El silencio está ahí colgando del abismo entre el miedo y la impotencia. Irónicamente hace más ruido que mis gritos. Es muy frágil, quisiera romperlo, pero todavía no puedo. Tengo mucho miedo, sé que tengo que deshacerme de el primero, pero los nudos en mi garganta me tienen atada.
La ansiedad me acompaña, me susurra que debo estar alerta, que no olvide, que no baje la guardia. Y estoy aquí una vez más siendo señalada por el rechazo y la ignorancia. ¡Qué ironía ser juzgada!
La injusticia y la indiferencia me quieren callada, porque incomodo, porque mis palabras muerden, porque el temor se huele y la verdad duele, pero no me van a callar. Podrán ignorarme tanto como a las víctimas de violencia de género. Podrán seguir disimulando que no viven en un mundo lleno de agresores que acosan, hieren, violan, apuñalan, mutilan y matan, pero ¡NO ME VAN A CALLAR! No voy a dejar que olviden como se sienten y cómo se escuchan los gritos latentes de desesperación y rabia.
El silencio oculta muy bien a la violencia, y la violencia es esa historia que no todas podemos o queremos contar, pero que duele mucho más callarla. Así que ya no me importa que el machismo me apunté a la cara a plena la luz del día ni que la misoginia me ataque por la espalda con las luces apagadas.
El silencio es un lugar mucho más oscuro que una calle vacía en la madrugada y hace más ruido que las peores pesadillas que habitan en mi almohada… Por eso hoy rompo el silencio; por mí, por ellas, por nosotras, por todas las mujeres que ya no pueden usar su voz porque lamentablemente han sido silenciadas.