Ayer nos despedimos de una de las actrices más queridas y versátiles de nuestro tiempo, la incomparable Maggie Smith. Su legado en la actuación es vasto y variado, abarcando más de seis décadas en la industria del cine y la televisión. Sin embargo, es una pena que la narrativa popular a menudo se reduzca a su papel en la saga de Harry Potter, mientras que su impresionante carrera está repleta de actuaciones memorables que merecen ser celebradas.
Mi primera conexión con la magia de la actriz comenzó cuando era niño, al verla en televisión en lo que fue (sin que yo lo supiera) su primera actuación en cine: The Pumpkin Eater (1964) y aunque era breve, realmente me atrapó. Ahí, la futura Maggie brilló en un puñado de escenas junto a gigantes como Anne Bancroft y Peter Finch, mostrando un talento que prometía un futuro brillante en la actuación. Desde ese momento, su carrera despegó, y yo me convertí en un fiel admirador.
Uno de los papeles más icónicos de Maggie fue el de Miss Jean Brodie en The Prime of Miss Jean Brodie (1969), un personaje creado por la novelista escocesa Muriel Spark, que le valió su primer Oscar. Recuerdo que, al ver la película (también por televisión, en mi temprana adolescencia), me fasciné con la forma en que ella encarnaba la complejidad de una profesora en un colegio de señoritas que, aunque carismática y apasionada, se movía en una línea delgada entre la inspiración y la manipulación. A tal punto llegó mi cariño por su personaje que, cuando la adopté, decidí llamar a mi perrita Manchester Terrier “Miss Brodie”. Esta conexión personal con su trabajo hace que Maggie Smith ocupe un lugar especial en mi memoria.
A lo largo de su carrera, Maggie demostró ser una actriz intrépida y versátil. No solo fue aclamada por su trabajo en películas de gran éxito como A Room with a View (1985) y Gosford Park (2001) de Robert Altman, sino que también hizo su marca en producciones menos conocidas pero igualmente excelentes, como My House in Umbria (2003), un telefilme de HBO basado en la novela de William Trevor. En esta obra, Maggie interpretó a una escritora que después de un repentino atentado terrorista, se encuentra involucrada en un mundo de secretos y relaciones humanas complicadas pero no exentas de ternura, mostrando una vez más su increíble rango como actriz (y que podía ser una protagonista de primera a los casi 70).
Su elegancia y vulnerabilidad eran brillantes: así lo mismo podía ser la tía solterona reprimida y ansiosa en la película de la Merchant-Ivory que mencioné antes, la enfermera acérbica y respondona de Bette Davis en la versión original, saturada de estrellas de Muerte en el Nilo o una estrella de cine agotada y vulnerable, pero con deseos de amar en California Suite (ambas de 1978) que le valdría su segundo Oscar
Es fascinante pensar que, antes de cumplir los 40 años -ese temido parteaguas en la carrera de una actriz-, Maggie Smith ya comenzaba a interpretar a mujeres mucho mayores que ella. Su papel en Travels with My Aunt (1972), una comedia negra basada en la estrambótica novela de Graham Greene y dirigida por el legendario George Cukor, es un testimonio de su destreza actoral. Aquí, Maggie no solo mostró su capacidad cómica, sino que también destacó su habilidad para explorar la profundidad emocional de sus personajes y un colmillo para hacer que su carrera durara mucho más que las de muchas de sus colegas.
La forma en que su carrera evolucionó es digna de admiración. Aunque muchos la asociarán siempre con su papel como la formidable profesora McGonagall en la saga Potter, no debemos olvidar su impresionante trayectoria antes y después de esa saga. Por ejemplo, su interpretación en la telenovela de lujo Downton Abbey (2010-2015) como la condesa viuda de Grantham, Violet Crawley, le valió nuevamente el reconocimiento de la crítica y el cariño del público. La mezcla de humor y sabiduría en su actuación fue un regalo que los espectadores supieron apreciar.
Sin embargo, es una pena que muchos se queden atrapados en el odioso frikismo asociado a Harry Potter, ignorando la magnitud de su carrera. A lo largo de los años, Dame Maggie se ganó el respeto y la admiración no solo de sus compañeros de trabajo (Vanessa Redgrave siempre lamentaría que nunca pudieron trabajar juntas, porque siempre les ofrecían, desde jóvenes, los mismos personajes), sino también de cineastas como Richard Loncraine, quien la dirigió en My House in Umbria o el mismísimo Alfonso Cuarón.
A nivel personal, tuve la fortuna de entrevistarla durante la promoción de The Best Exotic Marigold Hotel (2011) en Londres. Ella formaba parte de un elenco estelar y, mientras hablábamos sobre su carrera, la conversación fluyó con una naturalidad encantadora. Recordaré siempre cómo, al terminar nuestra charla, me despidió diciendo cordialmente que “hablaba muy bien inglés”.
Con una sonrisa, le respondí: “Oh, gracias. Puede usted culpar a Jane Austen de que yo suene como uno de sus personajes”. Ella arqueó las cejas, me miró con esos ojos tan característicos y me respondió, socarrona: “Nancy Mitford’s rather.” (Más bien de Nancy Mitford). Lo dijo tan seria que por un momento me desconcertó, hasta que ella misma se rió, revelando que estaba bromeando. Ese instante capturó la esencia de Maggie: una mujer brillante, ingeniosa y profundamente humana.
La huella de Maggie Smith en el cine y la televisión es innegable, y su legado continuará inspirando a generaciones futuras. Es un recordatorio de que, más allá de las franquicias y los fandoms, siempre hay un mundo entero de talento y pasión detrás de cada actuación. Nos despedimos de una leyenda, pero su magia, su risa y su talento vivirán en la memoria de aquellos que tuvieron el privilegio de conocer su trabajo.