No todas las cartas de amor son ridículas, como afirma Pessoa. Si corroboramos su sentencia nos perderíamos, por ejemplo, dos valiosas correspondencias editadas recientemente: la de Franz Kafka a Felice Bauer (en Nórdica) y la de Stefan Zweig a Friderike Von Wintermitz (publicada en Acantilado). Dos epistolarios amorosos que llevan la firma de dos de las mejores plumas de la literatura centroeuropea del siglo XX.
Las vidas de Zweig y Kafka se entrelazan constantemente entre sí: los dos escriben en alemán, los dos padecen el estallido de la guerra, los dos comienzan a escribir el mismo año los epistolarios que ahora se publican. Igual que Kafka cuando conoce a Milena Jesenka, Friderike se fija en detalles minúsculos de Stefan. El 25 de julio de 1912 le escribe su primera carta: “Le había visto hace años en una velada estival. Aquello fue una especie de hito en mi vida. Y ayer estuvo usted sentado a mi lado”. Después le confiesa que escribe poesía, que quizás haya leído alguna vez unos versos suyos, que le gustaría enviarle un libro. Friderike Von Winternitz, mujer casada y madre de dos hijos, escritora también, tiene en ese momento treinta años. Stepen Zweig treinta y uno.
No se conservan las primeras cartas de éste a su futura esposa, de la misma manera que tampoco se conservan las que Felice Bauer le escribió a Kafka. No fueron tantas como las que él le escribió a ella: más de quinientas. En apenas cinco años. Son misivas torrenciales, a veces de varias páginas, llenas de disquisiciones que dan cuenta de su metamorfosis interior, de un mundo enrevesado. Son indagaciones en sí mismo.
Intercaladas entre las cartas iniciales de Friderike encontramos anotaciones del diario personal de Zweig. Esto nos permite fijar los movimientos geográficos de ambos: calibrar la distancia que los une y los separa. Su amor estará lleno de trenes y hoteles, de sanatorios y balnearios. La escritora vienesa, legalmente separada de su marido, pronto se siente vulnerable ante las infidelidades de Stefan: él tiene una amante en París, quizás otra en Berlín, probablemente en otras ciudades donde da conferencias y estrena sus obras teatrales.
Mientras dura su matrimonio, ella se dedicará a la docencia y al periodismo, le apoyará incondicionalmente, seguirá escribiéndole mensajes llenos de ternura. 1934 es el año de la ruptura. Se exilia primero en París, luego en Estados Unidos. Mientras, él se convierte en un autor muy popular, muy celebrado. Da vueltas por Europa, se va a Londres con su amante y más tarde se establece en Brasil. Nostálgico de su mundo de ayer y desencantado con el presente, donde se rompen todas sus aspiraciones de libertad, se suicida en Persépolis junto a su segunda mujer. Es el año 1942. La correspondencia entre ambos sigue viva hasta ese momento.
Kafka y Felice Bauer llegarían a prometerse en dos ocasiones. Ella era una mujer convencional; él hipersensible, ciclotímico, temeroso. Mientras dura su relación, él seguirá esbozando sus novelas y profundizando en el extrañamiento de vivir. No sabe que se está convirtiendo en un nombre clave de las letras universales. El 27 de octubre de 1912 había escrito: “Nada más llegar a la calle caí en uno de mis estados crepusculares en los que no me doy cuenta de nada excepto de mi propia inutilidad”.