La lista de reyes de británicos que publicaron prohibiciones a la práctica del futbol (deporte salvaje, medieval y brutal) es larga: Eduardo II, Eduardo III, Ricardo II, Enrique IV, Enrique V, Jacobo I de Escocia, Jacobo II de Escocia, Eduardo IV, y Jacobo III de Escocia. Norbert Elias, en el artículo La aparición del futbol en Gran Bretaña, narra las causas de tales proclamas: entre ellas la violencia que producía el juego entre los habitantes de las aldeas; sus rituales agresivos y el peligro que representaba para el orden público.
Elias da cuenta de un documento fechado el 10 de enero de 1540 en el que el alcalde de la corporación de Chester menciona que era costumbre que en el Martes de Carnestolendas los zapateros retasen a los fabricantes de paños a un partido con una pelota de piel. El sociólogo británico hace ver que la palabra “football” representa más al balón que se patea con el pie que al deporte mismo, como se le conoce actualmente en casi todo el mundo. En Estados Unidos se utiliza el término soccer para diferenciarlo de propio football, que, paradójicamente, se juega más con la mano.
Relata Norbert Elias:
“Jugar con el balón de cuero era una de las maneras de concretar peleas entre aldeas distintas. Ese era de hecho uno de los rituales acostumbrados (en la época medieval) una vez al año en estas sociedades tradicionales”. Estas fechas tenían que ver con las fechas de guardar y “constituían una actividad recreativa restauradora del equilibrio tradicional. Todo, asegura, tenía que ver con lo que ha llamado proceso de civilización.
Tuvieron que suceder muchos relevantes “procesos” desde la primera prohibición (como la Revolución Industrial, la construcción de la monarquía parlamentaria, la formación de la clase obrera y el nacimiento del ocio, entre otros muchos) para que el futbol fuera reglamentado por los británicos en la segunda mitad de siglo XIX, durante el reinado de Victoria, abuela de Isabel II. Deporte de caballeros -angosto su reglamento- el nuevo deporte viajó de puerto en puerto y pronto fue practicado en todos los confines del imperio y en otros lugares de Europa.
Inicialmente burgués y universitario, el futbol pronto se convirtió en símbolo de las clases obreras, dentro y fuera de la Isla. La mayoría de los clubes ingleses (de sus respectivas aficiones ligadas también al barrio de origen de los equipos) tiene su nacimiento en la clase trabajadora. Con el ocio producido por la Revolución Industrial, la clase obrera -después de largas batallas sociales- fue llenando el tiempo libre como practicante y observadora de los juegos de las diferentes ligas y categorías. E.P. Thompson deja en claro que durante el siglo XIX se formó la clase obrera “mientras la burguesía industrial encabezaba el nuevo bloque de poder; la lucha de clases pasaba a primer plano”. Y el futbol jugaría un papel en ese conflicto social y laboral.
Hubo experiencias olímpicas del balompié al final del siglo XIX y comienzos del siglo XX, que confirmaron que se había propagado por varias partes del mundo.
En 1920 -bajo el reinado de Jorge V- se produjo un cisma que daría sentido a este relato. Inglaterra, no afiliada a la Federación Internacional de Asociaciones de Futbol, aceptó jugar en los Olímpicos de Amberes pese a que el “amateurismo” –requisito indispensable para la competencia entre iguales, los británicos- estaba a punto de terminar. La protesta se hizo efectiva en París 24, a donde no mandó selección. Jugaría su primer partido en un Mundial profesional hasta 1950, a pesar de que este certamen se llevó a cabo en 1930. En Uruguay, cuya selección había ganado los torneos olímpicos de 1924 y 1928.
En 1936 murió Jorge V y, con ciertos dribles íntimos en la casa real, le sucedió Jorge VI. Isabel II tenía 10 años. Y pronto sería niña scout. Después de la invasión a Polonia en 1939, Inglaterra declaró la guerra a Alemania. Pitazo inicial de la Segunda Guerra Mundial. La pelota se detuvo.
