Las mujeres que me preceden

No puedo sino reconocer y celebrar el esfuerzo y valentía de todas las mujeres que han jugado un papel trascendental en la historia mundial y, sobre todo, en mi historia personal.

Mi bisabuela materna nació en la ciudad de Puebla durante la revolución, producto de una violación. Su verdadero padre, por supuesto, no la reconoció. Tuvo una infancia bastante difícil y se casó siendo casi una niña. Al poco tiempo, terminó por mudarse con mi bisabuelo a la ciudad de México. Tuvieron quince hijos, de los cuales sólo nueve sobrevivieron. Sufrió cuatro abortos y dos, lamentablemente, murieron muy pequeños. 

Un mes después de que nací, mi bisabuela murió. No tuve el placer de atesorar recuerdos con ella, pero crecí como si la hubiera conocido. El fantasma de mi bisabuela permaneció intacto durante mucho tiempo en la casa. Era como si su presencia habitara cada rincón; crecí entre sus historias, sus dichos, sus costumbres y su herencia culinaria. Cada espacio de la casa era un altar a lo que ella había inculcado, tanto positiva como negativamente. Cuando mi abuelita o mis tías hablaban de mi bisabuela, aseguraban que tenía un carácter muy fuerte. Con los años entendí que ese carácter en realidad fue una armadura que tuvo que cargar mientras fue víctima de muchos abusos durante su vida y matrimonio, que en su época estaban muy normalizados, pero que hoy muchos de ellos son considerados delitos. Mi bisabuela, también víctima del patriarcado, educó a sus hijas para servir, sufrir y aguantar. Las hijas crecieron con una educación machista, priorizando los deseos y las necesidades del padre, los hermanos, los hijos y los maridos antes que las suyas. Entre sus hijas, estaba mi querida abuelita, una de las mujeres más admirables que he conocido en mi vida.

Mi abuelita tampoco tuvo una infancia feliz; al contrario, fue muy dura y a lo largo de su vida también fue víctima de muchos abusos, los cuales tardó varias décadas en reconocer. A la edad de 24 años se enamoró perdidamente de un hombre. El hombre que después se convertiría en mi abuelo, la convenció en escaparse con él, prometiéndole una mejor vida. Ella, como cualquier persona enamorada, indudablemente le creyó. Salió de la ciudad de México para instalarse en Pachuca, a dos cuadras del Reloj Monumental. Poco tardó en darse cuenta que había cometido un grave error y que su vida estaba a punto de convertirse en una pesadilla. Creía que por amor estaba bien aguantar mentiras y golpes, humillaciones, infidelidades y alcoholismo . Lo vivió en su casa, su madre lo aguantó: ¿por qué ella no?

Mi abuelita quedó embarazada. El panorama era bastante difícil en su situación. Mandó muchas cartas a su familia donde externaba su desgracia, pidiendo ayuda; hubo respuesta, pero no apoyo. Su propia familia la rechazó. Ella se fue, ella se escapó, ella no se casó, no se vistió de blanco, escuché decir a una de mis tías cuando era niña, mientras le cuestionaba una injusticia que le hizo a mi abuelita. Una de las peores épocas que vivió mi abuelita fue durante su embarazo, lejos de su familia. Mientras esperaba el nacimiento de mi mamá, sufrió una grave infección en la boca; una infección que la puso al borde de la muerte. Todo parecía que terminaría en una desgracia, pero entonces una mujer les salvó la vida, a ella y a mi mamá. Esa mujer fue su suegra, la mamá de mi abuelo. Ella cuidó a mi abuelita durante su embarazo, estuvo al pendiente de ella e incluso la curó de la infección. Le dio fuerzas y un poco de dinero para que se fuera, la impulsó para que dejara a su hijo y así lo hizo. Un mes después de que nació mi mamá, mi abuelita se volvió a escapar. Salió del infierno que vivía para nunca volver, pero terminó entrando en otro, con menos fuego, pero con muchos otros demonios.

Volvió a la casa de sus padres con la mirada fija al piso, como quien se sabe desterrada de un lugar en el que su voz jamás importó y, lamentablemente, fue silenciada durante muchos años. Ella se había equivocado, decían, y su ‘error’ le costó muy caro.

Se convirtió en la primer madre soltera de la familia. ¡Qué atrevimiento! ¿Cómo pudo dejar al padre de su hija? La verdadera ironía es que tanto mi bisabuela como su hermana mayor, mi tía, se encargaron de minimizarla al punto que parecía que no existía, al menos para opinar, porque en cuanto al trabajo se refería, entonces sí que existía y se le exigía mucho más que a los demás integrantes de la familia. Mi abuelita trabajó, incansablemente, jornadas muy largas, no sólo para mantener a su hija sino hasta convertirse en el pilar de la economía familiar. Mientras tanto, mi mamá creció como una hija más para sus abuelos. Mi bisabuelo se convirtió en su figura paterna; pocas cosas positivas tengo que decir de él, mas que mi mamá lo amó mucho y él a ella también. 

