En Amadeus (1984) del director checo-estadunidense Milos Forman, el compositor italiano Antonio Salieri —interpretado magistralmente por el entrañable F. Murray Abraham— relata los orígenes de su idolatría transformada en odio por Wolfgang Amadeus Mozart.
Arrepentido de provocar la prematura muerte del músico austriaco, en confesión con el sacerdote que lo ha visitado en el manicomio donde pasará sus últimos días, Salieri detalla que mientras él seguía jugando ‘cosas de niños’, Mozart, a pesar de su cortísima edad, ya tocaba para reyes y emperadores; “incluso, para el papa, en Roma”.
Sin embargo, aclara Salieri, lo que le envidiaba a Mozart no era tanto su genialidad para la música, sino que, a diferencia suya, Wolfgang tenía un padre “que le había enseñado todo”.
“A mi padre no le interesaba la música”, revela Salieri, visiblemente arruinado y, a pesar de haber sido uno de los compositores más famosos de la época, abandonado al olvido. Y agrega: “cuando le confesé lo mucho que deseaba ser como Mozart, me dijo: ¿Para qué? ¿Quieres ser un chango amaestrado? ¿Quieres que te arrastre por Europa, haciendo trucos, como un monstruo de circo?”.
La semana pasada, el noruego Erling Haaland, delantero del Borussia Dortmund de Alemania, protagonizó las principales portadas de los medios internacionales tras realizar —por decirlo amablemente— una ‘gira de promoción’ por el Viejo Continente.
Gracias a sus impresionantes registros goleadores, los cuales sobresalen aún más debido a su juventud (20 años), Haaland es una de las ‘apetitosas’ figuras del insaciable mercado futbolístico.
De la mano de su agente, el italiano Mino Raiola (un mercader experto en transacciones ridículamente millonarias y promotor de decenas de futbolistas más, como el mexicano Hirving ‘Chucky’ Lozano), así como del exjugador Alf Inge Haaland —su padre—, Erling realizó un recorrido por las oficinas del Real Madrid y Barcelona (en España), así como del Manchester City y Liverpool (en Inglaterra).
Esto, a fin de escuchar, a través de presidentes, directores deportivos y personajes varios, los cantos de sirena de dichos clubes y así, a cambio de una inverosímil cantidad de euros —entre traspaso, sueldo, repartos a incontables comisionistas, así como derechos de imagen por publicidad y patrocinios, bonos por objetivos y diversas cláusulas que, temporada con temporada, crecen a mansalva—, determinar cuál de ellos será, en un plazo nada lejano, el próximo dueño de su destino.
En los últimos años, sobran casos de padres que, cegados por las ‘bondades’ —volvemos a los términos amables— del futbol actual, de los millones y la fama, torcieron los destinos de sus hijos: Lionel Messi, Neymar Jr., Mesut Özil, Giovani Dos Santos; entre otros.
“¿Quieres que te arrastre por Europa, haciendo trucos, como un monstruo de circo?”, cuestionaba su padre a Salieri. La pregunta, tal vez, ya no suena tan mal.