Belfast y los buenos tiempos

Don’t look so sad, I know it’s over
But life goes on
and this ol’ world will keep on turning
Let’s just be glad
we had some time to spend together
There’s no need to watch
the bridges that we’re burning

For the god times; Perry Como.

A día de hoy, el Hotel Europa mantiene la nada honrosa distinción de ser el más bombardeado de la historia. Buena parte de aquellos atentados se dieron durante el conflicto en Irlanda del Norte, la salvaje batalla protagonizada por los unionistas protestantes y los republicanos irlandeses. A partir de esto, el escritor escocés David Keenan, reputado crítico musical en la revista The Wire, construye Por los buenos tiempos (Sexto Piso) como una novela delirante sobre los convulsos años setenta en un barrio católico de Belfast.

La prosa callejera que nos lleva por la trastienda de la capital norirlandesa está más que justificada. Sammy, Tommy, Barney y Patrick conforman un grupo de guerrilleros sin oficio reclutados por el IRA Provisional para enarbolar el discurso de una Irlanda unida y liberada del yugo de La Corona británica. Su papel en la famosa organización paramilitar está lejos de ser estratégico. Su labor, más bien, reside en extorsionar comercios, beber hasta el alba, paliar su soledad con sexo, moler a golpes a sus antagonistas ideológicos, asesinar a sangre fría, leer cómics y romantizar sus fechorías con música de Perry Como y folclor irlandés.

En realidad, para ellos el conflicto político con la Irlanda protestante se simboliza en una sola imagen: el Hotel Europa. Por tal motivo, la única manera que encuentran para tangibilizar su conquista es maquinando un plan ambicioso para dinamitarlo. El propio David Keenan contaba en una entrevista con El Mundo que había visitado años atrás el ático del hotel para ver los restos de un antiguo bar con escenario. Al estar ahí, el escritor se emborrachó de esa aura de decadencia y falso glamour que desprendía la Belfast de antaño, al grado de definir el sitio como el ónfalo de la ciudad, refiriendo a aquella legendaria piedra que dejada por Zeus en el centro del mundo.

Haciendo a un lado el componente irracional y vulgar de la psicología de los matones, hay escenas en la que se puede palpar el fuego interior encriptado en el grito de batalla del IRA. De sus adeptos se desprende un desencanto palpitante por haber sido relegados al patio trasero, al último escalón de la sociedad, durante los años más turbulentos del siglo XX: «Ni siquiera éramos refugiados, eso habría sido demasiado digno para nosotros. No éramos más que unos sucios irlandeses católicos, pelirrojos de mierda, unos ignorantes, unos putos imbéciles; estábamos más abajo del orden jerárquico que los negros y los perros». Esto, incluso, los lleva al extremo de ver en la bandera del Reino Unido la esvástica nazi.

Otro de los temas inherentes a la identidad irlandesa como cultura abocada a la supervivencia se manifiesta en la quimera de la inmigración y la idealización de Nueva York como la tierra prometida. En un pasaje de la novela, Sammy, el narrador principal, recuerda lo enamorada que estaba su madre de todo lo que involucraba a Estados Unidos, al grado de venerar en casa una fotografía de John Fitzgerlald Kennedy, el primer ciudadano americano de origen irlandés en haber sido elegido como presidente del país más poderoso del mundo.

Es pertinente matizar que Por los buenos tiempos puede leerse como una novela de aventuras con mística pulp, pero también como un testimonio crudo sobre los márgenes de una sociedad emponzoñada de ideología, el tipo de escenario en el que se tolera más a una prostituta que a un protestante.

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