Resulta osado e ingenuo titular esta crónica con uno de los calificativos más cercanos al lugar común en el espectro de la música: el alquimista. Sin embargo, con Jorge Drexler resulta una definición prudente y hasta exacta; el cancionista uruguayo –término acuñado por él mismo al despreciar el mote de cantautor– es un investigador incansable de nuevos sonidos y formas de expresión dentro de la música. En el par de conciertos otorgados en el Teatro Metropólitan presenta un álbum, ‘Salvavidas de Hielo’, que tiene como característica principal utilizar única y exclusivamente la guitarra. Esto no deriva en una plana concatenación de once canciones tocadas de manera tradicional, sino que lo llevó a procurar nuevos sonidos que pudiese brindar el instrumento; cuatro percusionistas diferentes pasaron por el estudio en pos de hallar nuevas formas de intervenirlo. En múltiples entrevistas, Drexler cita a Ígor Stravinsky para definir el concepto del álbum y el espectáculo: mientras más me limito, más me libero.
El nombre del álbum, ‘Salvavidas de Hielo’, que rememora aquella mítica frase con la cual comienza la ‘19 Días y 500 Noches’ de su admirado Joaquín Sabina (lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks), va de la mano con la idea fundamental del proyecto: guitarra sobre guitarra; el salvavidas de hielo es agua sobre agua. Con texturas diferentes, pero el mismo elemento. Drexler es, también, un otorrinolaringólogo que mutó en cantante de éxito a una edad donde los artistas de su generación ya atiborraban estadios; uno de esos milagros que la música aún se permite. Ninguno de los artistas de éxito cercanos a su generación –Páez, Bunbury, Calamaro…– tienen la avidez exploradora de Drexler, además de que se permiten muchísimas más licencias líricas. En alguna entrevista, el de Montevideo reivindicaba a Joaquín Sabina por ser un poeta de otro tiempo, destacando la minuciosidad con la que el español escribía sus sonetos. Drexler es lo mismo: respeta estructuras poéticas y recuerda a esa forma de trabajo que tenía Leonard Cohen, por ejemplo, quien podía pasar un año entero buscando la palabra que diese buen cierre a un verso específico. Jorge Drexler representa una suerte de reivindicación de la pesquisa por la palabra precisa.
«A los espectadores les gusta oír canciones que ya han oído, y aunque conozcan bien las versiones grabadas aprecian escuchar en un nuevo contexto lo que ya conocen. No quieren una reproducción inmaculada del disco, lo quieren deformado de alguna manera; quieren ver algo familiar desde un nuevo ángulo». La cita pertenece a David Byrne, escrita en su extraordinaria obra Cómo funciona la música. Drexler regaló numerosas reinvenciones de sus canciones más famosas, armado únicamente con su guitarra, abrazado por una luz lo bastante tenue como para no atisbar rasgos detallados de su rostro y, como comparsa percusionista, un péndulo de Newton. Me recordó a lo que dice Byrne en el mismo libro, cada representación es una resignificación del artista en sí mismo.
Arrancó el concierto con ‘Transporte’; aún siendo uno de los elementos más dedicado y covereado entre jóvenes en su repertorio –lo cual, evidentemente, la convierte en uno de los potenciales puntos álgidos de cualquier recital–, el público quedó mudo ante su interpretación. Era tan tenue, tan frágil; un susurro. Donde tu estás / yo tengo el norte / y no hay nada como tu amor / como medio de transporte. Continuó con ‘Eco’, manteniéndose la tesitura del público. Esto que estás oyendo ya no soy yo / es el eco del eco del eco de un sentimiento. El Teatro Metropólitan, abarrotado, absorto, al cual yo he visto temblar y casi caerse a pedazos mientras Fito Páez ruge ‘Naturaleza Sangre’, estaba en silencio. El nombre del concierto: Silente. Me incliné hacia el oído de mi hermano: quizá este tipo sea de los pocos artistas contemporáneos a los que uno debe escuchar en vivo, en vez de cantar con él. Pueden cantar, dijo Drexler, pero creo que todos preferíamos escucharlo a él. Recordé cómo hace muchos años una amiga me dijo que su sueño era casarse con Morrissey solamente para que fuese su voz la que le diera los buenos días; no me quejaría si a mí me tocase escucharlos por parte de Jorge Drexler.
