A menudo pienso que las grandes historias nacen de ideas sencillas y que, más bien, hacer que desde su sencillez broten ilimitadas lecturas es su gran virtud. Con esa premisa son planteadas las novelas de Antonio Ortuño, quien, ahora más que nunca, ha decidido proponer una historia desde su pasión más íntima: el heavy metal.
La armada invencible es un concierto con un slam desenfrenado, que sabe a gloria y nostalgia. Porque en estos tiempos el metal ya es mera añoranza. Algo que padece un veterano de guerra que es visto por encima del hombro y con desagrado por los jóvenes de hoy que ya solo van acompañados de su música “agropecuaria” —como la llama el Barry (voice & rhythm guitar). Y solo queda admitir, según Yulian (bass guitar), que los amantes de menear la cabeza al son de Satanás y poner los dedos con la forma de su marca no tienen de otra más que declarar la batalla perdida y que ahora los riffs y los dobles bombos son los partisanos de la música: la resistencia (una que resiste a duras penas).
Quizá, precisamente esa forma de perder la batalla, ese resistir tambaleante, sea el combustible de la eternidad, y esa es el alma de la novela. Escrita con un ritmo atronador como su soundtrack, La armada invencible nos recuerda la fragilidad de los destinos humanos, siempre acechados por el paso del tiempo y su evolución, que nos condena a pasar inadvertidos y ser olvidados. Pero que, a pesar de ellos, encontramos esos momentos en los que nos sentimos inmortales… como los dioses.
Volviendo al inicio de la sencillez de gestación, todo parte de un (muy mexicano) “lo que pudo ser y no fue”, como el tridente de la selección, que a vísperas de un mundial encuentra que uno de sus integrantes se parte en cuatro la pierna, y que solo la terquedad nos ilusiona, porque sabemos que otro del grupo desde hace tiempo no es el mismo debido a que le lesionaron el cráneo… pero pudo ser maravilloso, y lo fue, por un brevísimo instante. Así, La armada invencible es ese eco de la tragicomedia del “hubiera”, plasmado con tanta genialidad como un solo del Mustaine (lead guitar).
Estamos, pues, ante una novela de un alto virtuosismo melódico, que explora los recovecos de la vejez, el amor y la muerte —representada por el Isaías (drums) —, y que nos ofrece una experiencia vertiginosa, en la que, si bien a Ortuño no le tiembla el pulso para con sus personajes, también guarda una ternura con ellos, con quienes comparte una cosa bien clara: el entregarse a la música que no lame las correas.