La vejez es renunciar a los afectos: Piedad Bonnett

“A veces basta con tirar una piedra en un tejado para que una casa se desmorone”, dice Piedad Bonnett en Qué hacer con estos pedazos, su más reciente libro. Una novela que explora temas como la cotidianidad del hogar, el matrimonio, la vejez.

Bonnett, que además de novelista es una poeta extraordinaria, ha publicado Donde nadie me espere y Lo que no tiene nombre, la última sobre el suicidio de su único hijo. En la gira de promoción de este nuevo libro y al tiempo que dictaba talleres de escritura en Madrid y Barcelona, me habló de la trama de su última publicación.  

¿Cuál es su intención con un personaje como Emilia y qué tiene en común con sus protagonistas anteriores?  

Aunque el tema es muy distinto, sí tiene conexión con el personaje de mi primera novela Después de todo, que publiqué hace 20 años. Es una mujer atrapada en un matrimonio, amarrada a un hogar. 

En cada novela los personajes se desarrollan de una manera diferente y aquí Emilia está marcada por la relación con el padre, que me ha interesado mucho y que siempre ha estado muy presente en mi poesía. El tema del padre que envejece y que uno no conoce del todo. Su padre es un hombre silencioso en la casa, un hombre desdeñoso de la mujer, que castigaba a Emilia cuando era niña, un hombre con una soledad muy profunda. 

¿La pandemia influyó en la escritura del libro? 

Sí, mucho. El confinamiento fue psíquicamente brutal; mucha gente pasó a tener la sensación de que estaba atrapada con el otro. Se dieron unas dinámicas que no se dan en condiciones normales. Hubo mucha violencia intrafamiliar y todo esto me resonó. Indirectamente, mi novela sí se alimentó de lo que se oía que estaba pasando en la pandemia. 

¿Qué disfruta más escribir poesía o prosa? 

Yo disfruto más con poesía, porque tiene una intensidad y una forma de manejar el lenguaje que te envuelve y se apodera de ti. La novela cuesta, necesita disciplina, es un trabajo largo, de años y uno se cansa. 

¿Cómo logra esa concreción que caracteriza a su escritura sin caer en lo insulso?

Uno escribe de acuerdo con el yo que ha construido. Hay gente joven que ya tiene una densidad en el espíritu, que tiene una complejidad. Yo creo que el escritor tiene que ser complejo y de alguna manera tiene que ver con la manera de estar en el mundo. A mí se me da la claridad. Soy una persona que tiende a la sinceridad.

Me interesa el lenguaje concreto, porque es la literatura que más me gusta, pero ese lenguaje tiene que estar atravesado por la poesía y por el pensamiento. Unir la sencillez del lenguaje con la profundidad de la idea y con la belleza de las palabras, esa es la pelea del escritor. 

La crítica dice que su voz cambió en los últimos libros. ¿Cree que puede volver a cambiar? 

Sí, de hecho ya cambió porque estoy escribiendo un libro con un poco de ironía, un poco de humor. Ya no soy tan seca, tal vez, ya hice lo fundamental del duelo y vuelvo a estar libre para crear y experimentar. No me puedo petrificar en una manera de escribir, estoy en la búsqueda de hacer algo distinto. 

Que siempre esté la impronta de mi voz, pero que haya cambios que al lector le llamen la atención, no quiero que el lector esté leyendo siempre la misma novela o la misma poesía. En esta tarea de renovarse la clave está en leer, la lectura lo ayuda a moverse del lugar donde uno está parado.  

¿Qué está leyendo actualmente? 

Acabo de leer a Gabriela Wiener, con Huaco Retrato, sobre ser peruano en España. Es la historia de su abuelo, un colono en su tierra. También terminé Otra vida por vivir de Theodor Kallifatides, que es un autor que descubrí hace poco y que me encantó, es una historia de migración que se ve en perspectiva. Un libro muy lindo.

Usted vivió unos meses en Madrid, ¿qué opina de ser migrante? 

Me sentiría como una intrusa hablando de esto, pues mi experiencia fue muy corta, pero fue la de alguien que en cuatro meses no logró insertarse. No logré sentirme incorporada a nada. Me sentía en una situación de provisionalidad, de enajenación constante. Tenía los estímulos de una ciudad hermosa, pero pesaban demasiado los lazos afectivos que había dejado atrás. 

“La muerte nos hace entender que a partir de cierto momento ya no podemos poder”, es una frase del libro, ¿cómo define la muerte? 

Uno hace muchas renuncias en el tiempo, la vejez es renunciar. Y la muerte es la demanda de la renuncia absoluta que, para mí, es aterrador. Si te mueres joven como Daniel, mi hijo, renuncias al futuro, al amor, a la música, a algo muy maravilloso que es la vida. Si eres viejo estás renunciando, sobre todo, a los afectos, a la gente a la que quieres. Es una renuncia enorme. Te vas para siempre, a la oscuridad. 

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