvaje que no tuvo miedo a reventarlo todo y recomponer la verdad en cada significado. Quizás ella jamás lo dijo en voz alta- pero su poesía no calla- y hoy nosotras tampoco. 

En celebración de mi útero

Todo en mí es un pájaro.
Agito todas mis alas.
Querían cortarte y sacarte
pero no lo harán.
Decían que estabas infinitamente vacío
pero no lo estás.
Decían que estabas enfermo de muerte
pero se equivocaban.
Cantas como una colegiala.
No estás desgarrado.

Dulce peso,
en celebración de la mujer que soy
y el alma de la mujer que soy
y de la criatura central y su deleite
canto para ti. Me arriesgo a vivir.
Hola, espíritu. Hola, copa.
Sujetar, cubrir. Cubierta que contiene.
Hola tierra de las colinas.
Bienvenidas, raíces.

Cada célula tiene una vida.
Aquí hay suficiente para satisfacer una nación,
para que el pueblo haga suyos estos bienes.
Cualquier persona, cualquier sociedad diría:
«Este año está resultando tan bueno que
podemos pensar en otra cosecha.
Una plaga ha sido prevista y eliminada.
«Por eso muchas mujeres cantan al unísono:
una maldiciendo la máquina de hacer zapatos,
una en el acuario cuidando de la foca,
una aburrida al volante de su Ford,
una cobrando en la barrera de peaje,
una en Arizona echando el lazo a un ternero,
una en Rusia con un chelo entre las piernas,
una en Egipto trajinando ollas en la cocina,
una pintando de luna las paredes de su dormitorio,
una moribunda pero recordando un almuerzo,
una en Thailandia desperezándose en su estera,
una limpiándole el culo a su hijo,
una mirando por la ventanilla de un tren
en medio de Wyoming y una está
en cualquier parte y algunas en todas partes y todas
parecen cantar, aunque algunas no pueden
cantar ni una nota.

Dulce peso,
en celebración de la mujer que soy
déjame llevar una bufanda de tres metros,
déjame tocar el tambor por las de diecinueve años,
déjame llevar cuencos para la ofrenda
(si eso es lo que me toca).
Déjame estudiar el tejido cardiovascular,
déjame medir la distancia angular entre meteoros,
déjame libar de los estambres de las flores
(si eso me toca).
Déjame hacer ciertas figuras tribales
(si me toca).
Por todo esto el cuerpo necesita
que me dejes cantar
para la cena,
para el beso,
para la afirmación
exacta.

Anne Sexton

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