Después del conflicto, el Comité Olímpico Internacional eligió como sede de los Juegos Olímpicos a Londres, devastada pero alentada entre los escombros por Winston Churchill, quien volvería a ser primer ministro cuando Isabel II se convirtiera en reina. Los juegos, pese a su pobreza, fueron un éxito deportivo y simbólico. Entonces la Isla decidió afiliarse a la FIFA, pero con una gran diferencia en cómo fue aceptada ante el COI. En esta ocasión: Gales, Escocia, las Irlandas e Inglaterra competirían con su propia selección. Después de la eliminatoria, solamente escoceses e ingleses lograron su pase al Mundial de Brasil.
En su segundo partido, en Belo Horizonte, Inglaterra perdió 1-0 ante Estados Unidos, cuyas costumbres futbolísticas eran inusuales. La dura prensa inglesa se encargó de volver más doloroso el episodio para los aficionados, en quienes cayó un duro golpe de realidad: su país había reglamentado el deporte; tenía clubes de arraigo y estrellas populares, pero estaba lejos de tener a la mejor selección del mundo.
Cuatro años después, en Berna, Alemania (suspendida del futbol organizado en 1950) se presentó con un poderoso equipo la fase final de Suiza. La rehabilitación moral de los alemanes era dolorosa emocional y moralmente. Como en la Isla, la tradición por el balompié estaba profundamente emparentada con la clase obrera, la cual trabajaba más horas que antes de la guerra en la reconstrucción de las ciudades. Con una derrota escandalosa ante Hungría -los periódicos también destrozaron al once blanco y negro-, La Maquinaria llegó a la final en la que enfrentó a los húngaros de Puskas y Kocsis, dos astros inigualables. Alemania perdía 2-0. Al final, ganó 3-2. El Milagro de Berna se produjo y la festividad se convirtió (hay que leer Mi Siglo, de Günter Grass) en un ícono de aliento y esperanza para un país destrozado y dividido después de la capitulación.
Isabel llevaba dos años en el reinado. Churchill era su primer ministro. ¿Había posibilidad de imitar la experiencia alemana? Isabel II aprobó la campaña para que Inglaterra se postulara como sede de una futura Copa del Mundo. Antes de que se llevara a cabo la votación, encabezó las condolencias por la Tragedia de Múnich, en la que murieron varios jugadores del Manchester United en 1958. El equipo rojo volaba de regreso a casa cuando la nave de la British European Airways se estrelló en Baviera. Bobby Charlton, el astro del medio campo, fue uno de los pocos sobrevivientes del accidente. Toda Inglaterra era luto.
En 1960, durante su Congreso de Roma, la FIFA le entregó la sede del Mundial de 1966. Alemania y España eran las otras candidatas. Estaba por cumplirse un siglo de la reglamentación del futbol. En ese 60, estaba naciendo el pop británico que cambiaría la historia de la música. Cuando llegó la fecha del 66, Isabel II ya era un emblema popular -dentro y fuera del Reino Unido- de la Guerra Fría. Tenía, apenas, 30 años.
El 11 de julio, en Wembley, Isabel II fue la encargada de inaugurar la octava edición de los Mundiales. No hubo mucho relato. Inglaterra y Uruguay empataron a cero. Con sospechas, como aquel gol ante Argentina en los cuartos de final, Inglaterra llegó a la final en la que enfrentó al gran rival: Alemania. Isabel II ocupó otra vez el palco de honor del estadio de Wembley. Después del empate 2-2, en el minuto diez del primer tiempo extra, Geoffery Hurst anotó su segundo gol en el encuentro con un disparo de media distancia (todavía hay quien duda si, en efecto, entró la pelota al arco alemán). Y luego, cerca del final, metió su tercero para darle la primera y única, hasta ahora, Copa del Mundo a Inglaterra. Era 30 de julio.
Bobby Charlton era parte de aquella histórica selección. En 1969 fue condecorado por la reina Isabel II con la Orden del Imperio Británico. Hace siete siglos el futbol estaba prohibido en los territorios británicos. A Isabel le tocó tirar ante el arco y logró que ese deporte fuera un trofeo para los ingleses.