La mancha habla una lengua
extinta,
aquella lengua que solo hablan
los hombres
que han vencido a la partida
del espejo;
el preámbulo a los vacíos
que conducen a un camino
destinado a lo profundo
de la rapidez del cambio;
por lo que me quedo allí,
con las serpientes que
acechan detrás del tacto de
una piel que no hace más que
alejarse de todo
lo que ya ha cambiado entre mis dedos.
La mancha me consume,
regreso al rostro del reflejo
y olvido el aroma de la ciudad.