Tantas palabras y, ahora, me atemoriza escribir.
A veces, me despierto a mitad de la noche, con el alma en carne viva, como si el tiempo se colara entre los fragmentos de mis sueños y me recordara que estoy condenada a correr en círculos. El miedo que me acecha en los rincones más tranquilos: en las palabras que no soy capaz de decir, en los gestos de compasión que no me atrevo a hacer.
Entonces se queda el silencio. Lo inunda todo por completo. La distancia que existe entre mi cuerpo y las personas que aún recuerdo. Me niego a llenar de nada los insoportables huecos de silencio. Desearía poder llenarlos de pasión. De esa que permite esconder secretos y puedes fingir que no existe, pero solo en ciertos momentos.
Me gustaría saber hablar de las cosas que en realidad me preocupan. Como admitir que me aterra decir los libros que he leído, así entonces sabrían las personas los lugares a los que he viajado y todas las heridas que tengo repartidas en el cuerpo. Me verían.
Me atemorizan las preguntas que te desnudan, las que aun sin tener una respuesta de vuelta, la misma interrogativa ya te ha despojado por completo. De esa clase de preguntas que son tan filosas que no necesitan una respuesta tuya para desarmarte, una pegajosa red tejida que entre más tratas de quitártela de encima, más terminas dentro de ella. Me aterra ser esclava de las preguntas, vivir imaginando sus respuestas.
Y están ahí, mirándome al fondo: el deseo y la vergüenza. Les temo tanto que transitan en mi vida de la mano, tan cómplices de mis pesadillas. Tanto miedo, a veces pavor de arriesgar siquiera lo mínimo para competir por algo mayor, como si el costo de la autenticidad fuera perderme a mí misma.
No me gusta estar atrapada en la nostalgia. No, me aterra ser pura nostalgia. Que mi cuerpo, mis entrañas, mis células estén compuestas de solo nostalgia. Vivir atrapada entre el «hubiera» y el «ojalá». Ambas bailando alrededor de mí. Por el día y por la noche. Turnándose una con la otra, unidad en complicidad fulminante. Aliadas en los atardeceres, en las noches, en el insomnio, en todo lo que me ahoga en silencio y no soy capaz de verbalizar.
Tantas palabras que existen y yo no soy capaz de decir nada.
Tantos recuerdos por callar.
Tantos abrazos que anhelar.
Me pregunto si podré abrazar de nuevo con tanta intensidad.
Vivir con el alma atada. De pies y manos, secuestrada, en cautiverio. Rezo por las almas atrapadas en cuerpos tan cobardes como el mío. Me pregunto si alguien reza por mí, así como yo rezo por ellos. Me pregunto si hay alguien del otro lado de mis miedos, esperando, guardando luto por mi valentía.
Mirándome.