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La desconocida ternura de Dios

‘A oscuras y segura’ no es una guía para un turismo espiritual, sino un espejo donde poder asomarse para contemplar el misterio que es invisible a la luz 

Desbordarse. Deslizarse hasta quedar esparcido por el suelo, o el simple acto de derramarse. Con todo y su doble sentido de vida. La forma en la que llegan las epifanías a nuestras mentes, tal como cuando supe que los títulos no llevan punto. 

A primera vista, pareciera que derramarse se trata de una caída, de un accidente, algo que se escurre sin control, un error que en teoría nadie planea. «No llores sobre la leche derramada», en alguna ocasión me habrán dicho. Pero, ¿derramarse puede ser sublime? 

Una forma de abandono a la entrega. Algo que, por la misma naturaleza del verbo, no fue planificable y que, paradójicamente, está totalmente cubierto de sentido. Un abrirse al misterio. Permitir que lo que somos emane y se derrame sobre nuestra presencia. 

Así, derramada a sus pies y abandonada a su oscuridad, que lejos de consumirme me vuelve consumada. Suave, sin prisas, sin aceleramientos. 

A oscuras y segura debo decir que, por el título, primero me llamó como un libro dirigido a mí como mujer. Pensaba que abrazaría mi espiritualidad desde una identidad femenina; sin embargo, pronto descubrí que el texto iba más allá del género o de alguna forma de identificación social. Se trataba del alma. Al final de todo, seamos lo que seamos, o nos nombremos como queramos, todos compartimos lo mismo: un alma. Es a este plano donde el texto nos llama. 

Es entonces cuando David García Pulido aparece como el guía del guía, una especie de Virgilio 2.0, que con sus líneas de repente se convierte en un puente de entendimiento entre San Juan de la Cruz y mi persona. 

Así que el texto se vuelve a dos voces. Dos hombres separados por el tiempo, pero que parecen hablar del mismo misterio. El umbral donde la ternura de Dios se revela: la oscuridad. 

La búsqueda de mi fe 

Al adentrarme más en los párrafos del libro, me encontré con una pregunta que me ha perseguido por años: ¿qué es la fe? Es una palabra que me repetían incontables veces: “ten fe”, “confía”, “mantente firme”. Pero nunca me atreví a cuestionar de frente. Me daba vergüenza reconocer que no sabía del todo cómo era tener fe. 

Lo más sencillo hubiera sido buscar la respuesta en una pantalla, pero me negaba a que una máquina definiera algo tan íntimo y tan humano. Pensaba que la fe no podía reducirse a un concepto técnico, sino que necesitaba encontrarme con ella en mi propia experiencia. 

Así que este libro empezó a darme pistas. David García, a los susurros de San Juan de la Cruz, me mostró que la fe se parece más a una analogía vívida que a una definición aprendida. Es como si caminaras a oscuras y descalza, con la certeza de que alguien sostiene tu mano. 

“La fe son los pies con los que el alma va a Dios y el amor es la guía que la encamina”. 

La imagen en mi mente. Tan viva, tan simple. Llenó mi incerteza de alivio. La fe de repente dejó de ser algo tan abstracto y se convirtió en movimiento: pasos torpes, dudas, tropiezos y, aun así, avanzar entre la niebla. 

Paradójicamente, la oscuridad me mostraba una senda. 

Últimamente me encuentro llena de contrastes tan opuestos. Y la verdad es que he llegado a la conclusión de que tal vez uno no lee a los libros, sino que ellos leen a uno. Solo van mostrándote las certezas que ya viven en ti y que no habías reconocido. Porque pienso que, a veces, tenemos las almas tan llagadas que hay ocasiones en las que somos irreconocibles para nosotros mismos al mirarnos sobre cualquier superficie. Y esta clase de líneas son las que revelan lo que se esconde debajo de las heridas que guardamos. Una revelación de nosotros mismos. 

Y por muy irónico que parezca, las respuestas traen más dudas. Cada verdad me traía una interrogante de acompañante: si las personas pudiéramos mirar a través de la oscuridad, ¿qué veríamos de los demás? ¿Qué soy capaz de ver en mí cuando apago la luz de mi habitación y ni siquiera puedo ver mi mano frente a mi rostro? Y más aún, ¿qué mirará Dios de mí a través de esa oscuridad? Me pregunto por cuál de mis dos nombres me llama. 

Solía pensar que la oscuridad me aterraba, pero solo era el desconcierto íntimo. Esa insistente pregunta por la luz que no llega como espectáculo de alumbramiento, sino como presencia. Tal como desenredo la cadena de mi collar preferido, cada página me fue desenredando a mí. Después del miedo infantil, descubrí que más allá de ser un lugar de exposición, es un sitio de purga espiritual. El temor no era a deshumanizarme, sino a desnudar mi fragilidad. Y es en esa ternura donde aparece la ternura desconocida. No corrige, no enjuicia, no explica. Solo acompaña los pasos cuando ni siquiera puedo verme los pies. 

Leerlo me hizo soltar el entendimiento. Acercarme a las letras no para analizarlas ni poseer su significado, sino para tocarlas con la primera capa de mis dedos sumergida en la experiencia de mi realidad. Un contacto, una textura, un susurro que se siente antes que cualquier entendimiento. Abandonarse a la experiencia. Dejar que el alma se moje en la oscuridad antes de buscar respuestas. 

El sitio secreto 

Dios habita en lo secreto. En ese lugar de tu cuerpo que no necesitas ver para saber que se trata de ti. Apenas perceptible. El autor sugiere que, para encontrar a un Dios escondido, también uno debe aprender a esconderse. Es como un vaivén de hermosura y misterio. Lo invisible se revela y la ceguera no es carencia, sino condición privilegiada. 

Un verdadero texto escrito con una claridad dosificada. Cada capítulo es un bocado lleno de sentido, una especie de alimento que no empalaga. Me agrada que no pretende arrojarte a un lenguaje rimbombante ni mucho menos exige una sabiduría previa. Yo, que me declaro en nulo entendimiento de la materia, pude acercarme con la sola voluntad de querer leer. Solo esa voluntad basta para empezar a recorrer estas páginas, pensando que cada lector hallará su propia resonancia. 

A oscuras y segura no es una guía para un turismo espiritual, sino un espejo donde poder asomarse para contemplar el misterio que es invisible a la luz