Drexler entendió lo que sucedía. No es que le tocase un público tímido, apagado o abotagado; le tocó un público que abarrotó el recinto en su segunda fecha y que solamente quería escucharlo. La gente no fue a desbocarse; a sacarse tensión, embriagarse y revolear la sudadera como en cualquier concierto de rock; la gente fue a escucharlo. Dibujó una sonrisa, y musitó muchas gracias por escucharme con tanto cariño.
Entre las canciones más vitoreadas estuvo la celebradísima ‘Todo se transforma’, en mi opinión una de las mejores canciones en español de los últimos tiempos. Zapato que en unas horas / buscaré bajo tu cama / con las luces de la aurora / junto a tus sandalias planas / que compraste aquella vez / en Salvador de Bahía / donde a otro diste el amor / que hoy yo te devolvería. No creo que exista forma más elegante para destruir el monstruo de los celos que ese cúmulo de versos. En otra entrevista le preguntaron por esta canción a Jorge Drexler, respondiendo él que simplemente quería hacerle un homenaje a la ley de Lavoisier. Y fue un hit, le dijo el entrevistador; ¿La ley? Sin duda, contestó Drexler.
‘Pongamos que hablo de Martínez’, otra joya de la corona en la noche de anoche. Drexler conoció a Joaquín Sabina en Uruguay; éste lo invitó a cantar después de que Pancho Varona, fiel escudero, se lo hubiese recomendado ampliamente –misma historia ocurre con los Vetusta Morla, por ejemplo; parece que Varona es el filtrador oficial de música nueva a la figura ubetense–. Éste quién es, rugió Sabina; soy médico, contestó Drexler. A continuación, una frase que el uruguayo sigue reproduciendo imitando la rasposa voz de Joaquín: tú no eres médico, ni pollas. Te debo la milonga del moro judío / y otra turné por el Madrid de los excesos / donde aprendí a domar más de cien desvaríos / y a robar más de mil besos. / Tengo el detalle de camuflar tu apellido / y quien lo quiera adivinar, que lo adivine / para nombrar a quien estoy agradecido / pongamos que hablo de Martínez. Se la canté por whatsapp, en audio, apenas la terminé, cuenta Drexler en alguna entrevista; me respondió con diez mensajes de voz, emocionadísimo, pero cada uno duraba entre dos y cinco segundos, no se le da mucho el micrófono del celular.
Cerró con tres puntazos: ‘Movimiento’, ‘Silencio’ y ‘Telefonía’, tres palabras que definen el álbum más reciente. Si quieres que algo se muera / déjalo quieto. El yo no soy de aquí; pero tú tampoco, que en alguna entrevista declaró que lleva absoluta dedicatoria a Donald Trump. No encuentro nada más valioso que darte / nada más elegante / que este instante / de silencio. En su extraordinaria presentación en el NPR Tiny Desk, disponible en YouTube, Drexler introduce ‘Silencio’ advirtiendo al público que la canción contiene varios pasajes de absoluto silencio; no tengan miedo del silencio. Enjoy the silence. Finalmente: te quiero / te querré / te quise siempre / desde antes de saber que te quería / te dejo este mensaje simplemente / para repetirte algo / que yo sé que vos sabías. Suficiente para generar una avalancha de sonrisas rumbo a la salida. Jorge Drexler nos repitió algo que él sabía que nosotros sabíamos: que es buenísimo.
NOTA: Me disculpo por mi poco profesionalismo al nombrar como alguna entrevista el lugar donde soltó Jorge Drexler cada una de sus declaraciones, pero vi tantas durante la semana que resultó imposible memorizarlo.