Pasaron los años y mi mamá y mi abuelita aprendieron a sortear los desafíos de la vida juntas. Se crecieron ante la adversidad. Eran ellas contra todos, contra el qué dirán, contra el mundo y la vida entera. Cuando pienso en ellas, pienso que eran el mejor equipo, no sólo eran madre e hija; eran amigas, confidentes, compañeras de vida. Una pareja incondicional. Juntas, con el producto de su trabajo y gran esfuerzo, mantuvieron una casa y a una familia entera durante décadas y hasta el final de sus días. Mi mamá, afortunadamente, no tuvo una infancia de abusos ni maltratos; al contrario, fue muy amada. Quizás lo único doloroso que marcó su niñez fue la ausencia de su padre, el mismo que un día volvió sorpresivamente y fue a buscarla a la salida de su secundaria, diciéndole “yo soy tu padre“, causándole un trauma más grande.

Mi mamá continuó su vida sin él, ya que jamás volvió a aparecer.  Después, en los ochentas, se casó con mi papá; su matrimonio duró veinte años. Pudo haber durado menos pero, afortunadamente, tras varios episodios lamentables, tomó la sabia decisión de separarse. Le tocó vivir otra época distinta a la de mi bisabuela y mi abuelita, pero tampoco se salvó de pasar por el mismo camino penoso y manoseado del machismo. Mi mamá compartió dos décadas de su vida a lado de mi papá, un hombre que, si bien jamás la violentó físicamente, sí la violentó psicológica y emocionalmente. Durante mi infancia, yo no sabía lo que era la igualdad de género; en mi casa, eso no existía. Mi mamá hacía absolutamente todas las labores del hogar y además trabajaba. Tuvo el mismo puesto que mi papá y ganaba menos que él. Todo su dinero, tiempo, esfuerzo y amor estuvo dedicado a su familia, mientras que el de mi papá no y nadie lo juzgaba por eso.

Mi mamá no tenía tiempo ni espacio para nada más en su vida que para ser madre, una extraordinaria mamá, por cierto, de cuento de hadas, incondicional en toda la extensión de la palabra. Pero no tuvo el placer de compartir su vida con un compañero que estuviera a su altura, que la respetara y le reconociera lo maravillosa que era, que la apoyara en sus sueños, que valorara todas sus cualidades y que la cuidara en la enfermedad o ante cualquier adversidad.

Por mí parte, yo tengo la fortuna de haber sido amada, respetada, mimada y extremadamente cuidada por mi familia durante toda mi vida, pero crecí con una educación machista y por supuesto que he sido víctima del machismo, ¿y quién no? Como mujer he sido subestimada profesionalmente en varias ocasiones en las que hombres con el mismo puesto y capacidades que yo han tenido más privilegios y oportunidades. También he sido acosada y violentada incontables veces. Recuerdo que desde que mi cuerpo cambió, mis senos crecieron y mis caderas se ensancharon, los hombres comenzaron a verme como un objeto que podía satisfacer sus placeres. Actitudes y comentarios en las calles y de mis propios amigos o conocidos me hicieron sentir muy incómoda y vulnerable.

También tuve relaciones con amigos y parejas en las que protagonizó la violencia;  psicológica y emocional, principalmente. Después de terapia y leer mucho sobre el tema, me di cuenta que me habían hecho mucho daño. También, hace más de un año fui atacada por un desconocido en vía pública, a unas cuantas cuadras de donde vivía. La lista es larga sobre las desventajas de ser mujer en un mundo misógino y machista y no conozco a ninguna mujer que no haya sufrido algún tipo de violencia. 

Hoy, a propósito del Día Internacional de la Mujer, pienso inevitablemente en las tres mujeres que me preceden: en mi bisabuela, mi abuelita y mi mamá. Pienso en el largo camino de abuso, injusticia y maltrato que recorrieron en todos los ámbitos de sus vidas. Pienso en todas las agresiones que tuvieron que soportar y todo lo que tuvieron que callar. Inevitablemente también pienso en las terribles violaciones que han sufrido millones de mujeres y que se convirtieron en hijos no deseados. Pienso en las mujeres que tuvieron que quedarse en casa a cuidar a sus hijos, padres o familiares en vez de estudiar, trabajar o cumplir sus sueños. Pienso en todas las mujeres que no han sido reconocidas profesional e intelectualmente. Pienso en todas las mujeres que tuvieron que ocultar golpes e inventarse excusas para justificar a sus agresores. Pienso en todas las niñas que tuvieron que casarse porque fueron obligadas o vendidas. Pienso también en todas las niñas, adolescentes y mujeres que fueron arrebatadas de sus familias para hoy ser explotadas sexualmente. Pienso en todas las mujeres que han sido acosadas o violentadas sexualmente, en las mujeres que están desaparecidas y las que, desgraciadamente, ya no están vivas. Pienso en toda la desigualdad de género que existe, en lo sexualizadas, cosificadas y subestimadas que somos.

Me miro al espejo mientras reflexiono esto y no puedo estar más que agradecida con todas las mujeres que han hecho algo para que hoy pueda expresarme libremente. Agradezco a todas las personas que trabajan día a día por la igualdad de género, por una sociedad más justa, consciente e informada.

Hoy, con una conciencia tan clara en mi vida sobre lo que representa ser mujer, no puedo sino reconocer y celebrar el esfuerzo y valentía de todas las mujeres que han jugado un papel trascendental en la historia mundial y, sobre todo, en mi historia personal.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *